La ciudad de Breda tiene su propio retrato en el museo del Prado. Cualquier persona puede disfrutar de esta obra, pintada por Diego de Velázquez, a un golpe de clic. La rendición de Breda, con sus pinceladas sueltas y su expresiva multitud, retrata un momento clave de su historia y ofrece una imagen de Breda distante al espectador, tanto en el tiempo como en el espacio.
En 2020, durante varios meses, las artistas españolas Carme Nogueira y Elena Prado se acercaron mucho más a la ciudad, recorriendo figurada y literalmente sus calles para buscar historias más próximas. Buceando en los archivos de la ciudad y entrevistando a sus ciudadanos han recuperado los testimonios, imágenes y objetos de decenas de trabajadores llegados desde España que hicieron de Breda su hogar a partir de los años sesenta del siglo pasado. También de las familias, amigos, compañeros y vecinos que formaron parte de sus vidas. Este proyecto artístico, llamado Brieven uit Spanje (Cartas desde España), muestra otro episodio histórico compartido entre España y Breda, menos conocido pero mucho más cotidiano y cercano.
Reconstruyendo el pasado a través del arte
La semilla de Brieven uit Spanje germinó gracias a la organización artística Witte Rook y su colaboración con el Stedelijk Museum de Breda. “Invitamos a artistas de todas partes a Breda con el objetivo de que la ciudad los inspire o interactúen con ella. Lo hacemos para obtener nuevas perspectivas de la localidad y ver de forma diferente cosas que para nosotros son cotidianas”, subraya la responsable artística de Witte Rook, Esther van Rosmalen, y explica que se trata de un proyecto especial en el que “queríamos aunar la experiencia en patrimonio y arte contemporáneo del museo con la pericia de Witte Rook en experimentación y procesos creativos para revisitar la conexión histórica entre España y Breda y retratarla de forma más contemporánea”.
Se entrevistaron con numerosos artistas españoles y la seleccionada fue Carme Nogueira, cuyo trabajo se enfoca en la percepción del espectador de lugares y narrativas. Carme les propuso mirar esta conexión histórica entre ambos países a través de la información albergada en el Archivo de la Ciudad de Breda y colaborando desde España con la artista residente en Países Bajos, Elena Prado.
El episodio histórico que quisieron investigar fue la emigración española de los años sesenta en Brabante Occidental. Tras la Segunda Guerra Mundial, la ciudad de Breda, al igual que ciudades como Róterdam o Utrecht, necesitaba trabajadores para cubrir las necesidades de su floreciente industria. En 1961 el régimen de Franco firmó un acuerdo con el gobierno neerlandés para enviar trabajadores españoles. Mediante este tratado, los inmigrantes españoles se convirtieron en el grupo mayoritario de extranjeros hasta 1969, cuando comenzaron a llegar trabajadores de Turquía y Marruecos. “Nuestro objetivo era abrir una ventana nueva a otros relatos que no se han contado tanto y hacerlo desde nuestra propia perspectiva de artistas españolas invitadas”, explica Carme “Su propuesta fue muy esclarecedora porque sabíamos poco sobre este colectivo – comenta Esther –. Era diferente a lo que teníamos en mente, pero al mismo tiempo muy relevante porque hablaba de las personas y no solo de hechos u objetos”.
Sin embargo, al buscar en el Archivo de la Ciudad de Breda, descubrieron que la información almacenada sobre estos trabajadores inmigrantes era muy escasa. “Encontrábamos muy pocas imágenes guardadas como ‘español’ y ninguna de personas trabajando, solo había alguna imagen folclórica”, relata Carme. En un archivo, la información se guarda poniéndole etiquetas o palabras clave como “español” o “trabajador” que permiten encontrarla a posteriori y conectar los documentos entre sí. Por ello, “tener mucho digitalizado no te da acceso a más documentos, -explica Carme- es la manera en la que se han organizado estos contenidos lo que te lleva a conocer unas historias en lugar de otras”. Para solucionar esta falta de información decidieron recopilar ellas mismas los testimonios acudiendo directamente a los ciudadanos de Breda. Esther dio con la primera pista: “Nosotras no teníamos un punto de partida, ni el Archivo de Breda tampoco, pero contactamos con una profesora de flamenco que resultó ser hija de uno de estos inmigrantes”. A través de ese primer contacto, y de llamamientos desde el museo de Breda y la prensa local, comenzaron a tirar del hilo. Al poco tiempo empezaron a llegarles nombres, teléfonos y cartas de ciudadanos que conservaban recuerdos sobre estos trabajadores en forma de historias, objetos o fotografías. “Una señora contactó con nosotros porque todavía guardaba las cartas de amor que le había escrito uno de estos españoles que había sido su novio. No recordaba que las tenía hasta que escuchó hablar del proyecto y, al final, nos las trajo a una reunión”, rememora Elena, quien se encargó de realizar las entrevistas a las personas que contactaron.
«Una señora contactó con nosotros porque todavía guardaba las cartas de amor que le había escrito uno de estos españoles que había sido su novio. No recordaba que las tenía hasta que escuchó hablar del proyecto»
Con la nueva información, volvieron a buscar en el archivo de la ciudad de Breda. “No podía ser que en el archivo no tuviesen nada”- afirma la comisaria de arte moderno y contemporáneo del museo de Breda, Marjolein van de Ven-, “Carme y Elena me dieron algunos de los nombres de empresas y asociaciones que habían recopilado durante las entrevistas. Los rastreé en el archivo y encontré bastantes fotografías que no se sabía que estaban ahí porque nadie las había asociado a estos trabajadores”. El material encontrado en el archivo y donado por los ciudadanos se expuso en el museo de Breda. La muestra era dinámica, ya que iba creciendo cada día e involucrando a los visitantes conforme llegaban nuevos testimonios. También sirvió para unir a personas que no se conocían o no se habían visto desde hace tiempo pero compartían esta historia. Según Marjolein, “los ciudadanos veían la exposición desde la calle, traían sus recuerdos y los ofrecían para crear una historia cada vez más amplia. Por ejemplo, un vecino que vive cerca del museo llegó un día con un álbum de fotos. Había sido amigo de algunos de estos españoles, lo habían invitado a España a sus lugares de origen, y todavía conservaba fotografías con ellos de aquel viaje”.
Todas estas nuevas historias forman ahora parte del dicho archivo y también de un libro creado por Carme y Elena. La publicación está inspirada en el periódico que se enviaba a los españoles que estaban fuera en los años sesenta y cuyo título, Cartas desde España (Brieven uit Spanje), ha dado nombre al proyecto. Se ha presentado al público en varias ocasiones y la próxima tendrá lugar en los próximos meses en el Instituto Cervantes de Utrecht, que se encuentra en el edificio que albergó la Casa de España en Países Bajos hasta los años noventa.
De Barcelona a Breda: una conexión inesperada
El proyecto artístico descubrió que la inmigración en Breda fue diferente a la del resto de ciudades. “Ya antes del acuerdo con España en 1961, en 1960 comenzaron a llegar trabajadores con formación profesional procedentes de Barcelona. Esta relación entre ambas ciudades nos ha sorprendido. El inmigrante que llegó a otros lugares carecía de cualificación especial y procedía del medio rural, pero no los primeros que llegaron a Breda”, explica Elena. Durante su investigación, encontraron documentos que acreditan esta peculiaridad que se debió a la colaboración entre compañías privadas asentadas en Barcelona y en Breda, especialmente la empresa Hispano Suiza, creadora del primer automóvil español. Según la información recopilada por Elena y Carme: “Los trabajadores invitados por la Hispano Suiza venían con muy buenas condiciones, podían incluso volver a su antiguo trabajo si no les gustaba la ciudad”. Este fue el caso de Francisco Llamas, quien, en busca de aventuras, decidió salir fuera de España en 1961. “Vinimos a correr el mundo”, relata. “Yo había terminado mi diploma de mecánico y vivía en Barcelona. Leí en La Vanguardia que había países, entre ellos Holanda, Alemania, Suiza y Bélgica, que necesitaban mecánicos y me apunté”. En un primer momento, su intención no era ir a Países Bajos: “me iba a ir a Suiza porque era lo más conocido en aquel entonces pero, por casualidad, en la cola del reconocimiento médico, conocí a un grupo de siete chavales de mi edad que se marchaban a Breda y decidí irme con ellos”. Francisco tenía 18 años y, junto a sus compañeros, formó parte de una de las numerosas “expediciones” de españoles que llegaron a Breda entre 1960 y 1962. “Éramos el séptimo u octavo grupo que llegaba y nos llamaron la ‘expedición del biberón’ porque éramos unos 10 ó 12 chavales de entre 17 y 18 años. El resto de inmigrantes eran más mayores, de 25 a 30 años, y estaban ya casados”, recuerda con buen humor.
En una de las fotografías rescatadas por Elena y Carme aparece Francisco junto a sus compañeros en el autobús que los llevó a Breda (en portada). “Recuerdo aquel momento como si lo estuviese viendo ahora mismo”, relata. “La Hispano Suiza nos trajo en tren de Barcelona a París, hicimos transbordo en la última estación fronteriza en Bélgica y cogimos ese autobús a Breda. Alguien de la empresa tomó la foto y varios quisimos una copia de recuerdo”. Cuando llegaron a Breda, los alojaron en “una casa señorial muy grande, que tenía entre veinte y treinta dormitorios”. Allí, cuenta Francisco que pasaban unos tres meses hasta que llegaba una expedición nueva y entonces los trasladaban a pensiones. “Las primeras expediciones llegaron en 1960 y cada dos meses venía una nueva expedición hasta mediados de 1962. La mayoría llegamos en 1961”, cuenta. Muchos de estos inmigrantes volvieron a España poco después: “El setenta por ciento habían vuelto a España a los tres o cuatro años. Casi todos los que estaban casados se volvieron porque, aunque a los ocho o diez meses se podían traer a sus familias, tenían que vivir en pensiones. Sin embargo, a los que finalmente decidimos quedarnos, la empresa se portó muy bien y nos buscó una casa”.
Francisco explica que al principio se sintió engañado con el sueldo, “el primer año nos pagaron mucho menos de lo que pensábamos”, y que adaptarse no fue fácil. “Llegábamos de Barcelona a Breda, que era una ciudad más pequeña y con menos ocio, pero teníamos más libertad y éxito con las chicas”. A los tres años conoció a su mujer en el trabajo y formó una familia en Breda. “En la empresa nos dieron cursos de holandés y al personal de la empresa también clases de castellano para hacer la comunicación más fluida. Yo decidí que si iba a criar a mis hijos aquí, tenía que integrarme lo máximo posible, y a los diez o doce años de llegar estaba ya más vinculado a la sociedad holandesa que a la española”.
Yolanda, hija de Francisco, cuenta que “mi padre aprendió muy rápido neerlandés y los veranos íbamos seis semanas a España. Aunque yo no hablo español siempre he mantenido contacto con nuestra familia española”. Hispano Suiza fue la primera empresa de Breda en traer inmigrantes, pero no la única. Otras como Hero también contaron con trabajadores españoles. Según Francisco, “a empresas como Hero vinieron ya los auténticos inmigrantes, que tenían el objetivo de ganar dinero y volverse. Aunque no se pagaba mucho más que en España”. Según la investigación de Carme y Elena, a finales de los años sesenta y en los setenta llegaban pueblos enteros a Breda para trabajar en Hero durante medio año. La responsabilidad del bienestar de estos trabajadores recaía en las empresas. “En algunos casos sus condiciones eran muy buenas y en otras terribles. Dependía totalmente de la empresa que los contrataba. Nos han contado que, por ejemplo, en una de ellas, los trabajadores dormían en barracones en la misma fábrica y estaban encerrados allí por la noche. Por el contrario, los que venían a empresas grandes no solían tener ningún problema”, cuenta Elena.
La responsabilidad del bienestar de estos trabajadores recaía en las empresas. En algunos casos sus condiciones eran muy buenas y en otras terribles.
A partir de los años 80, con la crisis, la inmigración empezó a decrecer. “Dejó de haber trabajo – aclara Elena-, se facilitaba la vuelta de muchos de estos inmigrantes y se aprobó la ley de minorías étnicas que creó una diferenciación entre los trabajadores neerlandeses y los que tenían otros orígenes”. Los españoles no estuvieron tan afectados como otras nacionalidades, ya que llevaban muchos años asentados pero, según Elena, “sí que hubo un periodo de tránsito difícil. Muchos decidieron volverse a España y llevarse esta parte de la historia con ellos.” Otros, principalmente quienes habían formado una familia con una pareja neerlandesa, decidieron quedarse: “también hemos encontrado gente que lleva aquí toda la vida y mantienen su pasaporte español. No solo los inmigrantes, también sus esposas e hijos”. Este es el caso de Yolanda, la hija de Francisco, quien conserva su pasaporte español, aunque ya no tenga un contacto tan estrecho con la comunidad española como antes. “La primera generación realmente necesitaba apoyarse entre ellos, pero la mía ya es parte de la sociedad holandesa, aunque seguimos teniendo conexiones con España. Muchos de esos inmigrantes ya han fallecido, mi padre era de los más jóvenes y estoy muy agradecida de que el proyecto le haya permitido contar y preservar su historia”.
Para las artistas artífices del proyecto, el valor de Brieven uit Spanje va más allá de haber recuperado un episodio del pasado. Se trata también de una oportunidad para meditar sobre los flujos migratorios y cómo construimos nuestras sociedades. Para Carme es necesario “repensar nuestro presente y darnos cuenta de que está construido a través de un pasado. Hoy en día la historia se repite de formas diferentes, con otros inmigrantes y otras realidades”. Esther reflexiona y dice: “A veces nos olvidamos de que una ciudad es la gente que vive en ella y damos por sentado cosas como las clases de flamenco, la cocina española o algunos equipos de fútbol que crearon estos emigrantes españoles, pero todo viene de algún sitio”.