Países Bajos ha sufrido durante los últimos siete meses su experiencia colectiva más traumática desde la Segunda Guerra Mundial, al igual que casi toda la Unión Europea. Y en su gestión ha habido tanto fallos como aciertos. En retrospectiva, siempre parece fácil enmendar situaciones que se ven de otra manera con el paso del tiempo. Lo que sigue es una crónica de un primer semestre de 2020 que dejará huella en la historia de Holanda.
El virus de la covid-19 llegó a Holanda desde Italia. A pesar de que estaba en el país desde el 15 de febrero, hasta la última semana del mes apenas era un eco lejano al que los telediarios y las redes sociales daban poca importancia. Pero todo cambió con las vacaciones de las regiones del sur, que significaron la visita de muchos neerlandeses a destinos de alto riesgo. No tuvo que pasar mucho tiempo desde la vuelta de sus retiros de esquí en el norte de Italia para que el goteo de casos se extendiera más allá de las familias y contactos directos de las personas que se convirtieron en vectores de contagio internacional. En lo que fue el primer discurso a la nación de un primer ministro desde la crisis del petróleo de 1973, el 16 de marzo Mark Rutte se dirigió a los holandeses por televisión para comunicar que se optaba por no confinar a la población: “el virus está aquí para quedarse (…) podemos ralentizar su expansión a la vez que construimos inmunidad de grupo de manera controlada”. La intención declarada de Rutte duró muy poco. Las fechas centrales de marzo supusieron el cénit de la descoordinación en el ejecutivo holandés: si el día 15 se decretó el cierre de los coffeeshops, al día siguiente se dió marcha atrás tras las quejas de varios alcaldes por el incremento del menudeo en las calles de sus municipios. Y el día 18 vio como el ministro de Sanidad Bruno Bruins se desmayaba en medio de un debate parlamentario, al parecer por agotamiento, mientras intentaba contestar las preguntas de Geert Wilders.
La tensión también se dejó sentir en las calles de todo el país. El papel higiénico, la pasta o la harina desaparecieron de las estanterías de muchos comercios, y en algunos casos tardaron semanas en volver a estar disponibles. Finalmente, el 23 de marzo el ejecutivo dio un giro de 180 grados en sus planteamientos, instaurando medidas como el cierre de negocios no esenciales, o la prohibición de formar grupos de tres o más personas en el espacio público, siempre que no convivieran en el mismo hogar.
Distancia social y pragmatismo frente a mascarillas
Para analizar la respuesta del ejecutivo, Gaceta Holandesa se ha puesto en contacto con Arjen Boin, profesor del Instituto de Ciencias Políticas de la universidad de Leiden, quien ha publicado recientemente un libro sobre la gestión de la crisis generada por la pandemia. A su juicio, esta primera fase fue algo caótica: “cuando se vio claramente que la crisis era mucho más grande de lo que se pensaba en un principio, el problema fue determinar quién estaba al cargo de la situación. Al principio fue el ministro de Sanidad, pero luego el primer ministro se puso al frente, en colaboración con el equipo de gestión especializado. En cuestión de un par de semanas, la comunicación se volvió mucho más efectiva, y continuó siéndolo hasta la estrategia de salida anunciada en mayo”.
Con la perspectiva actual, Boin considera que la referencia de Rutte a la inmunidad de grupo en su discurso del 16 de marzo no fue idónea. “Si bien no fue el punto central del discurso del primer ministro, y se ha sacado de contexto, en retrospectiva no fue un acierto. Había una intención política en incluir este término, de hecho los asesores científicos lo propusieron para explicar por qué no se optaba por un confinamiento. Pero creo que se arrepintieron de utilizarlo, y lo matizaron inmediatamente.” Por otro lado, el experto en comunicación política y gestión de crisis asegura que las medidas referentes al distanciamiento social fueron explicadas y acogidas sin problema alguno. “El asesor que optó por acuñar el término anderhalvemetersamenleving, o “sociedad del metro y medio”, no podía imaginarse que acababa de inventar la palabra del año. Es un término algo torpe en su formulación, pero a veces hay palabras así que llegan para quedarse.”
La explicación de por qué la sociedad aceptó sin demasiado debate esta nueva normalidad distanciada se halla en parte en el tradicional pragmatismo holandés, según Boin: “la regla del metro y medio es como un criterio, que sirve para determinar si la gente actúa de manera responsable. Pero todo el mundo sabe que nunca se puede cumplir al 100%, en todas las situaciones. Aun así, la sociedad encuentra su ritmo en el cambio y la adaptación, en seguir adelante. Ahora que tenemos más estudios científicos al respecto, sabemos que mantener una distancia determinada no influye tanto en la reducción de contagios. Es más que nada una regla simbólica, en otros países como Francia o España se ha optado por insistir más en las mascarillas”. A este respecto, esta misma semana, el RIVM ha publicado un estudio realizado tras una encuesta entre más de 60.000 personas en el cual se concluye que aunque la mayoría de los holandeses apoyan las medidas, estas no se cumplen en todas las circunstancias. Entre los que dijeron haber padecido síntomas que podrían relacionarse con covid-19, el 90% fue a hacer la compra al menos una vez, el 43% fue al trabajo y un 41% al centro sanitario donde trabaja. Un 49% de los participantes reconocieron haber visitado un lugar concurrido la semana anterior al estudio donde no pudieron mantener la distancia social, y entre los que sufrieron algunas dolencias relacionadas con la enfermedad, cerca de la mitad tampoco se hizo la prueba en las últimas seis semanas. Paradójicamente, la encuesta arroja un apoyo de hasta el 82% de las medidas como lavarse las manos, evitar multitudes y sobre todo, mantener la distancia social, un porcentaje que ha aumentado respecto del anterior estudio del mes de julio.
El profesor también pone en duda la efectividad de medidas como las mascarillas, si bien no está del todo de acuerdo con la retirada de esta medida en Ámsterdam y Róterdam antes de un mes de su entrada en vigor: “las mascarillas son una precaución altamente simbólica: no hay estudios científicos serios que demuestren que funcionan, especialmente en espacios al aire libre como las zonas de Róterdam y Ámsterdam donde se estaba obligando a su uso. Pero como es una medida que no mata a nadie, los alcaldes prefieren decretarla antes que llevarse la culpa de un rebrote. Para los políticos es un win-win asegurado. Ahora bien, no me parece una buena idea recular tan rápido, se puede mandar el mensaje equivocado”.
En lo que se refiere a la comparativa con otros países europeos, Boin ubica a Holanda en el mismo grupo que Suecia y Alemania: “en estos países no se llegó a un confinamiento completo, si bien hay diferencias con Suecia, ya que allí mantuvieron abiertos negocios de hostelería y algunas escuelas. El Reino Unido empezó en la misma línea que Países Bajos, pero después dieron un giro de 180 grados y optaron por confinar a la población”.
Una “segunda ola” muy distinta de la primera
Al igual que en muchos otros países europeos, el conteo de nuevos positivos no ha dejado de crecer en la segunda mitad del verano. En contraste, durante los siete días que transcurrieron entre el 3 y el 10 de julio, apenas se registraron una media de 50 casos diarios, cifras que no se recordaban desde las primeras semanas de marzo, cuando se empezaron a realizar pruebas. Tras el pico de la primera mitad de abril, que llegó a suponer más de 1.300 personas al día diagnosticadas de coronavirus, los positivos comenzaron a caer para estabilizarse en torno a los niveles mencionados previamente de 50 casos cada 24 horas.
Sin embargo, y coincidiendo con la reapertura de los principales destinos turísticos para los holandeses, como Grecia o España, la segunda mitad de julio mostró un incremento claro en el número de positivos, cerrando el mes cerca de los 300 casos diarios. La tendencia se mantuvo durante agosto, con conteos superiores a los 500 nuevos positivos por día, y picos por encima de 700 que se han extendido a septiembre.
La mejor noticia es que las cifras de fallecimientos por covid-19 apenas han notado el incremento exponencial de los contagios. Entre el 8 y el 22 de julio no se registraron muertes por esta enfermedad, que había sido la causa de defunción de hasta 200 personas al día durante la primera oleada de casos. Si bien a partir de la segunda mitad de agosto se han vuelto a notificar varias muertes con frecuencia casi diaria vinculadas al covid-19, los casos se han mantenido por debajo de 10 al día. Una posible explicación para este fenómeno es el cambio en el perfil de los nuevos contagios: según un estudio del RIVM, en las últimas semanas de agosto, más de la mitad del total de infectados registrados tenían entre 15 y 34 años, mientras que sólo alrededor de un 10% tenían 60 años o más, siendo por lo tanto clara minoría la población especialmente vulnerable. Además de la reducción de la mortalidad, otra diferencia entre la primera oleada de casos y la segunda es su distribución por el territorio holandés. Si durante el pico de las primeras dos semanas de abril la región más afectada con diferencia era Noord-Brabant, con máximos de hasta 400 casos por cada 100.000 habitantes, durante la segunda oleada las grandes ciudades están siendo los epicentros de la pandemia. Arjen Boin también lo achaca a la falta de testeo durante la primera oleada de la pandemia: “con los números actuales, no se puede decir que estemos experimentando una segunda ola de covid-19. De acuerdo a la poca información de la que disponemos, en marzo podría haber habido hasta 40.000 casos activos, pero apenas se hacían test. Ahora hay centros de pruebas masivos y abiertos al público”.
Según los cálculos del RIVM, en la semana previa a la publicación de este artículo se estiman en 43.394 los casos activos en todo el país, lo que equivale a 249 personas por cada 100.000. Otra razón para el optimismo moderado es que esta métrica se ha mantenido en la misma franja desde finales de julio, sin notar demasiado los picos de casos de finales de agosto. Esta estabilización en los contagios va de la mano de la reducción del R0 o número reproductivo, el número medio de personas contagiadas por un portador del virus. Durante las semanas previas al primer brote, esta métrica se disparó: en los últimos días de febrero marcó picos superiores a 4, para caer por debajo de 1 a finales de marzo, siendo este un nivel clave: por encima, la enfermedad sigue extendiéndose, pero por debajo, está en remisión. A partir de finales de mayo, con la relajación de la mayoría de las medidas que restringían el contacto social, los contagios volvieron a dispararse, llegando a expandirse a casi cuatro personas por cada infectado en la primera mitad de junio. No obstante, tras este breve pico, el R0 parece haberse estabilizado en torno a 1. En paralelo a esta curva, el porcentaje de tests positivos sobre el total realizados también cayó tras finalizar el primer pico de contagios, hasta llegar a suponer sólo un 0.6% del total. No obstante, esta cifra también se ha elevado notablemente, hasta máximos del 3,5% en las últimas semanas.
Un otoño incierto
El servicio municipal de salud, compuesto por los GGD de cada localidad, está ya a todas luces sufriendo los efectos de esta posible segunda ola de la pandemia. Según declaraciones de un portavoz de la entidad a la cadena NOS, en la primera semana de septiembre, 67 de los 105 puntos de testeo tenían todas sus citas completas para las siguientes 48 horas. Y el problema no es nuevo: ya en agosto, el GGD de Ámsterdam tuvo que dejar de hacer seguimiento a los positivos y rastrear a sus contactos por la sobrecarga laboral de su personal. La organización también achaca el desbordamiento de sus capacidades a que mucha gente está solicitando la prueba a pesar de no padecer ninguno de los síntomas que se suelen vincular al covid-19. Esto resulta en que personas con síntomas, incluso profesores y personal sanitario, tengan que esperar varios días para saber si están infectadas de coronavirus.
En esta línea, a comienzos de este mes el ministro de Salud Pública Hugo de Jonge aseguró que se había cerrado un acuerdo con una empresa alemana para sumar entre 2.000 y 5.000 tests diarios a la capacidad holandesa. La media durante la última semana de agosto se situó en unos 23.000 tests por día, para un total de 162.000 en el periodo. De Jonge ha repetido varias veces que la capacidad de testeo podría elevarse hasta los 29.000 cada 24 horas, y hace dos semanas aseguró que podría llegarse a 44.000 si fuera necesario.
Los colegios de primaria y secundaria han reabierto sus puertas a finales de agosto. Las medidas para evitar el contagio se refieren a la distancia social entre los adultos. Los niños no tienen que mantenerla entre ellos, ni llevar mascarilla, aunque deben cumplir las medidas básicas de higiene como lavarse las manos y quedarse en casa si tienen síntomas de resfriado común y más de 7 años de edad.
Pero la realidad es que a día de hoy, esta alta disponibilidad de tests no se ha alcanzado, por lo que la demanda sigue superando a la capacidad para realizar las pruebas. Al mismo tiempo, el número de personas que dan positivo va en aumento. Según los datos publicados por el RIVM sobre la semana pasada, 5.427 personas han sido diagnosticados de covid-19, frente a 3.597 de la semana anterior, lo que supone un 2,8% de las pruebas realizadas. Al mismo tiempo, el número total de enfermos que han sido ingresados en el hospital y el de fallecimientos han disminuido: 43 ingresos frente a 57 de la semana anterior y 17 muertes frente a 24, respectivamente. Con la reapertura de los colegios y el inicio del nuevo curso, muchos son los que relacionan la vuelta a las aulas con este incremento, algo que desde el RIVM han descartado. Según declaró uno de sus portavoces, la apertura de las escuelas no ha jugado un papel siginificativo en el aumento del número de infecciones y que la mayor parte se siguen produciendo en el ámbito familiar y sobre todo en personas de edad comprendida entre los 20 y los 40 años.
Ante la falta de evidencia científica sólida y consensuada, todas las medidas serán pocas para combatir una pandemia que ya se ha llevado más de 6.200 vidas, y que ha dejado pérdidas interanuales del 8,5% en el PIB holandés del segundo trimestre. Los datos de ingresos hospitalarios y de fallecimientos de los últimos meses arrojan algo de optimismo para el futuro, en una ecuación que está condicionada por la fragilidad de la recuperación y las limitaciones del sistema sanitario, desgastado tras siete meses de lucha contra la covid-19.