Me despierto la mañana de uno de los últimos días de septiembre. Miro por la ventana y el cielo está cubierto por nubes de color gris. Llueve de forma abundantemente y ya no hay forma de negar que las temperaturas comienzan a quedarse estancadas en un rango limitado que no rozarán, hasta dentro de muchos meses, los veinte grados. En el país de donde vengo el sol de otoño también brilla y aún calienta en las horas centrales del día. Ese país es, desde que decidí emigrar, siempre una promesa y un objeto de comparación. A veces gana y a veces pierde, pero los primeros días del otoño, cuando miro por la ventana, ese país siempre gana.
Salgo a la calle en esta, mi pequeña ciudad que cada día recibe nuevos habitantes y pierde otros tantos. Es, como muchos pueblos en Países Bajos, un pueblo con una población envejecida pero dinámica. A mi derecha, un hombre es empujado en su silla de ruedas por su hija. A mi izquierda, una señora con una botella de oxígeno y vías en la nariz pasea en su silla motorizada a velocidad de vértigo.
La pregunta llega casi de forma automática, y yo la escucho: pero ¿qué hago yo aquí? Hace mal tiempo, no es mi ambiente. Entonces lo reconozco. Es una de mis crisis de migrante, como yo las llamo. No duran mucho, a veces es sólo una mañana, un día a lo sumo. Pero esa pregunta, esa pequeña crisis representada por la pregunta ¿qué hago yo aquí? se presenta sin necesidad de demasiada pompa y circunstancia.
Al día siguiente el día amanece igual de gris y lluvioso. El viento sacude las ramas de los árboles con fuerza. Esta vez me siento junto a la ventana a observar su baile con una taza de café en la mano y recuerdo cuánto amaba yo la lluvia y el viento cuando vivía en Londres, siempre explorando la ciudad en mis días libres desde el segundo piso del autobús. Soy capaz de conectar con esa parte de mí que disfruta de los días lluviosos y que no se deja frenar por uno de ellos. A continuación, la lluvia me hace viajar a una isla del Golfo de Tailandia un día de fuerte monzón que me encontró en la playa. Flotando en la orilla del mar y con un telón de agua cayendo sobre mí, me sentí libre y en conexión plena con la naturaleza. He conectado con recuerdos agradables que me trae la lluvia, y esto me hace sonreír.
¿Qué marca la diferencia entre un día de crisis y un día de serenidad? Y ya no sólo un día. Hay crisis que pueden durar semanas o incluso meses. ¿Qué podemos hacer para vivir con plenitud (también) las crisis durante la experiencia migratoria?
Bienvenida crisis, bienvenida vida nueva
A Arantza su marido la abandonó dejándola sola al cuidado de sus dos hijos menores de edad. «Eso sí que fue una crisis», me cuenta. Según el doctor Rivera y Revuelta, catedrático de psiquiatría, las crisis son «un síndrome agudo de estrés, caracterizado por la ruptura brusca de la vivencia de continuidad psíquica y por la respuesta activa ante un proceso de cambio». La mayoría de las veces las crisis surgen como respuesta a un cambio brusco en nuestra vida, como un divorcio (o un abandono conyugal) o la pérdida abrupta de un trabajo que amábamos, por ejemplo. Otras veces las crisis aparecen en relación con nuestra propia existencia y con preguntas que aparecen en ciertos momentos vitales. Por ejemplo, a los treinta, los cuarenta o los cincuenta años.
«Yo nunca me planteé volver a mi país», prosigue Arantza. Aunque estaba sola y se sentía perdida, sabía que debía hacer algo para seguir adelante. Primero, necesitaba un trabajo y un sitio donde vivir. «Me iba con mi hijo al ayuntamiento y él me traducía lo que le tenía que decir al funcionario. Fue una etapa muy difícil y de mucha incertidumbre, pero volver a mi país no era una opción, yo sabía que tenía muchas más oportunidades profesionales aquí, y mis hijos ya llevaban algunos años yendo al colegio aquí». Por medio de ayuda del ayuntamiento, Arantza consiguió un piso y un trabajo a tiempo parcial que le permitía independencia económica para mantener a sus hijos y que le proveyó de una comunidad que la ayudó y apoyó, en lo que se conoce aquí con el nombre de Centrale Woning, casas comunitarias en las que los vecinos se ayudan mutuamente. Fue el comienzo de su nueva vida.
Krisis, decidir
El proceso migratorio es una circunstancia vital que forma parte de una de las mayores decisiones que se pueden tomar a lo largo de la vida. Puede suponer una gran fuente de estrés en varios momentos del proceso. No sorprende, por lo tanto, que puedan sobrevenir una o varias crisis a lo largo de esta experiencia.
El origen etimológico de la palabra crisis proviene del griego krisis, que significa decidir. No en vano, son estos momentos clave de la vida los que nos llevan a tomar grandes decisiones. A casi nadie le gusta pasar por momentos de crisis: notamos inquietud, incertidumbre, malestar o incomodidad física, albergamos preguntas para las cuales (aún) no tenemos respuesta. Esas emociones asociadas tienen una función, como todas las emociones. Gonzalo Hervás es profesor titular de psicología en la Universidad Complutense de Madrid (también fue mi profesor) y lleva años estudiando las emociones y su regulación. «Las emociones nos proveen de información crucial para nuestra supervivencia», señala. «Las emociones son bastante conservadoras», por intentar salvarnos de un peligro inminente se activarán rápidamente, aunque el estímulo no sea real o el peligro no esté ahí todavía. Pero si una de esas veces la emoción no se activa y el peligro es real, entonces puede que el león te coma, explica Hervás en una reciente entrevista.
Una de las bases de la filosofía budista es la idea de impermanencia. Todo en la vida cambia, evoluciona, desaparece. Las crisis suelen estar asociadas a un cambio vital. En cualquier cambio lo que creíamos estable se acaba. ¨Todo el dolor es susceptible de impermanencia. Toda la ganancia es susceptible de impermanencia¨, reza un texto budista de la tradición Theravada.
Hace algunos meses, cuando se declararon las medidas excepcionales de confinamiento inteligente en Países Bajos, Arantza se vino abajo pensando que su vida iba a verse interrumpida. Ella es una mujer muy activa y realiza gran cantidad de trabajo voluntario que, según dice, le ha ayudado mucho a sentirse feliz en este país. ¨Me metí en la cama y no quise salir durante días. Una mañana me llamó mi hija y me dijo que no podía seguir así, y era verdad. Entonces me levanté y escribí algo que aún tengo colgado en la nevera, una especie de hoja de ruta para estos meses:
-
No tener miedo
-
Ir despacio
-
Respetar mi ritmo
Esa misma tarde salió a la calle decidida a vivir a pesar de todo.
Una tarde de té
«Ante las crisis en los días grises», me cuenta Arantza, «he aprendido a aceptar mis sentimientos». De la forma de ser holandesa ha aprendido a no actuar por impulsos, sino de forma reflexiva. «Tomándome mi tiempo para tomar una decisión. Amo esta ciudad, o más bien he aprendido a amarla». Pienso, entonces, que para las personas migrantes las emociones suponen también un proceso de re-aprendizaje. ¿Qué podemos hacer para manejar los períodos de crisis siendo personas migrantes?
-
Comunícate. Expresa lo que sientes, respetando tus propios límites. Comparte cómo te sientes con un buen amigo, aunque esto tenga que ser por teléfono. Si eres una persona que prefiere no compartir demasiado, escribe en un papel, pon palabras a lo que te pasa, nómbralo.
-
Normaliza la situación. Aunque lo que sientes no es agradable, son procesos necesarios para el aprendizaje y por los que más gente atraviesa. Recuerda que las crisis son etapas de puesta en marcha de nuevos repertorios de conducta.
-
Practica de forma habitual el estar sentado diez minutos, respirando. Observa cuántos pensamientos pasan por tu cabeza, cómo cambian, cómo se van y vienen. Imagínate que son nubes. Esto nos ayuda a darnos cuenta de que los pensamientos no conforman realidades, sino que son simplemente representaciones mentales que, igual que aparecen, desaparecen o son sustituidos por otros pensamientos. Nota esa fluidez.
-
Respeta tus límites y tu ritmo. Si en este momento de tu vida necesitas ir más despacio y reflexionar más acerca de tus decisiones, de tu momento vital o de lo que quieres, concédete ese espacio.
-
Busca recursos en tu localidad, comunidades de personas de tu mismo país o grupos de interés a los que puedas acudir a conocer gente que está o ha pasado por las mismas circunstancias.
-
Ni todas las crisis son iguales, ni todos las vivimos de la misma forma. Si lo necesitas, acude a un profesional adecuado para tratar este tipo de situaciones vitales.
En 1991 Jon Kabat-Zinn escribió el influyente libro Full Catastrophe Living (traducido al español como Vivir con plenitud las crisis), en el que transmite el mensaje de que es precisamente atravesando con conciencia y aceptación las crisis como se puede vivir con plenitud. Porque las crisis forman parte de la vida como también los momentos de sosiego. También los días grises y en los que nos preguntamos qué hacemos en este país, cuando nos parece que todo a nuestro alrededor ha perdido el sentido, abracemos esa sensación sin quedarnos apegados a ella. No la rechacemos, no luchemos ni actuemos impulsivamente, reaccionando ante ellas. Al contrario, escuchémoslas, aceptémoslas, abracémoslas por el simple hecho de que ya están aquí, llamando a nuestra puerta. Invitémoslas a entrar, sentémonos a la mesa y sirvámoslas el té.