Pocos pueden decir que, con su trabajo, dan forma a nuestra manera de vivir, a nuestras ciudades. Ellen van Loon, sí. Lleva más de dos décadas al frente del estudio de arquitectura más reconocido de Holanda y uno de los más famosos del mundo, OMA, fundado por su socio y compañero Rem Koolhaas (premio Pritzker 2000). Entre sus edificios más emblemáticos se encuentran De Rotterdam, el más alto del país, y Casa da Música, en Oporto, dos claros ejemplos de lo que para ella es la arquitectura: una profesión que debe lograr acercar a la gente y despertar sus cinco sentidos. En su larga trayectoria se encuentra también la renovación de dos parlamentos, el alemán y el holandés, además de otros proyectos en Asia y Estados Unidos y múltiples premios. En la ciudad que la vio nacer, Van Loon colidera una oficina con cerca de 200 profesionales de diferentes nacionalidades, un laboratorio que reencarna la esencia misma de la globalización, donde OMA se mueve como pez en el agua, a través de sus sietes sedes repartidas por el mundo entero.
Usted insiste en que la arquitectura debe, sobre todo, provocar una reacción emocional y sensorial en la gente. Como firma global que es OMA, ¿existe alguna emoción que provoque una misma respuesta universal del público, independientemente del lugar del mundo en el que viva?
No lo creo, porque la experiencia emocional depende mucho de las vivencias de cada uno, del lugar en el que ha crecido y de los arquetipos del entorno en el que estas experiencias se produjeron. Y en cada país es distinto. En mi caso, yo tengo mi propio bagaje emocional que aplico en cada proyecto, eso es inevitable, por eso intento crear un grupo de trabajo para entender mejor la historia cultural del lugar y el papel que juega en el entorno visual de la gente de allí. Entonces estaremos seguros de que ese proyecto pertenece a ese lugar y no a otro. La ventaja de la arquitectura es que va muy despacio. Podemos estar trabajando un mínimo de cinco años en un lugar, lo que nos permite conocer mejor la cultura. El hecho de que sea tan diferente en cada país hace que me resulte todavía más atractivo porque cada proyecto acaba siendo una experiencia enriquecedora y distinta.
En los últimos años en los que las identidades nacionales están cobrando más importancia política y social, ¿buscan sus clientes reforzar esta simbología en el proyecto que encargan a OMA?
Cuando hace unas décadas, a principios del siglo XX, China se abrió a Occidente y estudios como el nuestro empezaron a trabajar allí, la idea era de renovación: vamos a crear algo nuevo. Muchos de los pueblos antiguos fueron demolidos y reemplazados por grandes torres. Pero llegó un momento en el que el país frenó esta tendencia porque le pareció que con ella estaban destruyendo gran parte de su patrimonio histórico. En otros países donde ha habido un boom de la construcción ha ocurrido algo parecido. Y creo que lo que ocurre actualmente es una reacción a ese período, una respuesta que en parte me parece bien. Ahora hay que replantear, debatir, cómo queremos que sea esta nueva tendencia, ¿debemos formular un nuevo lenguaje identitario? o ¿queremos ser más cautelosos a la hora de decidir lo que queremos proteger de nuestro patrimonio histórico? porque no todo lo que procede del pasado merece ser conservado. Estas reflexiones hacen que los proyectos sean mucho más interesantes, porque requieren una mayor sensibilidad. En los últimos diez años hemos estado desarrollando más proyectos históricos que antes y la experiencia es muy positiva, porque son complejos y a los arquitectos nos obligan a reflexionar más y a juzgar con cuidado nuestra intervención, no sólo sobre el edificio en sí, sino de cara a sus usuarios.
Su proyecto de Casa da Musica en Oporto es un ejemplo de esa intención de despertar todos los sentidos del público. ¿Lo sigue logrando en el mundo actual, en el que gran parte de ese público es virtual y ve su edificio a través de una imagen?
Lo bueno de Casa da Música es que las fotos no reflejan lo que es, hay que ir allí. Muchas de sus salas ofrecen una perspectiva inusual que a través de la imagen no se percibe. Y precisamente porque vivimos en un mundo tan digital, la gente ha vuelto a necesitar, casi desesperadamente, el contacto físico. Hay más avidez por tocarlo y por mirarlo todo, por experimentar un lugar, un edificio. Eso lo noto cuando voy a visitar nuestros proyectos con un grupo de personas. Más que antes surge esta necesidad. Lo vemos ahora con la pandemia. Yo pensaba que las ventas online se dispararían hasta situarse al mismo nivel que las de las tiendas físicas, pero no ha sido así: la experiencia de ir a comprar a la tienda sigue siendo la preferida por los clientes. Algo parecido ocurre con la arquitectura.
Se está reflexionando mucho sobre el efecto que tendrá la pandemia en la manera que interpretamos el espacio público y el privado. ¿Qué opina usted? ¿Cómo afectará a la arquitectura el trabajar desde casa o el mantener un distanciamiento social en los espacios públicos?
En primer lugar puedo hablar de mi experiencia personal. En el estudio de Róterdam trabajamos varios cientos de personas, a menudo muy cerca unos de otros. Si bien trabajar a distancia, con videoconferencias, es algo a lo que estamos muy acostumbrados – mi primer proyecto al llegar aquí en 2002 fueron los Estudios Universal de Los Ángeles – en la oficina solíamos trabajar muy juntos, mirando las maquetas o las pantallas de ordenador. Ahora eso ha cambiado totalmente. La pandemia ha provocado que se exploten al máximo la posibilidades que ofrece este nuevo entorno laboral digital. En el proceso creativo sigue siendo complicado trabajar así, porque la pantalla no permite una interacción tan completa como la que tendrías cara a cara, intercambiando ideas y utilizando distintas muestras sobre una mesa. Pero esta situación nos ha mostrado que podemos hacer gran parte de nuestro trabajo de forma virtual.
Más allá de este aspecto laboral, a los seres humanos nos gusta estar juntos. Si tienes que charlar de algo con un compañero de trabajo o con un amigo, resulta más complicado hacerlo en persona que por teléfono si tienes que mantener una distancia de metro y medio todo el rato. Hace unos años en el estudio vivimos de cerca la epidemia de Sars en Asia. Después de tomar todas las medidas, muy parecidas a las de ahora para la covid, cuando se pasó la epidemia volvimos a relacionarnos como antes. Qué quedará en la arquitectura después de esta experiencia global, no lo sé… Espero que a nivel global la comunicación digital gane terreno, porque eso supondrá menos desplazamientos innecesarios y un uso más eficiente de nuestro espacio y de nuestro tiempo. La movilidad urbana mejoraría muchísimo. En cuanto al diseño de nuevos edificios, aspectos relacionados con la higiene cobrarán mucha importancia y otros como el uso de ascensores tendrán que replantearse. En los espacios públicos, las escaleras siempre se han interpretado como la opción alternativa al ascensor, como la salida de emergencia. Nosotros nunca lo hemos visto así. Para OMA las escaleras son un elemento sustancial de la arquitectura del edificio, y deben ser utilizadas constantemente. En edificios altos es distinto. Pero si a partir de ahora ya no tenemos el pico horario de entrada al trabajo, porque muchos se quedarán en casa teletrabajando, quizás no hará falta contar con tantos ascensores de gran capacidad. La pandemia debería servir de punto de partida hacia una reconcepción del espacio público, y yo pienso en esta reflexión como una oportunidad, como algo positivo. Ya es revelador observar cómo las empresas se han organizado tan bien para seguir trabajando durante estos últimos meses.
¿Cómo es OMA por dentro?
Somos un estudio tremendamente internacional, con profesionales de todos los países y donde no se utiliza la palabra «género» en ningún momento. Para nosotros lo importante es lograr el máximo mix de personas. Por ejemplo, cuando hay un grupo de trabajo con cinco nacionalidades distintas, es muy interesante ver cómo cada uno de ellos, con su bagaje cultural y personalidad propia, es más capaz de pensar «out of the box» que si esta mezcla no existiera. La arquitectura no debe ser nunca unidimensional, debe atraer a todo tipo de público, independientemente de su origen o género. En ese sentido, el poder contar con esta diversidad en nuestro estudio es lo que hace que nuestros proyectos sean buenos, complejos, con múltiples capas. Y cada una de nuestras oficinas intenta no replicar lo que hace la otra. Para el edificio CCTV de Pekín, la mitad de nuestro equipo era de origen chino y la otra mitad de distintas nacionalidades. Esa era la condición esencial para que el proyecto funcione. Se podrá decir que el edificio no parece chino, quizás sea cierto, pero cada decisión fue consesuada entre todos y se tomó en consideración todas y cada una de las opiniones, tanto de los miembros chinos del equipo como del resto. Y aunque trabajamos en todos los continentes, con oficinas en distintos sitios para poder tener un trato más cercano con el cliente, niguna de ellas tiene más peso que otra. El número de proyectos que reciben depende mucho del desarrollo de la economía mundial y esto cambia a menudo. Lo que ha sido extraordinario este año es que, por primera vez, todas nuestras sedes se han visto afectadas por un mismo acontecimiento mundial, la pandemia ha tenido un impacto socio-económico global.
Hace algo más de un año fue polémica en Holanda la noticia de la renovación del Parlamento holandés (Binnenhof), cuyo presupuesto es de 500 millones de euros. Le fue encargado exclusivamente a usted pero tiempo después su propuesta se desestimó tras recibir duras críticas de algunos diputados, quienes lo tildaron de «megalómano». Se le ha concedido el proyecto a Pi de Bruijn, quien ya restauró el edificio en 1992. ¿Qué nos dice al respecto?
Cuando se diseña un edificio es esencial tener contacto con sus usuarios, porque como arquitecto uno puede tener una opinión, pero no se puede avanzar sin tener en cuenta la del resto de personas implicadas. Sólo así se puede saber si se está yendo en la buena dirección. Para este proyecto teníamos una claúsula de confidencialidad muy estricta por motivos de seguridad y, por eso, negociamos y discutimos con un grupo muy reducido de usuarios. Algunos aspectos del diseño se filtraron a la prensa sacándolos totalmente de contexto y, a pesar de ello, por esta confidencialidad, no se nos permitió explicar al resto de diputados por qué habíamos diseñado el proyecto así. Todas y cada una de las decisiones que tomamos respondían a un por qué, surgían de largas reflexiones y desarrollos muy cuidadosos. La arquitectura es una profesión que exige una tremenda responsabilidad, gastamos el dinero de otros para construir edificios que deben durar al menos cincuenta años. No diseñamos los espacios como nos viene en gana. Si nos hubiesen permitido mostrar los planos se habría visto que uno de los puntos menos importantes, el jardín interior, no era para nada un jardín tropical, como se dijo. Fue esta falta de comunicación la que hizo fracasar el proyecto.
No es la primera vez que usted se encarga de renovar el Parlamento de un país. En 1995 participó en la renovación del Reichstag de Berlín cuando trabajaba para Normal Foster. ¿Qué significa para un arquitecto reformar un edificio así, quizás la quintaesencia de lo que se considera un edificio público?
Para un encargo de esta envergadura, como arquitecto intentas hacerlo lo mejor posible. Es un inmenso honor sea para el país que sea, no lo viví de manera más personal al tratarse del Binnenhof que con el Reichstag. En ambos casos es un proyecto que exige mucha responsabilidad y compromiso. Y sobre si es el edificio público por excelencia, es una buena pregunta. Debería serlo, porque se trata del lugar que nos representa a todos, pero en realidad no es así. El funcionamiento de un Parlamento está muy dividido en, digamos, distintas «capas»: por un lado está la función puramente parlamentaria, que es pública, pero luego en el día a día se desarrollan otros procesos paralelos que ocurren a puerta cerrada. Estas múltiples facetas hacen que trabajar en una renovación así sea muy estimulante. Además de acomodar estas funciones, más y menos públicas o accesibles, hay que tener en cuenta las consideraciones de cada partido político. Si ya es todo un reto responder a las distintas necesidades que tienen todos sus usuarios, no debemos olvidar que, al final, un parlamento no les pertenece a ellos, sino a todos y cada uno de los ciudadanos de un país. Los usuarios no son los únicos que importan. Y eso es muy interesante.
Usted nació en Róterdam, la ciudad donde se fundó OMA y un ejemplo de transformación urbanística. ¿A qué retos se enfrenta hoy en día una urbe portuaria como la suya?
Róterdam fue bombardeada en la Segunda Guerra Mundial y su reconstrucción fue casi total, parecida a la que tuvo Berlín. Ha tenido que pasar mucho tiempo hasta que ha vuelto a tener un centro urbano denso, donde las personas se sientan cerca las unas de la otras. Porque durante años había espacios muy grandes que estaban completamente vacíos. La ciudad ha logrado ese nivel de densidad de población que resulta placentera, sobre todo si la comparas con Ámsterdam, donde esta densidad ya es excesiva y no sólo deja de ser agradable sino que dificulta la movilidad. Y esto ocurre en otras muchas ciudades. Hay que replantear los centros urbanos para lograr un mejor equilibrio entre zonas más concurridas y otras en las que se invita al esparcimiento. Pero en el caso de Róterdam, creo que hoy en día es una ciudad que se disfuta mucho.
¿Podría decirme algún icono de la arquitectura holandesa que le inspire?
No, realmente no puedo, porque no suelo fijarme en los edificios por separado sino en lo que aportan a su entorno. Para mí, juzgar una ciudad o un entorno tiene más que ver con un conjunto de edificios y la influencia que todos ellos ejercen en su contexto. En Róterdam tenemos algunos ejemplos muy interesantes como el Markthal (MVRDV), cuya nueva tipología es muy inspiradora, no sólo por la construcción en sí sino porque ha dado un valor añadido a la ciudad y a ese barrio. Y uno de nuestros edificios, De Rotterdam, creo que también ha cambiado mucho esa otra parte de la ciudad. Si bien la gente lo considera icónico, para mí no lo es. Nosotros siempre lo llamamos el «edificio genérico» y creo que ese aspecto de él, una construcción tan enorme y concurrida, hizo mucho bien a esa otra orilla del río, porque le dio vida. Hacía falta llevar gente allí, que hubiese trasiego, nuevas funcionalidades, para extender así el centro de la ciudad a ese otro lado. Así es como yo entiendo mi trabajo y la arquitectura, no se trata de dejar huella con edificios icónicos. Porque cada persona tiene un gusto diferente y eso es un aspecto más estético y personal. Al crear un nuevo edificio, este debe poder responder a la pregunta, ¿qué le está devolviendo a la ciudad? y ¿qué le aporta a largo plazo? Los ingredientes más sencillos son los que suelen hacer de él un buen edificio.