Recordando a Leonard Cohen, la cultura es como la luz que se cuela por cada grieta, aunque esta sea de tamaños inconmensurables como la que está dejando la pandemia. Cuando hace un año Europa se encerró en sus casas, tenores y sopranos salieron a sus balcones para regalar a sus vecinos instantes emocionantes de ópera en directo mientras desde la literatura y el cine se narraban esos días de extraño cautiverio forjando una «cultura del confinamiento» que todavía hoy perdura. Porque a pesar de ser este el año de Netflix y de Spotify, de las plataformas online, el sector cultural en su conjunto sigue sufriendo los estragos de meses sin público, sin aplausos en directo, sin arte compartido. El año 2020 ha regalado también el momento soñado por muchos de poder estar a solas frente a grandes obras como la Joven de la Perla y de disfrutar de verdad de las pinacotecas que meses antes se jactaban de números récord de visitas, mientras al que acudía a ellas sólo se le ofrecían las migajas de lo que un día fue el placer de ir a un museo: diez minutos en esta sala; una hora para ver toda la exposición; selfies por doquier y largas colas para entrar. Con los museos, cines y teatros todavía cerrados, la pandemia ya está dejando un poso en el sector cultural holandés que traerá cambios a largo plazo.
Cuando a finales de abril de 2020, el museo de los bolsos de Ámterdam cerró sus puertas después de 25 años, muchos pronosticaron que este sería el primero de una larga lista. La asociación nacional de museos de Holanda (Museumveringing) vaticinó que hasta un cuarto de los museos no sobrevivirían a las restricciones por el coronavirus. Pero no fue así. A fecha de hoy, de los 438 museos que forman parte de la asociación, responsable de la Museumkaart, ninguno ha quebrado. Las ayudas del Gobierno – 778 millones de euros entre abril de 2020 y el primer semestre de 2021– les ha salvado del cierre, pero no ha impedido que muchos de ellos entren en números rojos. Según una encuesta de dicha asociación, casi un tercio de los museos no han renovado los contratos de sus empleados temporales y uno de cada diez ha tenido que despedir a trabajadores fijos.
«Mi impesión es que en 2020, las ayudas estatales al sector han estado por encima de la media europea y durante este año seguirán siendo sumamente importantes para evitar la quiebra de muchas instituciones culturales» detalla Jan Jaap Knol, director de la fundación Boekman, el principal centro de conocimiento e investigación independiente del país en materia de arte y gestión cultural. Pero a pesar de este apoyo, ya van casi seis meses en los que los museos, cines o teatros siguen sin obtener ingresos por la venta de entradas, por las tiendas y cafés así como por otras actividades como el alquiler de las salas. Estos ingresos propios suponen, en la mayor parte de los casos, al menos la mitad del total de su beneficio. El resto lo obtienen de subsidios municipales y estatales. Los cinco meses que sí pudieron reabrir, entre junio y noviembre, supusieron un balón de oxígeno que a los de menor tamaño les salvó el año pero no fue así con los grandes espacios. En Groningen, el recién inaugurado Forum, un centro cultural colosal que reúne cinco salas de cine, dos galerías de arte, una biblioteca pública, cafés y tiendas repartidos en diez plantas, reabrió con fuertes restricciones. «Forum está ideado para que la gente socialice y se encuentre, algo que impedían las medidas impuestas y que hizo que obtuviéramos unos ingresos mucho más bajos» explica Pernille Caerssen, portavoz de Forum Groningen. El enorme edificio se había inaugurado en noviembre de 2019, tras doce años de planificación y construcción. Recién convertido en el núcleo de la vida cultural de Groningen y en el centro cultural más grande de los Países Bajos, la pandemia le obligó a cerrar sus puertas pocos meses después. «Justo antes del primer confinamiento llegamos al millón de visitantes, y durante el resto del año sumamos otros 300.000 más. Sin coronavirus es probable que hubiéramos alcanzado los dos millones».
Un año histórico, antes de otro dramático
A finales de 2019, las industrias creativas y culturales de la Unión Europea representaban el 4,4% del PIB de la región. El valor añadido del sector registraba un crecimiento constante, del 17% en seis años, situándose por delante de otros estratégicos como la industria de las telecomunicaciones o la agricultura y la pesca. Este valor cayó en picado en los últimos doce meses, reduciéndose hasta en un 31%. Si miramos a la situación en Holanda, se puede decir que 2019 fue un año histórico para la mayor parte del sector cultural. Según el Cultuurindex, un termómetro que mide el estado de salud del sector año tras año, los museos, con 32 millones de visitas, registraron el mejor año de su historia. Los festivales de música, que en 2018 atrajeron a 26 millones de personas, seguían creciendo en número, y en sólo cuatro años habían nacido doscientos festivales más, hasta contar con un total de 765, todo un éxito para un país tan pequeño como los Países Bajos. Al contrario de lo que cabría esperar, las plataformas de contenidos online no impidieron que los cines perdieran espectadores. Desde 2007, en Holanda se han inaugurado más salas de cine y filmotecas reportando 251 millones de euros en 2017 y 36 millones de espectadores, casi un tercio más que una década antes. Los teatros se han mantenido estables y han seguido registrando en torno a 20 millones de espectadores año tras año, desde 2005. Finalmente, la literatura y la venta de libros era el sector que llevaba más tiempo sufriendo una caída casi en picado, ya que el número de lectores no ha dejado de bajar, al igual que en el resto de Europa. Pero este ha sido, afortunadamente, el sector que mejor parado está saliendo de la pandemia, con una pérdida del 25% en sus ventas, un porcentaje mucho menor que el de las artes escénicas o la música en directo, cuyo derrumbe ha supuesto un 90 y un 76 por ciento de ingresos menos, respectivamente.
«Al ser Holanda un país pequeño y bien comunicado, es relativamente sencillo ir a una exposición o a un concierto en otra ciudad lo que hace que tengamos una oferta cultural muy amplia» explica Jan Jaap Knol. En este sentido Ámsterdam sigue siendo el destino número uno, tanto para los que viven en el país como para los 20 millones de turistas que vinieron en 2019, mientras que el resto de provincias reciben más visitas de residentes nacionales. La pandemia ha estimulado una vuelta a lo local, haciendo de esto el secreto del éxito de los museos y teatros de tamaño medio. Así ha pasado con el museo Lakenhal de Leiden. Cuando en los meses de verano pudieron abrir sus puertas, a pesar de las medidas restrictivas lograron atraer a un gran número de visitantes, ávidos de planes culturales y para quienes viajar al extranjero no era una opción atractiva. «La expo que tuvimos de los Pilgrims obtuvo más visitas locales de las que habríamos tenido en otra situación, porque muchos de los que se quedaron aquí por la pandemia vinieron a visitarnos y el plan de fin de semana, en lugar de tomar el tren e irse a otra ciudad, se hacía cerca de casa» relata Oskar Brandenburg, director interino del museo. Inaugurado en 2019 tras una profunda renovación, el Lakenhal reabrió a lo grande, con su exposición más ambiciosa, sobre el joven Rembrandt -Leiden es la ciudad natal del artista-. Con ella, el museo cerró su mejor año, cuadruplicando el número habitual de visitas. «Vino tanta gente que acabamos teniendo lo que yo llamo zombies de museo, que visitan las salas sin tener la oportunidad de emocionarse con lo que están viendo, porque es imposible. Para visitar un museo se necesita tiempo, espacio y tranquilidad, y eso lo tuvieron los que vinieron en verano» explica Brandenburg. Esta misma sensación de estar a solas con la obra de arte se pudo experimentar en otros grandes museos como el Rijksmuseum o el Van Gogh de Ámsterdam, hasta entonces innaccesibles para el visitante aletargado que pretendía reservar su entrada con unos días de antelación. Los turistas acababan con todas las entradas.
Si algo positivo trajo el 2020 fue la posibilidad de disfrutar de un museo sin las hordas de gente que ya se habían convertido en algo demasiado habitual. Con 675.000 visitantes el año pasado, el Rijksmuseum retrocedió a cifras de 1963, y el museo Van Gogh obtuvo un 75 por ciento menos de visitas que en 2018. Los museos de la capital han sido los más afectados por la crisis del coronavirus y a muchos de ellos les costará más que al resto salir a flote, como la Casa de Rembrandt, que ha tenido que despedir a un cuarto de su personal. Según explicaba el director del museo Van Gogh, Emilie Gordenker, a De Volkskrant, «gastando nuestras reservas y elaborando presupuestos más modestos esperamos volver a lograr una situación financiera estable en 2023».
Las instituciones culturales menos dependientes del turismo lo tendrán más fácil, algo que puede invitar a una reflexión sobre el tipo de gestión cultural que tenía Holanda antes de la pandemia y cómo mejorarla. «Debemos alejarnos de la idea de lograr visitas a toda costa, que vienen, hacen check y se van. Tenemos que centrarnos más en la calidad y en el impacto que tiene nuestras exposiciones en el público local» afirma Brandenburg. La vuelta a números más realistas, a escalas más accesibles y a dejar de medir el éxito de la oferta cultural en función, únicamente, de las entradas que se venden, es una de las lecciones aprendidas. Para Jan Jaap Knol, «es probable que ante la necesidad de rebajar los costes y ajustar el presupuesto lo máximo posible, muchos opten por organizar exposiciones con obras de su propia colección pero de una manera más original y atrevida. Las limitaciones pueden, al mismo tiempo, ofrecer muchas posibilidades, nos obligan a ser creativos con lo que tenemos».
Artistas parados
Desde los músicos de una orquesta hasta los actores de una obra de teatro, la precariedad laboral se ha convertido en un mal endémico de la profesión del artista. Toda las fuentes entrevistadas, sin excepción, han expresado su preocupación por la situación que atraviesan los miles de artistas autónomos que hay en Holanda, y que representan hasta un 60% del total, tal y como estima Jan Jaap: «La flexibilización del mercado laboral en Holanda se ha llevado al extremo en sectores como el cultural», un problema que en 2020 ha mostrado su lado más oscuro. «La gran pregunta es qué pasará con ellos después de la pandemia, si las instituciones, al recuperarse, volverán a contar con ellos y de qué manera, y si lo harán en las condiciones laborales óptimas que deberían» resume. En un sector fuertemente subvencionado por fondos públicos, la queja no está bien vista, porque «al depender del subsidio, si protestamos nuestra relación con el ayuntamiento podría empeorar» argumenta Pernille Caerssen de Forum Groningen, el cual cuenta con cien empleados. Esto provoca que en los últimos meses la prensa se haya hecho más eco de las protestas por parte de otros sectores como el de la hostelería, a pesar de que en el cultural, el 90 por ciento de las empresas son eenmanszaak (autónomos) y actualmente se encuentran en una situación vulnerable. Sus empleadores, la mayor parte instituciones culturales semi públicas, están cerradas y cuando abran, la presión por mantenerse a flote será enorme. «No se trata sólo de pedir más financiación al Gobierno sino de mantener una buena relación laboral con los empleados temporales, a ser posible duradera, y con buenos honorarios» afirma Jan Jaap.
A pesar de esta escasa representatividad, la pandemia sí ha logrado que varias asociaciones culturales se unan bajo el paraguas de un llamado TaskForce de la cultura, y desde el que llevan un año presionando y dando recomendaciones al Gobierno sobre vías de salida óptimas de la crisis. Una de ellas será sin duda la de convivir más y más con propuestas culturales offline y online. Mientras la distancia social nos separe y los eventos masivos no puedan celebrarse, la desaparición de las fronteras que ofrece una pantalla resulta un salvavidas. Espectáculos virtuales como el de navidad del Ballet Nacional de Holanda vendió 7.000 entradas – a precio más reducido – frente a las 1.600 butacas con las que cuenta el teatro. Y cada vez son más los artistas que encuentran en internet un medio de expresión único y novedoso, como el Nite Hotel de Club Guy & Roni, donde cada noche se pueden comprar entradas para experimentar cinco representaciones de distintos artistas en lo que puede llamarse un teatro 100% virtual. «Hemos perdido mucho pero este año también ha servido como inspiración para una profunda renovación» concluye Jan Jaap. La falta de espectáculos en directo, de salidas al cine o de visitas a un museo nos han mostrado la vital importancia que tiene la cultura para hacernos más humanos y abrirnos al mundo. Al igual que la luz que se cuela por una pequeña grieta en una cueva en plena oscuridad, basta seguir su destello para encontrar el camino de salida.
Ward Assmann, trompa principal en la orquesta del Ballet Nacional de Holanda
«La estabilidad laboral hace que un artista sea mejor artista»
Lleva más de cuatro décadas dedicado a la música y nunca había pasado una temporada tan larga sin dar un concierto. Ward Assmann es uno de los 45 músicos fijos de la orquesta del Ballet Nacional de Holanda, con sede en Ámsterdam. Su enorme prestigio internacional está ayudando al ballet a sobrellevar esta situación, gracias al apoyo de muchos patrocinadores privados y a la venta de entradas para sus espectáculos online. Pero con la orquesta ocurre distinto. Habiendo superado la covid a finales de 2020, Assmann sigue mostrándose optimista y afortunado por mantener su puesto de trabajo, pero las nubes en el horizonte permanecen. La cultura en Holanda debe recuperar el valor que lleva décadas perdiendo, advierte.
¿Cómo se interesó usted por la música y en especial por la trompa?
Empecé a tocar la trompa en el conservatorio a los ocho o nueve años de edad y enseguida vi que me iba mucho. Yo era un chaval al que no le gustaba estudiar, no era popular en el colegio, y la música me enganchó desde el principio gracias también a un profesor del conservatorio que me transmitió su entusiasmo y me motivó mucho. Fue él quien me animó a aprender a tocar este instrumento tan poco habitual, en el que yo no había pensado. De la trompa lo que más me gustaba era lo bien que sonaba, el sonido tan cálido que tiene.
¿Le costó mucho dedicarse profesionalmente a esto?
No, llegó de manera muy natural, muy fácil, una cosa me llevó a la otra. Casi no tuve ocasión de reflexionar sobre ello, podía haber sido demasiado arriesgado, pero en mi caso, salió bien. El primer trabajo fijo que tuve fue en 1989, cuando todavía estudiaba en el conservatorio, en la orquesta de Brabante en la que tocaba también mi profesor. Mi mujer y yo ganamos un concurso en Viena, donde daba clase el que era un ídolo para mí y después se convirtió en mi gran mentor. Seguí formándome con él y me propuso quedarme a trabajar allí, pero por cuestiones personales decidí no hacerlo y volver para acá. Después trabajé en una orquesta estupenda y pequeña en Haarlem (1994) hasta que empezaron los primeros recortes económicos en Holanda y la situación se fue complicando. Nuestro director peleó mucho para que no nos echaran a la calle y finalmente nos fusionamos con otra orquesta y nos convertimos en la Holland Symfonia, con la que interpretábamos piezas de todo tipo, desde ballets hasta programas para niños y conciertos. Esta orquesta también acabo desapareciendo en el año 2012, y cerca de cien músicos se quedaron sin trabajo. De los cincuenta a los que no echaron nació la orquesta en la que toco desde entonces, la del Ballet Nacional. Somos 45 músicos en plantilla y para cada concierto el ballet contrata a músicos freelance según el programa, llegando a ser hasta 80 para algunos como los de Tchaikovksy. Todos estos son artistas que trabajan por su cuenta, a quienes sin duda la situación actual les está afectando muchísimo.
Y a usted, ¿cómo le está afectando la pandemia desde le punto de vista laboral?
He tenido suerte porque nuestra orquesta está totalmente cubierta por fondos públicos y nos han asegurado que el presupuesto que se aprobó el año pasado se mantendrá durante los próximos cuatro años. Aunque no contamos con los patrocinadores que otras orquestas sí tienen, como la del Concertgebouw, y dependemos de que el Ballet Nacional nos contrate para cada temporada. No somos imprescindibles y eso lo tenemos muy presente. Tendremos que trabajar muy duro, ser excelentes, para mantener nuestra posición actual frente a la competencia. Pero me siento muy afortunado.
¿Cómo era la situación de su sector antes de la pandemia?
Desde el año 2012 los recortes han sido constantes, y han provocado que muchos músicos tengan que trabajar de manera autónoma, con menos seguridad laboral y más incertidumbre. Estos ahorros presupuestarios no han ayudado financieramente a nadie, al contrario, le ha costado más dinero a todas las instituciones y organismos culturales que con los EREs han tenido que indemnizar a mucha gente. Lo más frustrante es que esta falta de inversión no se ha hecho para ahorrar sino que deriva de un cambio de mentalidad: la cultura, y la música en particular, ha perdido relevancia. Sobre todo en la época de la crisis, el mensaje era que había que destinar los fondo públicos a lo que de verdad importaba, entendiendo que la cutura sobreviviría por sí sola porque los artistas seguirían creando aunque fuese como un hobby. Pero de lo que los políticos no se dan cuenta es de que la estabilidad laboral hace a un artista mejor artista. Si yo soy un buen músico es porque puedo centrar todos mis esfuerzos en mejorar, en estudiar, y no en el sueldo que tengo que ingresar cada mes para sobrevivir. Es absurdo pensar que la cultura permanece así, sin más. Espero que la pandemia ayude a volver a reflexionar sobre esto. Que la sociedad se haya percatado de lo que ocurre cuando no hay conciertos a los que ir ni museos que visitar, de lo triste que se vuelve todo. Pero si pienso de forma pesimista, me puedo imaginar que después de las ayudas que están dando ahora llegarán tiempos de fuertes recortes y desaparecerán todavía más orquestas.
Desde hace casi una década, la situación ¿sólo ha empeorado?
Sí, y sobre todo a nivel local, porque los subisidios municipales han bajado muchísimo. Los ayuntamientos son los que más han recortado. Y otro problema es que en mi sector no estamos tan bien organizados como otros, la policía, los granjeros…tienen un activismo mayor. No sé por qué, pero entre los artistas esto no pasa, las orquestas no se ayudan entre ellas y las que dependen de fondos públicos no permiten que sus músicos protesten por miedo a perder el subsidio.
¿Cómo ha sido para usted el 2020?
Ha sido un año en el que habré tocado una semana de cada tres, en la mejor época. Hemos hecho algunas funciones para niños en salas más pequeñas y cuando hemos vuelto a ensayar para el siguiente ballet volvió el confinamiento y cerraron. Recuperar lo perdido es muy difícil, cancelar uno de nuestros ballets cuesta en torno a medio millón de euros. Y si se pospone hay que tener en cuenta la agenda para 2021 y 2022 que ya estaba cerrada desde hace tiempo.
Como supongo que le pasó a mucha gente, el primer cierre de marzo y abril yo lo viví como una buena ocasión para parar, estudiar y perfeccionar y para apoyar con pequeños conciertos a niños y personas mayores que estaban confinadas en las residencias. Pero un tiempo después empecé a perder la perspectiva y a sentirme inútil. Todo esto, ¿para qué? No tengo trabajo y esta situación parece que no termina. Este desánimo hace que estudie menos, que haga menos ejercicio, que tenga menos ganas…Para muchos de mis compañeros, más mayores que yo, volver al ritmo de antes va a ser muy complicado. Soy una persona muy optimista, pero esta situación puede conmigo, el futuro se ha vuelto sombrío.
Tocar aunque sea en streaming, ¿no le ha ayudado?
Es muy poco en comparación con lo que hacía antes, y todo está pregrabado. Con una orquesta es imposible tocar por zoom, porque a uno se le puede atascar el wifi, otro entra demasiado tarde…La otra solución de emitir en directo lo que estamos representando en la sala sí que ha funcionado muy bien, pero cuando se pueda, la prioridad será la de volver al teatro.
Usted enfermó de covid a finales de año, tras contagiarse de otro compañero de la orquesta. ¿Cómo ha sido su recuperación y qué medidas son efectivas en el caso de instrumentos de viento como el suyo?
Ahora los bailarines y nosotros no nos vemos, ellos utilizan otras entradas del teatro y trabajamos de forma totalmente separada. Entre los músicos tenemos que mantener la distancia social, por lo que somos menos en el foso y las piezas que se tocan son para dos trompas en lugar de cuatro, por ejemplo. Pero por mucho que yo lleve una mascarilla, en el momento en el que me pongo a tocar, el aire sale por el instrumento hacia fuera, eso es inevitable. A pesar de las medidas yo me contagié, sí, afortunadamente en mi caso fue muy leve, pero mi mujer y mis hijos se contagiaron también y ellos lo pasaron peor. Para tocar la trompa utilizamos toda la energía de nuestros pulmones y debemos manternernos en forma. Afortunadamente estoy bien, si hubiese sido peor no habría podido tocar durante una buena temporada, ni en casa.