Cees Hamelink ha sido catedrático de Comunicación Internacional durante un cuarto de siglo y desde su jubilación en la Universidad de Ámsterdam (UvA) lleva diez años enseñando sobre Cultura, Religión, Derechos Humanos y Salud Pública en la VU o Vrije Universiteit. Inclasificable, como lo es su bagaje académico, su formación en teología, periodismo y filosofía tiene al individuo como elemento vertebrador, al ser humano como el contador de historias que va escribiendo la suya propia mientras se afana por vivir en una sociedad cada vez más compleja y acelerada. Autor de varios libros y asiduo comentarista en la televisión holandesa, ha reaparecido en el último año para alertar de la falta de pensamiento crítico en torno a las medidas implementadas para combatir la pandemia, algo que él atribuye a la precariedad de los medios de comunicación, mensajeros que han perdido la capacidad de cuestionar al poder y de mirar con los ojos bien abiertos.
Hace un año y medio usted apareció en los medios de comunicación holandeses alertando de que las medidas contra el coronavirus podían dañar seriamente nuestros derechos fundamentales. ¿Lo sigue pensando?
Sí, Holanda es un país de emprededores, calvinista en su compromiso con el cumplimiento de las reglas y que también mira mucho hacia fuera, por lo que consideramos esencial el respeto de los derechos humanos tanto en nuestro país como a nivel internacional. Y aclaro que este pacifismo no es tanto por una cuestión moral sino porque nos interesa para nuestros bolsillos, para seguir vendiendo como buenos comerciantes que somos. Este respeto de los derechos fundamentales no se ha llevado a cabo en los últimos meses, porque estos no se han protegido con la extrema cautela que merecen. El derecho internacional establece que restringir derechos y libertades fundamentales como ir al colegio o moverse libremente sólo debe ocurrir en casos de extrema necesidad. La gran amenaza para la salud pública que ha supuesto la pandemia ha estado, en mi opinión, mal argumentada, porque los Gobiernos no han sabido responder correctamente al principio de proporcionalidad y de subsidiariedad que siempre debe prevalecer en cualquier norma de esta magnitud. A la falta de argumentos se ha sumado una falta de debate. Para ser la nuestra una sociedad que se queja por todo, que discute ante el mínimo cambio, me ha sorprendido cómo la gran mayoría de los ciudadanos han acatado las nuevas medidas sin cuestionarlas. Porque por mucho que la OMS tuviera toda la razón al advertir a los países de la importancia de esta pandemia, las democracias deberían haber garantizado espacio para la crítica, para el debate, sin señalar o censurar al que piensa diferente.
Si bien en los Países Bajos se ha evitado utilizar terminología bélica al hablar del coronavirus y en el pico de la pandemia las medidas eran más relajadas que en otros países.
Siempre se puede comparar con otros países, algunos lo habrán hecho peor y otros mejor. Pero yo me debo al mío, donde tenemos un Parlamento con un número altísimo de partidos políticos que dicen lo que piensan sin el menor problema. Se podía haber cuestionado más lo que se hizo, me parece preocupante que haya habido tan poco debate parlamentario, como si todos estuvieran de acuerdo en el enfoque que han mostrado constantemente Hugo de Jonge y Mark Rutte de responsabilizar a la población, y sobre todo a los jóvenes, del aumento de los contagios. Soy profesor en una universidad y te puedo decir que la gran mayoría de los estudiantes se han adherido a las normas sorprendentemente bien. Me parece infantil salir culpando a los jóvenes de un problema tan complejo.
¿Qué opinión le merecen los medios de comunicación holandeses?
Hace décadas estaba claro en manos de quién estaban los principales grupos mediáticos porque la sociedad estaba dividida según las creencias religiosas y políticas en los llamados «zuilen» o pilares sociales. Cada pilar tenía su periódico, su radio y su televisión, y eso hacía que la gestión fuese más transparente. No digo que fuese mejor, solo que la tendencia de cada uno estaba más clara. Ahora es más difuso, los consumidores de noticias no sabemos muy bien quién está detrás de la producción de la información. Por ejemplo, nuestros grandes periódicos están gestionados por dos grupos mediáticos belgas, que tendrán sus propios intereses comerciales. Si por transparencia se entiende la identidad, el sello de un medio, eso ha cambiado muchísimo en las últimas décadas con la secularización y con la homogeneización de la sociedad en general. Esa segregación tenía sus problemas, por supuesto, pero la situación actual también tiene otros. A mis alumnos les suelo proponer un ejercicio por el cual tienen que leer cinco noticias de cinco medios holandeses y encontrar las diferencias de interpretación entre ellos. Y apenas las encuentran, porque en verdad apenas las hay. Los medios de comunicación hoy cuentan lo mismo y casi de la misma manera. El debate actualmente solo está en las redes sociales, que en ese sentido funcionan bien.
¿Por qué cree que los medios se han homogeneizado tanto?
Por cuestiones económicas, principalmente. Hoy en día apenas existen periódicos u otros medios dipuestos a pagar a un reportero para que haga periodismo de investigación, para que ponga al poder entre las cuerdas. Cuesta mucho dinero decirle que se encierre seis meses sólo a investigar sobre un tema. Algunos como Vrij Nederland intentan seguir haciéndolo pero es muy complicado. Y esta cuestión económica deriva en una mala preparación de los periodistas. La rapidez con la que hay que generar noticias hoy en día no les permite documentarse como deben. En las ruedas de prensa de Rutte y De Jonge, cada quince días en los últimos meses ¿dónde estaban los buenos profesionales listos para hacer una buena pregunta, crítica, después de haberse leído bien el dossier de turno? nada, una preparación pésima por falta de tiempo y exceso de conformismo. Los mayores solemos decir que los tiempos pasados fueron mejores y no es así en muchos aspectos de la vida. Pero en este concretamente creo que estamos muchos de acuerdo: la velocidad a la que va nuestra sociedad actual tiene un impacto directo en la falta de profesionalidad de los periodistas y en la uniformidad de la información.
A los que preguntan de qué medio pueden fiarse para conocer lo que pasa en Holanda, ¿qué les diría?
La verdad tiene muchas caras y las historias se pueden interpretar de muchas maneras. Por eso la respuesta sería que cuántos más medios lean mejor, para que la comprensión sobre lo que sucede sea lo más amplia posible. Y a partir de ahí se pueda formar su propia interpretación al respecto. Una vez dije en el telediario de NOS que yo recomendaba no verlo y se me tiraron encima. A lo que me refería es a que NOS está muy cerca del poder, hay que informarse tanto a través de medios grandes como de otros más minoritarios. En la información internacional es difícil, porque las noticias que llegan tienen un enfoque demasiado parecido. En los años sesenta y setenta los grandes medios contaban con corresponsales por el mundo que eran auténticos expertos independientes. Entonces se decía que su información internacional era la mejor, pero hoy ya no está claro. Las agencias de noticias que surten al resto de plataformas y medios de la mayor parte de las noticias ya no son tan independientes como antes. Y siempre queda la pregunta sobre quién hace mejor este trabajo, si el periodista local que está más vinculado emocionalmente al suceso que pasa en su país pero al mismo tiempo conoce mejor el contexto o el corresponsal extranjero que observa la actualidad desde una cierta distancia. Una combinación de ambos es en mi opinión lo ideal, pero hoy en día no es tan fácil: los periodistas están amenazados en muchos lugares y hay menos financiación.
Las redes sociales, sobre todo Twitter, puede servir de primera fuente de información de lo que ocurre.
Creo que las redes sociales son sumamente importantes para nuestras democracias incluso si en ocasiones lo que se publica se sale de tono. Al mismo tiempo pienso que el periodismo ciudadano en el que se basan no cumple con las reglas básicas del código de todo periodista que es el de contrastar las fuentes y no quedarse nunca con una sola. Esta labor de chequeo de la información es esencial para diferenciar entre lo que es opinión y lo que es noticia, algo que en las redes sociales se diluye.
En uno de sus libros usted arremete contra los gabinetes de prensa y los portavoces a los que considera responsables de las mentiras que se publican en los medios.
Sí así es, mi teoría es que desde que han proliferado estas figuras que median entre la fuente y el periodista, la información que aparece en los medios es de menor calidad. Hay periodistas que mienten pero en la mayoría de los casos ellos publican las mentiras de otros, sin ser lo suficientemente críticos como para darse cuenta. Hoy, en Holanda, por cada periodista hay veinte asesores de prensa dispuestos a darles el dossier preparado con todo: la entrevista al CEO, un buen número de imágenes, la información de contexto, etc. La presión del medio por publicar ya y rápido hace que el periodista haga uso de estas historias, con la versión que ellos quieren, sin contrastarlas. Tomar distancia, ser críticos, lleva tiempo, pero la sociedad solo funciona bien cuando las cosas se hacen más despacio. Con el estallido de la pandemia parecía que todos nos dábamos cuenta de las desventajas de esta vida acelerada, pero ya está, ya hemos vuelto a lo de antes, parece que no hemos aprendido nada. Tener que pedir cita para todo hasta para tomar algo con un amigo, ¿por qué? los griegos tenían dos maneras para definir el tiempo: cronos para referirse al tiempo secuencial y cronológico y kairos para el momento oportuno, el ahora. Qué manía tenemos hoy con aferrarnos al primero y olvidarnos del segundo.
Usted trabajó como asesor de Comunicación Internacional para Kofi Annan en Naciones Unidas, ¿qué recuerdos guarda de aquella época?
Cuando me lo propusieron dije que sí y lo disfruté mucho, pero me decepcionó lo tremendamente burocrática que es la institución. Después de cuatro años dejé de involucrarme de manera directa, sobre todo tras la cumbre de la ONU sobre información y sociedad que se organizó en 2005 en Túnez. Me opuse totalmente, ¿cómo vamos a hablar de comunicación en sociedad en un país donde la libertad de expresión no existe y los periodistas son encarcelados? Desde entonces me mantuve vinculado a la ONU pero como consultor externo. De esta época me llevó un gran recuerdo de Kofi Annan, un político de los poquísimos que hay, con una intención genuina de querer mejorar las cosas. Dicen que el poder corrompe pero yo creo que es al revés, el poder atrae a los corruptos. Mandela, Annan, Nyerere fueron políticos únicos y excepcionales en este sentido.
Durante siglos han prevalecido las grandes historias, tanto desde la religión como de la cultura pagana. Actualmente parece que esos relatos universales pierden fuelle, como usted explica en su libro, ¿a qué lo atribuye?
Siempre han existido temas e ideas universales, desde los profetas de la era antigua hasta hoy, y siempre ha ocurrido lo mismo, se transmitían, llegaban a muchos y después desaparecían, reemplazadas por otras. En la historia reciente se puede decir que el desarrollo del posmodernismo y del relativismo a principios del siglo XX aceleró este proceso, en el que nos encontramos hoy. Afortunadamente los principios que aluden a lo que es justo e injusto, a lo que está bien y lo que está mal, esos todavía prevalecen. Y el papel de los medios es muy importante en este sentido.
Vivimos en una sociedad demente de individuos cuerdos, cómo decía el psicólogo Erich Fromm. A nuestro alrededor ocurren sucesos horribles mientras la mayoría de nosotros intentamos mantenernos moralmente estables y llevar una vida saludable. La gran pregunta es cómo hacerlo. Mi formación también es en teología y filosofía y siempre me ha interesado mucho la manera en la que nos relacionamos en sociedad, cómo sobrevivimos en ella mirando por nosotros al mismo tiempo que respetamos una ética y una moral común. Para lograrlo necesitamos un guía y ese es para mí el periodismo fiable, el que nos muestra la realidad y nos abre los ojos para que nosotros podamos decir, «ahora lo entiendo mejor, ahora sé como puedo seguir adelante». Nos pasamos la vida aprendiendo a vivir en sociedad y el buen periodismo es el que nos enseña cómo hacerlo.