Si hay algo que estos días se ha estado compartiendo mucho en las redes son imágenes y videos de calles y plazas vacías, por algunas de ellas vagan los animales que seguramente, curiosos ante tanta quietud, han venido a echar un vistazo a nuestro ecosistema artificial. Las ciudades han vuelto a recuperar su tranquilidad, quizás en extremo; durante nuestras conversaciones con amigos y familiares desde diferentes lugares y culturas todos nombran el silencio que “se escucha”. Las ciudades han dejado lugar a otros sonidos, como el canto de los pájaros, el sonido del viento, son otras melodías que hasta ahora nos pasaban desapercibidas…
Quietud y silencio son adjetivos que uno nunca habría asociado con las (grandes) ciudades, para algunos es la vuelta a un estado en cierta forma natural, para otros resulta agobiante, inquietante. Esto último seguramente no tenga tanto que ver con la tranquilidad que emanan las ciudades sino con la falta de contacto social de la que es consecuencia. Sobre todo en ciudades donde la vida social se desarrolla en su mayor parte en la calle y en culturas en las que la comunicación juega un gran papel es donde más se nota esa necesidad de comunicación y contacto con los otros.
Según Benjamin Lee Whorf el idioma es algo más que un simple medio de expresión del pensamiento, es en realidad un elemento principal en la formación del mismo, haciendo que la percepción del mundo que nos rodea esté condicionada por la lengua que hablamos, la comunicación es el meollo de la cultura y aún de la vida misma. Y a pesar de que las llamadas redes sociales amortiguan de alguna manera esa sensación de aislamiento, no dejamos por ello de tener necesidad de proximidad física y eso es lo que suelen proporcionar las ciudades, cada una a su manera y dependiendo de cada uno de nosotros, nos dan la posibilidad de experimentar una cierta proximidad física.
Distancia social
H. Hediger desarrollaba a mediados del siglo pasado su teoría sobre la distancia íntima, personal y social basándose en el comportamiento de los animales. El término “distancia social” también se ha escuchado mucho estos días, esta distancia es más bien una distancia psicológica en la que el animal empieza a perder el contacto con el grupo, en el caso del hombre se podría decir que es la distancia a la que se tratan los asuntos impersonales, sin pertenecer a un grupo determinado. Esta es pues la distancia que se nos ha impuesto para minimizar posibles contagios, aunque en realidad lo que han hecho es “medir” la distancia a la que se supone que puede ser evitado el contagio.
¿Y qué tiene que ver todo esto con las ciudades, el territorio y su distribución? Pues bien, hay sociedades en las que estas distancias forman parte de su comportamiento cultural y por ello se tiene menos dificultad con las imposiciones venidas “de fuera”. Este es el caso de Finlandia, por ejemplo, donde el espacio personal puede tomar medidas desmesuradas a nuestros ojos, llegando a hacerse colas de autobús larguísimas, con distancias de uno a tres metros entre los que esperan, con tal de no interferir en el espacio del otro.
En ese sentido en Holanda la distancia social en el espacio público es mucho menor y por tanto el espacio requerido se reduce también. Pero no por ello se nota la gran falta de espacio público en las ciudades, amontonándose la gente cuando se juntan para mantener una conversación, hacer un picnic en el parque o sentarse en un banco a mirar la gente pasar. Y eso, en un país con una de las mayores densidades de población del mundo, sí ha tenido repercusiones estos días, cuando al salir el sol los parques, las playas y los bosques se llenaron de gente, impidiendo mantener el metro y medio de distancia que se exigía según las últimas medidas anunciadas por el Gobierno.
Debido a ello se han cerrado los restaurantes, cafés, museos y todos aquellos espacios públicos donde se dificulta mantener la distancia.
Vida interior
Por otro lado en Holanda, más allá de en las grandes ciudades, la vida social se desarrolla generalmente de puertas para dentro. Lo que también se ve reflejado en la preferencia por un tipo específico de vivienda: la unifamiliar con jardín propio. Este tipo de vivienda ofrece espacio suficiente para la familia y para los encuentros sociales que se organizan en ella: fiestas familiares, cenas con amigos y barbacoas veraniegas entre otras actividades .
En la mayoría de las viviendas se distingue prácticamente una misma distribución del espacio sin importar el tamaño o la ubicación, se trata de viviendas con una pequeña entrada con espacio para una puerta que da al aseo y otra a un salón-comedor-cocina en la planta baja, generando un espacio diáfano donde se desarrollan las tres actividades que, a su vez, están conectadas con el jardín; una primera planta con dos o tres dormitorios y un cuarto de baño y una buhardilla con espacio para el cuarto trastero u otras dos habitaciones. Un dato importante, si se le pregunta al holandés medio qué es para él lo más importante en su vivienda o de qué querría disponer, responderá “espacio”. Y eso no es raro en un país donde el espacio es algo que pocos se pueden permitir.
Sin embargo la falta de vivienda y el alto precio de la construcción están haciendo que cada vez se reduzca más el tamaño de la vivienda, llegando a hablar de microviviendas y Tiny houses que generalmente no sobrepasan los 35 m2. De esta manera se reduce el espacio vital a un mínimo que recuerda a las viviendas de finales del siglo XVIII en las ciudades industriales. Una tendencia que no solo se ve en Holanda y que cada vez se está desarrollando más, llegando casi a normalizarse.
Un paréntesis
Esperemos que si algo bueno ha de salir de este paréntesis en el que el mundo parece haberse detenido sea el planteamiento y debate de muchos de los conceptos que dan forma y afectan a las urbes y a nuestra vida diaria, como son el espacio de la vivienda, los espacios públicos y de trabajo y la movilidad.
Quizás sea éste el momento de pararse a pensar críticamente si ese tipo de propuestas en cuanto a viviendas de espacios individuales mínimos sean las más acertadas, así como la necesidad de espacios públicos abiertos en las ciudades por donde sus habitantes se puedan mover cómodamente sin amontonarse, o sobre cómo manejar el turismo descontrolado que ha producido grandes desequilibrios a todos los niveles en las ciudades afectadas.
¿Realmente queremos volver a eso una vez que se haya superado esta situación? ¿Qué queremos escuchar y ver cuando volvamos a abrir la ventana o nos asomemos a la calle?