Si alguien conoce bien el mundo de las emociones, esa es la psicóloga Agneta Fischer. Decana de la Facultad de Ciencias Sociales y del Comportamiento de la universidad de Ámsterdam (UvA), bajo su supervisión esta ha vuelto a batir récord de número de estudiantes, con más de 8.300 inscritos el pasado año, lo que la convierte en la facultad más grande de esta universidad. Con ella tenemos la oportunidad de charlar una mañana de otoño semiconfinado en su casa de Leiden, sobre el miedo o la rabia en tiempos inciertos, sobre los efectos del metro y medio de distancia en nuestra manera de expresar nuestras emociones, y sobre el invierno, cuando se asienta en nuestra cabeza y parece tarea imposible levantar el ánimo. La buena noticia es que sentirnos mejor, está en nuestra mano.
Como experta en el estudio de la emociones y en su contexto social, ¿qué emoción diría que predomina en esta situación excepcional de pandemia?
En el mundo entero la gente tiene miedo, y esta se ha convertido en una emoción colectiva que está desatando rabia y enfado. Aunque todos intentamos protegernos en mayor o menor medida para no contagiarnos, algunas personas tienen más miedo que otras y piden a sus Gobiernos que implanten medidas más estrictas contra el coronavirus. Las diferencias en la aceptación de estas medidas son enormes y están directamente relacionadas con el miedo que cada uno tiene, al virus, a quedarse sin trabajo… Por eso creo que un Gobierno nunca lo hará bien en esta crisis, a no ser que su actitud sea extrema, hacia un lado o el otro, permitiéndolo todo o restringiéndolo todo. Actualmente, el miedo es la emoción que domina nuestra sociedad.
Usted explicaba en otra entrevista que la incertidumbre es lo que provoca este miedo colectivo, ¿qué otras emociones desencadena?
Rabia, enfado, son sin duda otra emociones que aparecen en tiempos inciertos. La rabia y el miedo son dos emociones que van de la mano.
¿Por qué necesitamos perspectivas de futuro para calmar estas emociones provocadas por la incertidumbre?
El ser humano necesita albergar la esperanza de que las cosas irán mejor, sobre todo en situaciones negativas. Acostumbrarse a vivir en la incertidumbre lleva bastante tiempo, se puede lograr, pero siempre queda el miedo a que algo inesperado vuelva a pasar. Es como en la guerra.
Se ha hablado mucho de los niños durante esta pandemia, de cómo la están viviendo ellos. ¿Qué nos puede contar usted al respecto?
No podemos generalizar sobre si los niños están viviendo esta pandemia con miedo y rabia como los adultos. Porque los niños no proyectan a futuro, viven el hoy y el ahora y esta incertidumbre de la que hablamos a ellos no les tendría que afectar emocionalmente. En un niño, el miedo aparece ante algo concreto, como cuando ven una araña u otro niño le acosa en el colegio. Su pensamiento fantástico les lleva a temer al monstruo que imaginan debajo de su cama, pero no al futuro incierto. Depende sobre todo de sus padres, de cómo se lo transmitan a sus hijos. Si cada día hablan de la pandemia mientras cenan juntos o si sufren de cerca sus efectos porque algún familiar enferma o muere por covid, tendrán mucho más miedo que otros niños. Pero en general los niños pueden distraerse fácilmente con lo que les gusta y les divierte, y en ese sentido creo que para los más pequeños la situación actual no les afecta de manera grave. Quizás hay actividades que ahora no pueden hacer, pero en seguida buscan otra alternativa igual o mejor. A los adolescentes la pandemia sí que les está afectando mucho, porque restringe su vida social, que es esencial para ellos.
¿Han empezado ya a investigar acerca de los efectos del distanciamiento social en la interacción emocional de las personas?
Estamos en ello. Lo que podemos observar es que el metro y medio es una distancia que todavía permite expresar nuestras emociones e interactuar con los demás pero elimina la posibilidad de abrazarse, que es algo muy importante en tiempos de incertidumbre. Se ha investigado mucho acerca de la importancia del abrazo en el desarrollo del vínculo emocional, de la expresión de los sentimientos, de la protección y el consuelo. La pregunta del millón es qué pasa si ya no se puede abrazar al otro…y sobre esto no se ha investigado todavía. En nuestra familia nuclear podemos hacerlo, pero no todo el mundo está rodeado de ella. No cabe duda de que tendrá un efecto directo en emociones como la ternura, el afecto o el amparo, pero en qué medida, no lo sabemos. Aquí también influirá el contexto cultural, porque existen culturas más distantes que otras y viceversa. En España o en Francia la gente se suele abrazar más y se acercan más entre ellos que en Holanda, y aquí solemos guardar una distancia más corta entre nosotros que en Suecia, por ejemplo. Puede sonar a estereotipo pero creo que hay algo de verdad en esto. Para algunas culturas el distanciamiento social es más fácil de cumplir que para otras.
Sobre lo que sí hemos publicado una investigación es acerca de la aceptación de las medidas contra el coronavirus durante la primera ola de primavera y en cuatro países distintos (España, Países Bajos, Gran Bretaña y Alemania). De los resultados de esta encuesta sabemos que en España, por ejemplo, la aceptación de las normas fue mayor cuando la gente tenía más miedo, y lo interesante es que el miedo que decían sufrir era de cara a los demás, no hacia uno mismo. Temían más por sus seres queridos que por ellos mismos, y por eso acataban las normas más disciplinadamente. En general se veían más similitudes entre Inglaterra y España, por un lado, y Alemania y Holanda por otro. En ese momento en Holanda y Alemania había menos infectados por covid que en España e Inglaterra, lo que podría explicar también el grado de aceptación de las medidas.
El Gobierno apela en todo momento a la responsabilidad individual, a nuestro comportamiento, y afirma que es la clave para ponerle freno a la pandemia. ¿Qué opina usted?
Creo que no debe haber ningún científico experto en comportamiento social en el Outbreak Management Team porque pedir que la gente se porte bien, sencillamente no funciona. Qué significa «portarse bien»? Rutte está convencido de que todos interpretan esta recomendación como él, y no es así. Hay en esta presunción un desconocimiento total del comportamiento humano. Este último no viene determinado por cómo estarán los hospitales de saturados sino por situaciones mucho más concretas de nuestra vida cotidiana, por nuestros hábitos, por lo que cada uno hace o por cómo reacciona en cada momento. Eso es lo que define nuestro comportamiento en la mayor parte de las ocasiones. Las personas nos guiamos por principios hedonistas, por lo que nos gusta y nos da placer, y por nuestras costumbres, no por expectativas a largo plazo. Si hasta ahora yo siempre accedía a la tienda por esta puerta, de la noche a la mañana no voy a entrar por otro lado a no ser que me lo impongan. La manera realmente efectiva de lograr estos cambios de comportamiento es a través de la empatía: hacer que la gente se identifique con los que están sufriendo más durante esta pandemia, los enfermos, familiares de los fallecidos, sanitarios. Y en este sentido creo que no se ha comunicado lo suficiente. Todos los días se dan las cifras y cada dos semanas una rueda de prensa con nuevas medidas, pero la concienciación se lograría mejor si se mostraran los efectos de la enfermedad en las vidas de la gente. En Holanda ha habido campañas oficiales de este tipo para animar a dejar de fumar o para reducir el consumo de alcohol, pero nada sobre el coronavirus.
El comportamiento humano no viene determinado por cómo estarán los hospitales de saturados sino por situaciones mucho más concretas de nuestra vida cotidiana, por nuestro hábitos, por lo que cada uno hace o por cómo reacciona en cada momento.
En este segundo semestre del año parece que las medidas actuales no se están acatando tan diligentemente como en la primavera.
Sí, porque lo que pasó en aquél momento, aquí y en otros países, fue un shock para todo el mundo. No se sabía nada del virus, murió mucha gente y la situación se complicó muy rápidamente. Ahora es distinto, sabemos que afecta sobre todo a la gente mayor y que la mayoría de nosotros lo pasará sin muchas complicaciones. Pero precisamente porque conocemos mejor el porcentaje de casos graves, interviene más que antes la interpretación individual de las medidas: los más optimistas pensarán que aunque les pase a ellos no se pondrán muy malos, y los no tan optimistas acatarán las normas para protegerse porque el porcentaje indica que a ellos también les puede tocar.
¿Se podrían aplicar a esta pandemia conclusiones extraídas de otras anteriores como la gripe española o la epidemia de Sars?
Desde el punto de vista de psicología del comportamiento es muy difícil hacer estas comparativas porque los factores que intervienen son múltiples. La sociedad actual no tiene nada que ver con la de entonces, la gente tiene ahora mucha más información de todo tipo, estamos más interconectados, si eso es mejor o no para nuestro comportamiento y desarollo emocional, no lo sabemos. Conocer lo que le pasa a otros aunque no sean de nuestro círculo cercano, gracias a los medios y a internet, puede provocar una llamada de alerta y que sea entonces cuando queramos cambiar nuestro comportamiento. Y en ese caso estar tan conectados podría favorecer el cumplimiento de las medidas. No se puede comparar. Además, la psicología del comportamiento es una disciplina relativamente joven que hace un siglo no existía.
Si pensamos en la expresión facial de nuestras emociones, ¿qué impacto tiene el uso de la mascarilla?
Al taparnos buena parte del rostro con la mascarilla, ya no podemos percibir bien la expresión. Eso es así. Cada emoción positiva se pierde. Porque estas suelen expresarse con la mitad inferior de nuestra cara. A menudo las personas mostramos esa media sonrisa que sirve para comunicar que estamos de acuerdo, que nos parece amable la otra persona, que algo nos ha hecho gracia, y al ser un movimiento muscular más tímido, no se refleja en nuestra mirada. Con la mascarilla puesta no se ve, lo que tiene un claro impacto en las relaciones sociales, sobre todo con extraños. Nos impide calibrar a la otra persona, percibir cómo es en un instante. En el transporte público, por ejemplo, es ahora mucho más difícil conocer las intenciones de la gente: el conductor lo tiene muy complicado para interactuar con los pasajeros, para saber si están a gusto o no, o para valorar si alguien es de fiar o no. La imitación es algo indispensable de la interacción social y esta suele producirse a través de la sonrisa: tú me lanzas una y yo también te sonrío, es la aprobación mutua. Hace un tiempo participé en una investigación sobre los efectos del niqaab en la expresión emocional que reveló esto mismo: las emociones positivas eran las que se escondían, mientras que las negativas, como el miedo o la tristeza, permanecían visibles a través de nuestra mirada. Sin duda en el espacio público, el cubrimiento del rostro tiene un impacto en la interacción social, porque son estas expresiones sutiles las que en un momento dado pueden evitar que una discusión o un malentendido escale hacia una situación indeseable. En defitiniva, nos comprendemos peor y tendemos a interpretar al otro más negativamente si no mostramos la mitad inferior de nuestro rostro. Con la mascarilla puesta, tenemos que aprender otra manera de poder comunicar estas sutilezas, con las palabras, hablando más y explicando mejor o exagerando nuestra sonrisa para que se vea algo reflejada en nuestra mirada.
Hablamos de cambio de hábitos para acomodarnos a esta nueva manera de interactuar socialmente. ¿Qué costumbres son más fáciles de transformar?
En general depende de lo enraizado que esté el hábito en nuestro comportamiento y si es una costumbre verbal o no verbal. Estas últimas suelen ser más difíciles de cambiar porque las tenemos automatizadas y para dejar de realizarlas tenemos que pararnos a pensar primero, algo que sencillamente no nos sale porque las hacemos inconscientemente. Sonreír es una de ellas. Las verbales serían otras acciones como beber un baso de agua caliente todas las mañanas nada más levantarse, o dejar de tomar azúcar en el café. Estas se pueden cambiar más fácilmente.
En otra de sus investigaciones usted analizaba el entorno laboral concluyendo que la expresión emocional de los participantes en una reunión influye en la decisión común que se toma. ¿Qué ocurre con nuestras emociones si la reunión es por Zoom y los participantes no se ven en persona?
De nuevo, todos los matices de la interacción social que suelen producirse en una reunión desaparecen. Yo también paso todo el tiempo en reuniones online y la sensación es de estar a la cola, esperando tu turno para hablar, pero no hay charla como tal, sólo un intercambio de puntos de vista que no llegan a discutirse bien. Ayer tuve que desconectarme de una reunión durante un rato y al volver, el moderador sencillamente no se había percatado de mi ausencia. La presencia online sólo se da si uno habla, si participa, se exige ser explícito. Y para algunas personas esto puede ser muy complicado, ya no se trata sólo de estar presente, como haríamos en una reunión habitual. Sería muy interesante estudiar cómo influye esto en la relación laboral, supongo que este distanciamiento de nuestros colegas, el no pisar la oficina, tendrá algún tipo de impacto en el compromiso del empleado con la empresa y en la relación con los compañeros de trabajo.
La presencia en una reunión online sólo se da si uno habla, si participa, se exige ser explícito. Y para algunas personas esto puede ser muy complicado.
Durante la crisis del coronavirus, la comunidad española en Holanda solía referirse a las medidas tomadas en España, las cuales diferían de las implantadas aquí. ¿Puede estar esto relacionado con lo que usted llama «la adaptación emocional con nuestra cultura»?
En momentos de crisis, la gente suele buscar protección en su comunidad, en los que son como ellos y comparten las mismas preocupaciones. Desde la familia hasta los que hablan el mismo idioma o son del mismo origen, estos grupos se vuelven mucho más importantes. A pesar de vivir en un contexto social más diverso, es en estos períodos de tensión en los que uno busca lo que llamamos el «in-group»: se vuelve a ese grupo desde el que se partió y las emociones y los sentimientos de la persona pueden cambiar, influidos por este núcleo colectivo al que antes, en momentos de prosperidad o de calma, no prestábamos atención porque vivíamos en el «out-group». Eso es lo que llamamos el «emotional fit with culture» y lo que en efecto ha podido ocurrir entre las comunidades migrantes en Holanda durante estos meses.
¿Hasta qué punto podemos regular nuestras emociones?
Sí que se puede, y en gran medida de manera inconsciente. Es algo humano intentar superar una pena, olvidar un episodio triste…y cómo lograrlo depende de la personalidad de cada uno. Los que son más optimistas por naturaleza buscarán más activamente la forma de regular sus emociones negativas que los más pesimistas. Además, es algo que sólo podemos hacer nosotros mismos, los demás no pueden controlar cómo nos sentimos. Las emociones negativas también son necesarias, si bien los sentimientos que nos despiertan son menos agradables que una emoción positiva. Por ejemplo, podemos sentir rabia cuando vemos que alguien hace o dice algo que nos parece dañino, pero quedarnos atascados en ese enfado por mucho tiempo deja de ser beneficioso. Las emociones negativas nos ponen en un estado de alerta que puede servir para provocar un cambio que mejore nuestra vida, nos despiertan, y eso tiene un aspecto funcional muy importante. Las positivas pueden aletargarnos y hacernos vivir una vida más «plana», digamos. Y en general, las estaciones del año influyen muchísimo en nuestras emociones. No es casualidad que en los países nórdicos haya un mayor índice de depresiones que en los mediterráneos y que en los meses de otoño e invierno la gente sufra más dolencias y problemas psíquicos que en primavera y verano. El sol influye, sin duda, en la manera en que las personas sentimos y experimentamos nuestra vida. Así que en invierno conviene seguir saliendo a la calle, a respirar aire fresco y a aprovechar cada rayo de sol.