En la mitad sur del país, de este a oeste, se podría decir que no hay ciudad holandesa que no tenga un pasado marcado por el desarrollo industrial. Sobre todo en el suroeste, la potencia económica que hoy es Holanda se puede entender mejor a través de su centenaria industria textil, en Tilburg, las minas de Limburgo o la omnipresente Philips en Eindhoven. Cuando la gloria de estas industrias empezó a decaer a finales de los setenta, otras fábricas del interior seguían a pleno rendimiento, como la de diseño de muebles Pastoe de Utrecht o la de las conocidas galletas Verkade en Breda y Den Bosch. Muchas de ellas han logrado sobrevivir al paso del tiempo y hoy se ofrecen al visitante reconvertidas en espacios de co-working o de propuestas culturales para todos los gustos. Para los amantes de la arquitectura, de la historia o para aquellos que buscan un espacio original y alternativo donde pasar su tarde de sábado, Gaceta Holandesa selecciona una decena de antiguas fábricas que nos transportan en el tiempo, con una mirada rebelde puesta en el presente.
Hay algo entre sobrecogedor y reconfortante en una nave industrial vacía. Mientras el amplio espacio invita a moverse con libertad de un lado a otro, el sobrio cemento gris y los pilares de hierro enfrían el ambiente y nos empequeñecen. Cuando la fábrica cierra y los años pasan, su esqueleto, coronado por un rótulo fundido y cristales rotos por doquier, certifica una defunción que queda a la vista de todos. Este paisaje urbano, común en cualquier ciudad del mundo, ha logrado evitarse en algunas, casi milagrosas, ocasiones. Según indica la Federación del Patrimonio Industrial Holandés (FIEN), desde que en 1996 el Gobierno aprobara un plan para hacer inventario de los terrenos industriales en desuso, 600 de estas fábricas han sido declaradas monumento nacional, protegiéndolas de ser demolidas. Muchos ayuntamientos han visto en ellas una oportunidad para hacer prosperar su núcleo urbano, y con la participación de inversores privados y de subsidios para la promoción cultural, han logrado reconvertirlas en algo nuevo.
Van Nelle, la joya del modernismo fabril
Icono de la ciudad de Róterdam, la fábrica Van Nelle es también la máxima expresión del llamado “Nieuwe Bouwen”, una denominación que hace referencia a la nueva forma de construir del Movimiento Moderno, que arrancó a principios del siglo XX inspirándose en la arquitectura de Le Corbusier. Edificada entre 1927 y 1930, se puede decir que, sin saberlo, fue la primera fábrica que pensó en la sostenibilidad y la eficiencia energética al priorizar la luz natural sobre la eléctrica, más habitual en aquella época. Su fachada de cristal y acero da buena cuenta de ello. En ella se produjeron cigarillos de tabaco, café, té e incluso chicles durante más de sesenta años, hasta su cierre definitivo en 1995. Dos décadas más tarde el monumento fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Si bien su acceso está restringido a eventos privados y ferias profesionales, durante el fin de semana se organizan visitas guiadas que parten del museo Chabot, situado en la vivienda, también de estilo modernista, del escultor y pintor Henk Chabot. Van Nelle no llegó a deteriorarse, pero el edificio de 10.000 metros cuadrados pasó por una profunda renovación en 2002, sin perder un ápice de su origen fabril. Detalles de estilo modernista como los suelos de mosaico o la barandilla de las escaleras se integran con innovaciones tecnológicas de la época como un sistema de calefacción central, que permitía, además, disponer de agua caliente con la que los trabajadores debían lavarse cada día antes de comenzar a trabajar, un lujo que muy pocos disfrutaban en sus casas. El diseño industrial no sólo se palpa en su arquitectura sino también en su mobiliario, todo él realizado por la firma holandesa Gispen, y que todavía hoy se muestra al público. Van Nelle es, sin duda, un claro ejemplo de diseño industrial funcional y rompedor, artístico e innovador a la vez.
Un museo para la industria textil
Desde hace más de doscientos años, la región de Brabante se conoce por su industria textil, de tejidos de lana tricotados primero a mano y, a principios del siglo XX, con la ayuda de máquinas de vapor. El fabricante más próspero fue Christian Mommers y su fábrica, construida en 1885, es hoy el museo nacional del Textil. Situado en Tilburg, junto a este edificio de ladrillo de la época se alza un cubo de cristal, dos espacios imponentes dentro de los cuales se distribuyen las salas del museo, entre las que destacan un telar de mantas de lana, en funcionamiento tal y como lo hacía un siglo atrás, y otro de telas de Damasco. Con su inconfundible patrón de Jacquard, las telas damascadas eran muy preciadas entre las familias burguesas del siglo XIX y en este lugar se producían las más exclusivas del país, siempre a mano. Aunque su popularidad fue decayendo, la fábrica de Mommers siguió tejiéndolas hasta 1970, cuando cerró, después de casi un siglo en funcionamiento. Lejos de quedarse anclado en el pasado, el museo del Textil cuenta con el TextielLab, un centro desde el que promueven el textil como arte a través de actividades como exposiciones de diseño de moda o de tapices así como talleres de manualidades y artesanía.
Un váter o un lavabo, símbolos de un barrio en Maastricht
Muchos holandeses reconocerán el logo de la firma Sphinx gracias a sus visitas al aseo. Icono de la revolución industrial en Holanda, esta marca de cerámica y azulejos fundada en 1834 en Maastricht pronto llegó a tener una plantilla de 2.500 trabajadores. La veintena de altos hornos con las que contaba la fábrica se convirtieron en imagen inconfundible del skyline de Maastricht. Pero la primera Guerra Mundial afectó gravemente a sus ventas y fue a partir de los años 20 que Sphinx cambió su modelo de producción y comenzó a fabricar sanitarios (lavabos, váteres y bañeras). En 2007 la fábrica de Maastricht cerró y tras varios años en decadencia, el emblemático edificio es hoy un moderno hotel y un espacio de co-working para empresas, centro neurálgico del hipster Shpinxkwartier.
Pastoe, cuna del diseño en Utrecht
La empresa de diseño y producción de muebles Pastoe nació hace exactamente un siglo, a orillas del canal Vaartsche Rijn en Utrecht. Sus creadores tuvieron la genial idea de producir sillas y armarios en serie inspirándose en el diseño innovador de la Escuela de Ámsterdam y del modernismo que llegaba de La Haya. Así, a mediados de siglo su éxito traspasó fronteras con la producción de un armario “a medida”, que al igual que los de Ikea, era modulable y permitía que el cliente lo montara él mismo, toda una originalidad por aquel entonces. Hoy en día, la empresa se ha trasladado a otro lugar y la fábrica ha pasado a ser una de las sedes de la Escuela de Bellas Artes de Utrecht, además de un espacio de co-working para start-ups vinculadas al mundo del diseño. Aunque esta zona no se puede visitar, en el antiguo aserradero y en el cuarto de las calderas han abierto recientemente dos restaurantes, con una carta original y buen ambiente, en los que poder disfrutar de este entorno único de Utrecht, tanto a mediodía como por la noche y cualquier día de la semana.
Cine con olor a galleta
No es sino una metáfora, porque la fábrica Verkade cerró sus puertas en 1993, tras una dura reestructuración que dejó sin empleo a cientos de trabajadores, cuando la producción se trasladó a Zaandam. Pero se puede decir que el olor a galleta se quedó tanto en la memoria como en la pituitaria de los ciudadanos de Den Bosch, quienes desde 1929 fueron testigos de la producción de los café-noir y las galletas de barquillo rellenas, o frou frou, de la emblemática marca. Las llamadas “mujeres de Verkade” representaban una buena parte de los empleados de esta fábrica. Tras su cierre, el edificio permaneció en desuso casi una década, hasta que en 2002 el ayuntamiento decidió renovarlo y convertirlo en un centro cultural. Hoy, Het Verkadefabriek alberga dos salas de teatro, tres de cine, un café-restaurante y otro espacio para ensayos. En su web se puede consultar el amplio programa diario que ofrece tanto para niños como para adultos, y que cuenta con propuestas tan curiosas como “desayuno y cine”: cada domingo a las 10.30, todo el que quiera puede tomarse un desayuno y ver una de las dos películas de este programa, por 14 euros en total. Con un ambiente siempre festivo y abierto, la antigua fábrica de Verkade se ha convertido en el epicentro de la vida cultural de Den Bosch.
Inconfundible Philips
No existe en los Países Bajos otra representación más clara de la influencia del patrimonio industrial en una ciudad y su gente como Philips en Eindhoven. Ya cuando estaba en pleno funcionamiento, el impacto de la compañía en su vida cultural y social era enorme, tal y como se desprende de las siglas del equipo de fútbol de Eindhoven, PSV (Philips Sport Vereiniging), el antiguo club de la compañía. Fue entonces también cuando, dentro de Philips, a finales de los años cuarenta se gestó el embrión de la actual Academia de Diseño. En esta ciudad dentro de otra ciudad nació, a comienzos del siglo XX, un extensísimo barrio dedicado al arte y la cultura. El área industrial de Philips, conocida como Strijp-S, es hoy sede del diseño holandés y se ha ganado uno de los primeros puestos a nivel internacional atrayendo a cientos de estudiantes de todo el mundo. Para el público que desee visitarlo, conviene comenzar por el NatLab, un centro cultural instalado en el antiguo laboratorio de investigación científica de la compañía. Aquí, desde 1923, ingenieros y científicos idearon avances como el cd e incluso pudieron hacer investigación pura en colaboración con otras universidades del país. Hoy cuenta con varias salas de cine y teatro, espacios para talleres y cursos de cine y un restaurante. Abierto todos los días de la semana y a todas horas, es el lugar idóneo para disfrutar de la cultura mientras se recorre la historia de la revolución industrial holandesa al caminar por sus pasillos. Muy cerca, los amantes del arte contemporáneo tienen en MU un espacio transgresor que rinde homenaje a la cultural visual de nuestro tiempo, una especie de galería de arte colaborativa donde todos son bienvenidos. Para los niños queda reservado otro edificio llamado De Ontdekfabriek, lleno de actividades originales y de talleres para todas las edades. Y si el hambre aprieta, el barrio Strijp cuenta con dos propuestas vanguardistas que aprovechan el entorno fabril y decadente para ofrecer una experiencia culinaria al más puro estilo vintage. El primero de ellos es el mercado Vershal Het Veem, donde además de comprar los productos se puede tomar algo en uno de sus puestos de deliciosa comida. Si lo que se busca es un lugar más tranquilo, Radio Royaal es un restaurante muy recomendado y está situado en la antigua sala de máquinas de Philips. Con todo esto, pocos lograrán entrar y salir del Strijp en pocas horas y aunque lo logren, ahí quedará rumiando en sus cabezas lo que un día fue Philips y el pasado glorioso que vivió la industria holandesa.