Viajar por el norte de Europa supone, antes o después, toparse con una de las llamadas ciudades hanseáticas. Estas pequeñas urbes repartidas principalmente entre Alemania, los países nórdicos, Polonia, Bélgica y Países Bajos comparten un glorioso pasado comercial que se remonta al siglo XIII, vinculado a la Liga Hanseática. Como no podía ser de otra manera, muchas ciudades neerlandesas decidieron unirse, hasta llegar a ser una veintena las que disfrutaron de un trato preferencial en su comercio con el interior del continente. Una de las condiciones esenciales era disponer de un puerto, fluvial o marítimo, por lo que un buen número de las holandesas se encuentran a orillas del río Ijssel y del que hoy es el Ijsselmeer, antes puerto de mar. Recorremos las nueve que siguen siendo consideradas ciudades hanseáticas en los Países Bajos, pequeñas joyas del noreste del país, desde la cultural Doesburg hasta la centenaria Deventer, todas ellas con un casco histórico coqueto del que se desprende el esplendor de su historia pasada.

Durante más de cuatro siglos, hasta 1669, la Liga Hanseática funcionó como una federación comercial entre distintas localidades del norte de Europa. Las casi 200 ciudades que llegaron a formar parte de ella gozaban de una estrecha colaboración en la compra-venta de mercancías y sus comerciantes disfrutaban de cierta impunidad frente a la autoridad de los señores feudales. Muchas de ellas se enriquecieron también a través de derechos de tributo, impuestos que cobraban a los navíos que atracaban en sus puertos para descargar las mercancías que posteriormente serían transportadas por río o tierra al resto de ciudades de la Liga. Entre estos puertos se encontraba el de Kampen, ciudad que en el siglo XV vivió su período de mayor prosperidad. Doesburg, Zutphen, Elburg, Hasselt, Hattem, Deventer, Harderwijk y Zwolle son las otras ocho que gracias a su proximidad al río Ijssel y a su salida al entonces Zuiderzee (mar del Sur en español) servían como perfectos enclaves para la distribución desde la costa al resto del continente. Se podría decir así que el ADN de Holanda como país de comerciantes y núcleo logístico a nivel mundial arrancó mucho antes del Siglo de Oro, ya en estas ciudades hanseáticas que vivieron su auge entre el siglo XIII y el XVI. Sal, pescado, cereal, madera, cerveza, vino, textiles, miel y pieles eran los productos principales con los que se comerciaba, y todas las transacciones así como la normativa que las regulaban se controlaban desde su capital, Lubeca (Lubeck), al norte de Alemania. Si bien hubo núcleos más importantes como Amberes, Brujas, Colonia e incluso Londres, las urbes holandesas, por su tamaño reducido, han conservado el carácter hanseático a lo largo de los siglos, con majestuosas puertas de entrada a la ciudad y calles salpicadas de fachadas finamente ornamentadas, hogar de burgueses comerciantes de aquella época y que todavía hoy se conservan en buen estado. En Gaceta Holandesa ya hemos hecho referencia a una de las más conocidas, Zwolle, aunque quedan otras ocho por recorrer cargadas de curiosos rincones históricos, tranquilas rutas para pasear y actividades culturales para adultos y niños. Los más atrevidos pueden visitarlas en bici, recorriendo una ruta de 135 kilómetros que enlaza todas las ciudades hanseáticas del Ijssel. Y si se busca una experiencia inolvidable, en el puerto de Kampen se puede alquilar un velero para navegar durante un día o un fin de semana: y no es un barco cualquiera sino que se trata de una reproducción de las cocas hanseáticas de la época. Sin duda, la manera más auténtica de sumergirse en la Historia de esta región de Holanda.

Doesburg

Empezando el recorrido de sur a norte, la primera de las ciudades hanseáticas que nos encontramos es Doesburg, la cual se unió a la Liga en 1447. Su relación comercial se estableció principalmente con Zutphen, Deventer y Zwolle. Hoy en día, con una población de 11.000 habitantes, se trata de una ciudad pequeña pero cargada de Historia, con más de 350 monumentos. Tras su pasado comercial, Doesburg ha sido ocupada por los españoles, durante la guerra de los Ochenta Años, los franceses y más tarde también por los alemanes, en la ocupación nazi de la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día se ha convertido en una ciudad con una rica oferta cultural, que el primer domingo de cada mes recobra protagonismo con la celebración de conciertos, exposiciones y talleres. Además, cuenta con varios museos peculiares: un jardín con la colección más grande de árboles frutales de Europa, con más de 1.500 tipos de perales, manzanos, cerezos, ciruelos, etc.; la fábrica de vinagre y mostaza que da nombre a una conocida marca holandesa y que ya funcionaba en el siglo XV, así como el museo de joyería y vidrio de art decó del artista René Lalique, de origen francés. Para tomar algo mientras se remonta uno a la época hanseática, nada mejor que hacerlo en el café más antiguo del país, Het Stadsbierhuys, situado en el edificio más emblemático de la ciudad, el Waag o aduana municipal. Por sus puertas cruzaban todas las mercancías que llegaban a la ciudad en barco, se registraban y se pagaba el impuesto correspondiente. Otro lugar donde comer y con mucha historia es Het Arsenaal 1309, un antiguo convento reconvertido en arsenal de guerra y que hoy alberga un restaurante de cocina holandesa – así inciden sus chefs- y una bonita terraza para disfrutar con la llegada del buen tiempo. En junio, Doesburg se viste de fiesta y rinde homenaje a su pasado hanseático con una festival medieval que no se diferencia de otros salvo en que, en este caso, su celebración pueda estar más justificada por ser aquella su época de mayor esplendor.

Plaza central de Doesburg con la fachada más conocida del Waag o aduana municipal. Foto: Hanzesteden Marketing

Zutphen

Con una población que triplica a la de Doesburg, Zutphen tiene la peculiaridad de ser una ciudad todavía pequeña de tamaño pero muy vanguardista de espíritu. Como si el pasado glorioso no se hubiese esfumado del todo, a las numerosas fachadas del siglo XIII y XIV se suman propuestas originales para comprar, comer y vivir la ciudad que nada tienen que envidiar a las de Ámsterdam. De la herencia hanseática quedan muchas mansiones en pie, como la que alberga el restaurante Bij d’n Open Hard, donde preparan platos que se remontan a la época hanseática y carolingia, si bien nunca falta una buena hamburguesa para los dudosos. Apodada la ciudad de las torres, su casco histórico cuenta con varias de ellas, escondidas entre sus tranquilas y angostas calles por las que merece la pena perderse. Se puede terminar el paseo con una visita a su Berkelpoort, una antigua puerta de acceso a la ciudad que servía de puente en el siglo XIV, cuando la ciudad estaba fortificada. La oficina de turismo de Zutphen ofrece una visita guiada dedicada en exclusiva a su pasado como ciudad hanseática.

La puerta, y puente a la vez, más conocido de Zutphen, de la época hanseática. Foto: Hazensteden Marketing/ Ingeborg Lukkien

Deventer

Coronada por la torre de la que fue su catedral, de estilo gótico, la ciudad de Deventer es conocida por varios eventos culturales que le han otorgado fama nacional. Su feria del libro antiguo, que se celebra el primer domingo de agosto, es la más grande de Europa y la excusa perfecta para visitar la ciudad en verano. Durante el resto del año, la ciudad da la bienvenida con una plaza central protagonizada por su edificio más emblemático, la aduana municipal o Waag, también de estilo gótico tardío y que hoy es un museo homónimo sobre la historia de la ciudad. Lejos de ser un museo al uso, en él se pueden visitar exposiciones tan originales como la actual, dedicada a las latas de conservas y al diseño gráfico de principios de siglo XX, con la que hacen referencia al pasado industrial de Deventer. Y es que desde hace más de cien años, esta era una de las localidades donde vivían un gran número de los trabajadores de las fábricas de metal y textil de la región. De la época hanseática todavía quedan dos curiosidades que completan la visita: la vivienda construida en piedra más antigua del país, Proosdij, de 1130, encajonada en una estrecha callejuela del centro y que todavía sigue habitada; y el museo Geert Groote Huis, la casa del que fue el hijo del alcalde en el siglo XIV, quien tras convertirse en sacerdote llegó a ser conocido por predicar la llamada «Devoción Moderna» oponiéndose, por ejemplo, al concubinato. Su extraña casa museo conserva parte de los muros e interior originales si bien su fachada moderna de cristal recuerda a las torres de una iglesia. Al tratarse de una de las ciudades más antiguas de Holanda, Deventer preserva la biblioteca más antigua del país, donde se encuentra una colección de incunables y manuscritos medievales de gran valor, de la que cada tres meses se expone una selección para deleite del público. La llamada Athenaeumbibliotheek puede visitarse cualquier día, es de acceso libre y gratuito y está situada en la biblioteca pública de la ciudad. Pero uno no se puede ir de Deventer sin probar el dulce típico de la ciudad, un bizcocho cuya elaboración se remonta a la Edad Media. Una orden de 1417 determinaba el peso y el tamaño que debía tener cada unidad y quedaba prohibido producirlas en ningún otro pueblo o ciudad cercana. Así fue como el secreto de estos panaderos y pasteleros pasó de generación en generación y todavía hoy puede degustarse en la centenaria fábrica de J.B. Bussink cuya tienda desprende un aire retro irresistible para una foto de Instagram.

Hattem

Bosque y agua rodean a esta pintoresca ciudad del interior que durante décadas ha sido el lugar de inspiración elegido por pintores y otros artistas, ya que sobre ella, decían, se formaban los más bonitos cielos holandeses, de luz cambiante y nubes espesas. A pesar de su reducido tamaño, Hattem tuvo cierta importancia como núcleo comercial durante la época hanseática. Por su puerta medieval pasaban las mercancías que llegaban de Zwolle y aunque no cuenta con fachadas monumentales, un paseo por sus tranquilas calles de casas bajas bien restauradas traslada al visitante a un pueblo de décadas pasadas. Para rematar la curiosa visita, merece la pena acercarse al museo de las puertas azules, una casona antigua dedicada a la obra del dibujante e ilustrador holandés Anton Pieck, quien además de ilustrar numerosos libros infantiles, diseñó el bosque encantado del parque temático Efteling. Lo gracioso es que el artista no tuvo nada que ver con Hattem, ya que nació en Den Helder y vivió gran parte de su vida en La Haya. Quizás porque el enclave recordaba a los lugares de cuento que él mismo recreaba en sus dibujos decidió Pieck dar el visto bueno a la fundación de un museo con su obra en este pequeño rincón de Holanda que él desconocía. La primera quincena de septiembre, Hattem se convierte en la ciudad hanseática que fue, celebrando el festival anual Dikke Tinne que lleva por nombre el del castillo que un día se erigió en ella.

Zwolle

Uno de los núcleos urbanos más importantes del noreste del país es Zwolle, la primera de esta lista en formar parte de la Liga Hanseática, ya en 1272. De su rica historia y su oferta cultural y culinaria ya hablamos en un artículo anterior exclusivamente dedicado a ella. Para conocer más pincha aquí.

Hasselt

Las más septentrional de las ciudades hanseáticas de esta región, lo que a ojos del visitante parece un pueblo tranquilo fue un núcleo urbano importante durante la Edad Media, no sólo comercial sino religioso. Desde 1355 Hasselt ha sido lugar de peregrinación de los caminantes que realizaban el llamado Jacobspad desde Groningen y Jabikspad desde Friesland, cuyo destino final sería Santiago de Compostela. Todavía hoy esta tradición sigue celebrándose el día de Pentecostés. Su ayuntamiento del siglo XVI, sus antiguos molinos de cal y los vestigios del robusto dique construido hace más de cinco siglos para defender la tierra del entonces Zuiderzee, son los tres principales atractivos turísticos con los que cuenta Hasselt. La pequeña ciudad está situada a orillas del río Zwarte Water (agua negra, en español) y no debe confundirse con la capital del Limburgo belga, del mismo nombre pero diez veces más grande de tamaño.

Foto: TIP Hasselt

Kampen

Sus tres grandes puertas de acceso coronadas por torres dan buena cuenta del pasado glorioso de Kampen. Situada en un lugar estratégico para el comercio marítimo, a orillas del Zuiderzee y en la desembocadura del río Ijssel, la ciudad ya era uno de los núcleos más prósperos y poderosos del noreste de Europa antes de unirse a la Liga Hanseática en 1441. Desde la actual Escandinavia, Alemania o los Países Bálticos llegaban cocas cargadas de sal, pescado, madera o cerveza para ser distribuidos al resto del contitente. Su derecho de tributo enriqueció todavía más a los comerciantes de la ciudad y su espíritu emprendedor perduró durante siglos. Así es como en el siglo XX, en Kampen se instalaron un centenar de fábricas de tabaco y una docena de cervecerías, negocios a los que se sumó una ferviente actividad religiosa, convirtiendo a esta ciudad en la sede de la universidad de Teología de Holanda. No es de extrañar que Kampen forme parte del llamado Cinturón Bíblico holandés, un conjunto de pueblos y ciudades con una mayoría de población protestante ortodoxa. En su puerto puede visitarse una réplica de los navíos o cocas hanseáticas del siglo XV, que solían tener entre 20 y 30 metros de eslora y una capacidad de carga de unas 60 toneladas. Su catedral, la antigua fábrica de cigarrillos De Olifant y la casa gótica (Het Gotisch Huis) son algunas de las visitas obligadas para conocer la historia de la ciudad a las que se añade el puente de la ciudad, diseñado a comienzos del siglo XXI y que hoy se ha convertido en un icono de la ciudad. Para los que quieran quedarse con el regusto de la época hanseática, pueden probar algunas de las cervezas locales como De Wereld, que todavía siguen produciéndose en Kampen. De Stomme van Campen (Los estúpidos de Kampen, en español) es un biercafé que ofrece una carta específica de este orgullo local.

Vista panorámica de Kampen, con el icónico puente y la catedral al fondo. Foto: Sanne Venhuizen

Elburg

Esta antigua ciudad pesquera parece haber sido proyectada de una sola vez, con escuadra y cartabón en mano. De su perfecta dimensión cuadrada, de la que apenas se escapan unas cuántas viviendas dispersas, destaca su iglesia, en uno de sus ángulos, y la puerta de la ciudad, del siglo XV. Durante siglos, la localidad de Elburg prosperó gracias a su salida al mar, por lo que al cerrarse este y pasar a ser el lago Ijsselmeer, la actividad económica se vio seriamente afectada. En Elburg se fabricaban las cuerdas para las redes de pesca y los barcos además de ser la pesca el sustento principal de sus habitantes. Todavía hoy existe un ahumadero de anguilas en cuya pescadería puede probarse este bocado típico del norte mientras se pasea tranquilamente por su puerto. Al igual que en la vecina Kampen, en Elburg se puede conocer de cerca a la sociedad tradicional holandesa, de marineros protestantes con un fuerte arraigo a las costumbres y valores, algo que, para los que vienen del Randstad, puede parecer de otra época.

Harderwijk

Tradicionalmente una ciudad marinera, tras la construcción del Afsluitdijk, Harderwijk logró reconvertirse y hoy se conoce por su tradición culinaria. Y es que en esta pequeña ciudad de apenas 40.000 habitantes se encuentran dos restaurantes con estrella Michelin; Basiliek, con una y cuyos muros recuerdan su pasado como iglesia; y ‘t Nonnetje, con dos estrellas y situado en la plaza central de la ciudad, donde siglos atrás se compraba y vendía el pescado. Para completar la visita gastronómica, el museo de la anguila recorre la importancia que tuvo este pez en la economía pesquera en Holanda, algo que pocos podrían haber vaticinado a juzgar por su aspecto. Y si el tiempo acompaña merece la pena dar un paseo por la playa de agua dulce con la que cuenta Harderwijk, una lengua de arena situada en una isla artificial, muy animada en verano con sus chiringuitos y paseo marítimo, que contrasta con la tranquilidad de las callejuelas de su centro histórico.

Una de las calles de Harderwijk, con su empedrado típico de guijarros. Foto: Marketing Oost