Cada madrugada del 31 de diciembre, las celebraciones de fin de año convierten ciudades y pueblos por igual en lo que el primer ministro Mark Rutte ha dado en llamar “zonas de guerra”. Esta particular contienda a base de pólvora entre el año entrante y grupos de jóvenes (y no tan jóvenes) se ha vuelto a cobrar víctimas en 2020: un hombre de 39 años y su hijo de 4 fallecieron tras un incendio iniciado por fuegos artificiales en Arnhem. La madre y la hija de la misma familia resultaron heridas, y se ha arrestado ya a los culpables: dos adolescentes de 12 y 13 años de edad.
La escalada de ruido, violencia y descontrol que supone el cambio de año en Países Bajos se ha vuelto a confirmar una vez más como otra tradición problemática para muchos holandeses. Un vistazo breve a las calles del oeste de Róterdam en la primera semana de 2020 muestra un sorprendente tapizado borgoña, compuesto por restos de cohetes y bombas, si acaso legales y reguladas. Sara, señora del barrio, pasea junto al canal con su perro de aguas, que ladra por igual a bicicletas y periodistas. Le cambia la cara cuando le preguntan si le molestaron los fuegos en la noche del 31: asegura que se la pasó encerrada en el baño con su mascota, que siente verdadero pánico ante este tipo de ruidos.
Demanda ciudadana: esto no puede seguir así
La historia de Sara es sólo una de tantas. A fecha de publicación de este artículo, más de 456.000 personas habían apoyado con su firma digital una petición para prohibir los fuegos artificiales. Basándose en principios ecologistas y de convivencia, esta campaña ciudadana califica de “terror” la celebración del fin de año holandés, y de inaceptable el gasto de 68 millones anuales en pirotecnia. Las encuestas también apoyan la idea de que la ciudadanía está harta de la pólvora: un 62% de los ciudadanos apoyarían una prohibición completa de los fuegos artificiales, un 20% quieren que no cambie nada, y un 18% defienden la prohibición de los tipos de pirotecnia más ruidosos y peligrosos. Al examinar el reparto de las respuestas según el recuerdo de voto de los participantes, se descubren pocas sorpresas: mientras que los votantes del Partido Animalista apoyan en un 96% la prohibición completa, y los del partido de los pensionistas 50Plus en un 83%, sólo lo hacen un 46% y un 44%, respectivamente, de los votantes de las opciones populistas de extrema derecha PVV y FvD.
El asunto está teniendo recorrido en la arena política y mediática, y el propio primer ministro Rutte ha dado su visión en los últimos días. Si bien ve inviable una prohibición completa de la venta y uso de fuegos artificiales, tiene claro que “algo hay que hacer al respecto”. Constató que la situación está fuera de control y expresó la necesidad de repensar la forma de celebrar fin de año, si bien también afirmó que, “en un estado constitucional, los políticos tienen que tener cuidado a la hora de restringir costumbres sociales a las que mucha gente tiene arraigo”. La posición actual del Gobierno se basa en seguir una de las tres recomendaciones que la Onderzoeksraad voor Veiligheid, o Comisión para la Seguridad, hizo en un informe publicado en 2017 y que ha sido ignorada hasta ahora: añadir a la lista de productos pirotécnicos prohibidos los cohetes y las balizas o bengalas.
En dicho informe también se listaban otras recomendaciones, como investigar más a fondo qué tipo de heridas son provocadas por cada clase de fuegos artificiales, u obligar a vendedores de productos pirotécnicos a proporcionar de manera gratuita gafas protectoras y luces de señalización a sus clientes. Estos dos cambios no han tenido seguimiento.
Para algunos, incluso del mismo partido que Rutte, las medidas propuestas por el primer ministro no son suficientes. Así, la dirección del VVD en Róterdam publicó el pasado 7 de enero una nota informativa en su web dónde anuncia su intención de aprovechar la existencia de una mayoría en el ayuntamiento para prohibir los fuegos artificiales. Van más allá que su partido a nivel nacional, ya que aseguran que “no se puede distinguir entre tipos de pirotecnia” y proponen una prohibición completa. Vincent Karremans, líder del partido en Róterdam, asegura en el mismo artículo que una condición para apoyar dicha prohibición será que se destinen fondos para la organización de espectáculos de pirotecnia profesionales en todos los barrios de la ciudad. A pesar del conato de rebelión contra las medidas anunciadas desde el gobierno, Karremans y el VVD de Róterdam dejan la puerta abierta a no apoyar la prohibición local “si desde La Haya se hace algo antes de final de año”, en referencia a la inclusión de algunos tipos de pirotecnia en la categoría de productos prohibidos.
Lo cierto es que las últimas medidas tomadas por el Ayuntamiento de esta ciudad no han terminado de dar resultados. La instauración de zonas de fuegos artificiales en 2019 ha sustituido a la medida opuesta en 2018: zonas dónde su uso estaba prohibido.
Vídeo elaborado por la Comisión de Seguridad analizando el problema de los fuegos artificiales en Nochevieja.
La noche más insegura del año
Los estudios y alertas de la Comisión para la Seguridad son un refuerzo constante para la fundamentación de la posición abolicionista. Este órgano gubernamental encargado de emitir recomendaciones y alertas con respecto a temas de seguridad pública lleva monitoreando desde su creación los problemas relacionados con los fuegos artificiales. Y no es para menos, dado que su nacimiento en 2005 se produjo como consecuencia de dos accidentes que se encuentran grabados en la memoria colectiva de los Países Bajos: la explosión de un depósito de pirotecnia en Enschede en el 2000, que dejó 23 muertos y 1.000 heridos, y el incendio de un bar en Vollendam en la Nochevieja del 2000 que se saldó con 14 muertos y 241 heridos.
Con un completo informe de 161 páginas, el ente consultivo llama la atención sobre la insostenibilidad de la tradición actual que rodea las celebraciones de fin de año, que se ha convertido en la noche más insegura comparada a cualquier otra. Las estadísticas no mienten y dibujan un panorama de caos: según datos recogidos entre 2009 y 2013, las cifras de incendios entre el 31 de diciembre y el 1 de enero oscilan entre 400 y 600: entre 9 y 10 veces más que los que se producen durante una noche de sábado habitual. Las quejas por ruidos y molestias siguen un patrón similar: se mueven entre 2.500 y 3.500 cada fin de año, unas 9 o 11 veces más que las de un sábado normal.
Otros datos son más escabrosos: entre 2008 y 2017, se perdieron una media de 20 ojos cada fin de año, implicando ceguera total en muchos casos. En el paso de 2019 a 2020 se han vuelto a repetir eventos similares, a juzgar por las primeras informaciones. Según el medio NOS, el hospital de oftalmología de Róterdam dobló el número de atenciones esa noche con respecto al año anterior, llegando a intervenir en 20 ojos que correspondieron a 18 pacientes. La mitad de los ojos atendidos sufrirán daños permanentes, y el perfil de víctima se corresponde con el cliché de usuario irresponsable de fuegos artificiales: la mitad de las personas atendidas tenían menos de 21 años, contando el más joven con sólo 14 años.
Aunque desde posiciones más subjetivas y anti abolicionistas se suele argumentar que el uso de fuegos artificiales queda dentro de la esfera de libertad personal que el poder político no debe regular, hay un dato que pone en tela de juicio este argumento. Del total de personas que requirieron los servicios de puestos de atención médica en fin de año entre 2004 y 2016, el porcentaje de heridos por fuegos artificiales que no habían utilizado ellos mismos oscila entre el 28% de 2012 y el 61% de 2016. Así, el uso de pirotecnia se revela tan peligroso para quienes la emplean como para quienes simplemente pasaban por ahí.
A pesar de la alarma social y las campañas de concienciación pública, el número total de incidentes registrados por la policía cada madrugada del 31 de diciembre no ha decaído. Si en 2010 se contaron 10.669, en 2017 se llegó a los 11.181. De media, unos 416 incidentes por cada 100.000 habitantes, o lo que es lo mismo, ocho veces el alcance a partir del cual se considera epidemia una enfermedad como la gripe en España.
De acuerdo a Sara Vernooij, portavoz de la Comisión para la Seguridad, aún con los amplios poderes legislativos de la entidad para investigar, y de la obligación por parte del Gobierno y de actores privados de responder en 6 o 12 meses, respectivamente, a sus recomendaciones, carecen de autoridad como inspector o ente sancionador, y por lo tanto no pueden forzar los cambios que proponen. Vernooij ha declarado a Gaceta Holandesa que, con respecto a los fuegos artificiales ilegales, la entidad que representa sólo se centra en su venta y comercio mayorista, por lo que contempla este problema desde una perspectiva internacional: al requerir soluciones a nivel europeo, desde Países Bajos no pueden sobreponerse a la falta de interés y apoyo por parte de otros estados miembro para cambiar la legislación comunitaria. Por los mismos motivos, su organización no contempla modificaciones con respecto a las multas por tenencia y uso de este tipo de explosivos.
Con respecto a la proliferación de iniciativas locales como la de Róterdam, que no parecen querer esperar a una legislación de alcance nacional, la portavoz de la Comisión para la Seguridad aseguró que su entidad defiende “una prohibición nacional de cohetes y bengalas”. Asimismo, buscan prevenir la fragmentación que supondrían legislaciones diferentes en las distintas regiones del país, mientras que asegura que las iniciativas concretas para prevenir la disrupción del orden público quedan en manos de las diferentes corporaciones municipales.
Una noche de locura anclada en la tradición
El propio nombre que recibe el cambio de año en neerlandés, Oud en Nieuw, arroja luz sobre los orígenes y motivaciones culturales de la celebración. Parte de la cultura germánica, dónde la transición entre el acortamiento de los días y su progresiva extensión se celebraba durante 13 días. De acuerdo a declaraciones del etnógrafo Peter Jan Margry al medio NRC, fin de año es un momento de “poca claridad”, en el que las reglas se “ponen en espera”: “la gente aprovecha la oportunidad para hacer cosas que habitualmente no hacen, y si el Gobierno interviene en esta falta de claridad, suelen producirse confrontaciones”.
Según el historiador Gerard Rooijakkers, los holandeses llevan siglos haciendo ruido en fin de año: ya fuera con escopetas, cañones o pistolas rudimentarias, sin importar que no existieran todavía los fuegos artificiales a disposición del público. Rooijakkers asegura que antiguamente era común disparar este tipo de armas en el cierre del año delante de las casas de la nobleza: no tanto por incordiar como en la actualidad, sino porque entonces se entendía como un tributo a la autoridad.
En el siglo XX la pirotecnia se terminó de asentar entre las tradiciones holandesas, gracias también a la migración desde Indonesia, donde había mucho más contacto con el conocimiento de China sobre esta forma de celebración. Entre la década de 1950 y la de 1960, la llegada de fuegos artificiales chinos a buen precio y listos para usar por cualquiera convirtió la pólvora en costumbre de masas. En la década de 1970 el Gobierno aprobó las primeras restricciones, que se limitaron a reducir la potencia máxima de detonación, expresada en decibelios. ¿Quizás haya llegado la hora de volver a legislar?