Los Países Bajos, un país hecho a base de terreno ganado al mar, se enfrenta al potencial peligro de quedarse sin agua. Este país basado en el poldermodel, que ha diseñado su economía alrededor de un sistema canalizado de agua, se ve envuelto en una paradoja. Mientras sus ciudadanos riegan sus huertos sin reparos, el agua subterránea está sufriendo los primeros embates de una sutil sequía que de seguir así en el próximo decenio traería efectos devastadores para la economía. ¿Tendrá Países Bajos que adaptarse a convivir con menos agua?
Las precipitaciones no son suficientes
El problema es de los últimos tres años. Tres años sin precipitaciones y de altas temperaturas. Piscinas llenas. Playas abarrotadas de gente. Jóvenes dándose un chapuzón en el mar. Temperaturas sobre los treinta grados Celsius. En resumen: estíos calurosos, pero no unos veranos neerlandeses. Los gráficos del Instituto de Metereología del país (KNMI) muestran que este 2020 está potencialmente por convertirse en otro año entre los más secos de la Historia.
Pero curiosamente este escenario no era predecible a principio de año, porque este pasado mes de febrero ha sido el febrero más lluvioso desde que se tienen registros. Habían caído en promedio unos 142 milímetros de agua, un 10% más que en 2002 (129,3 mm). Por dar un ejemplo de lo que esto significa, un molinero de la localidad de Naardermeer declaró que trabajó horas extra para drenar la lluvia hacia el canal de De Vecht. Era tan cuantiosa el agua -según la fuente- que hubiese podido llenar una piscina en tres cuartos de hora.
Sin embargo, a pesar de un febrero lluvioso, las nubes ‘abandonaron’ los cielos neerlandeses a mediados de marzo. Le siguió un período de sequía que coincidió, casualmente, con la cuarentena por la covid-19. Mientras los comercios estaban cerrados y el país aplicaba las herramientas del teletrabajo, la temperatura sobrepasaba los veinticuatro grados Celsius o más. La gente se dedicó a cultivar sus huertos, a limpiar sus casas, a llenar las piscinas hinchables y a acudir a las ferreterías (Gamma, Praxis) para terminar proyectos caseros inconclusos.
Y los campesinos empezaron a encender sus aspersores de riego en sus campos de cultivo.
A finales de mayo los gráficos del KNMI no eran nada alentadores. La sequía, que se presentó con temperaturas más altas de lo normal y sin precipitaciones, estaba superando a la de 1976, el año más seco desde que hay datos. Había caído cuatro veces menos lluvia que en febrero, 25 milímetros en setenta y cinco días, escaso para lo que este país está acostumbrado.
“Tenía que regar mi huerto todos los días para poder mantener mis cultivos”, declara Sjaak Bonné de la localidad de Roermond. Sjaak cultiva para el autoconsumo. Tiene una huerta del tamaño de un campo de vóleibol detrás de su casa, un pequeño invernadero que él mismo construyó, y un sistema de regadío que bombea agua subterránea.
Estos espacios de clima con períodos extremadamente mojados y otros secos son de acuerdo a Jac Peerboom, hidrólogo del Waterschap de Limburgo, una clara evidencia del cambio climático. La lluvia de febrero, los meses secos de marzo, abril y mayo; los chubascos esporádicos en junio y julio, son de acuerdo a Peerboom una clara evidencia de un cambio al que la gente se tiene que adaptar. Joost Oude Hengel del Waterschap de Limburgo Central, indica que las entidades estatales ya están trabajando en un plan para contener el agua de las esporádicas precipitaciones. “El problema es que en un período corto caen muchísimos mililitros de agua que terminan por irse a los ríos y no es aprovechada correctamente”, añade.
Los chubascos no son suficientes, de acuerdo a los especialistas. A principios de julio el Volkskrant publicó un artículo extenso sobre la sequía. En él se afirmaba que las lluvias de junio y julio no están ayudando a elevar el nivel del agua subterránea ni a mejorar la situación de los canales de regadío y de las turberas. Están secas. Y es evidente en algunos parques nacionales que ya han sufrido varios incendios.
De camino a apagar un incendio
A mediados de abril, Carla Puente no habría de imaginar que a pocos kilómetros de su casa se estaba desatando un incendio. Eran las cuatro o cinco de la tarde cuando las sirenas de los bomberos pasaron cerca de su casa camino al Parque Nacional De Meinweg, en Limburgo Central, frontera con Alemania. Ese día no sería el primero, pues al día siguiente cuatro helicópteros de carga pesada, surcaban los cielos llevando agua. Ella trabajaba desde casa y veía desde la ventana una nube de dióxido de carbono cubrir el cielo.
Al día siguiente, con la esperanza de que las llamas ya fueran apagadas, apareció una alarma en su teléfono móvil, y en el de varias personas más. NL-Alert decía que el incendio forestal se había vuelto a encender, y recomendaba a la población permanecer dentro de sus casas, cerrar ventanas y puertas, aislarse del humo y advertía, además, que los curiosos no eran bienvenidos.
Y todo esto durante las semanas de confinamiento por la pandemia.
Cuatro horas más tarde, hacia la una de la madrugada, los vecinos recibieron una llamada telefónica. Los habitantes de Herkenbosch, el pueblo donde vive Carla con su familia, de unos 4.200 habitantes, tuvo que ser evacuado. El ayuntamiento y la organización regional encargada de la Seguridad (Veiligheisregio) de Limburgo septentrional, transportaron a varias personas en autobuses hacia poblaciones vecinas para que la gente pasara la noche. Algunas personas no tenían quiénes los acogieran, así que la brigada de bomberos habilitó un polideportivo para ellos.
Sjraar Theeuwen, mánager de la brigrada de bomberos de Limburgo septentrional (VRNL) declara a Gaceta Holandesa que tardaron cuatro días en apagar el incendio con la ayuda del cuerpo de bomberos alemán. “Cada helicóptero cargaba agua en Effelder Waldsee, en Alemania, con diez mil litros. En total se perdió una décima parte del área del parque nacional”. El fuego se produjo por la sequía de ese momento y por el fuerte viento que provenía del sur-oeste.
De Meinweg no ha sido el único parque nacional que ha sufrido las llamas en los Países Bajos. Otras áreas afectadas fueron los parques naturales de Deurnese Peel y Kerkeindse-heide en Brabantia Septentrional, y el parque nacional de Weerribben-Wieden en Overijssel. “Los heide (campos de brezos) y los venen (pantanos) se prenden con facilidad y propagan el fuego”, según Theeuwen, y es justamente este tipo de flora la que abunda en esta zona del país. “Antes no conocíamos los incendios de esta magnitud como los que suelen haber en España o Portugal, por eso intentamos siempre actuar de inmediato y monitorear la zona”.
La misma semana del suceso en De Meinweg, los bomberos de Brabantia Septentrional también se vieron forzados a evacuar a la población vecina del Deurnese Peel. El fuego se apagó pero sigue siendo difícil contener futuros incendios durante estos períodos largos de sequía; los pantanos elevados de la zona (turberas) contienen nitrógeno y se prenden con facilidad. El Deurnese Peel es el parque más afectado con 800 hectáreas destruidas. Aún se cree que este ha sido provocado por el descuido humano.
“La gran mayoría de los incendios forestales aquí son pequeños, pero en un país tan poblado como los Países Bajos, pueden tener gran impacto. Debido a la fragmentación del paisaje holandés con canales, ríos y carreteras, el fuego se puede ralentizar, pero también se puede propagar fácilmente por el aire”, declara Cathelijne Stoof, especialista en incendios forestales de la universidad de Wageningen.
Los incendios en Deurnsche Peel y en el Parque Nacional De Meinweg son de gran tamaño para los estándares holandeses, pero contrastan con los incendios en el sur de Europa o incluso en Alemania, Suecia y el Reino Unido.
El problema radica en el estado de las turberas (venen, en neerlandés), al este del país. En tiempos de sequía estas son capaces de producir un incendio con mayor facilidad, y son los más difíciles de apagar. Son un tipo de humedal ácido que se origina cuando el material orgánico excede al descompuesto en una laguna o pantano. En las turberas de todo el mundo se encuentran grandes depósitos de carbono, el 30% del total disponible en el subsuelo continental. Por eso, el bajo nivel del agua subterránea hace que las áreas de turba se sequen, lo que tiene consecuencias nefastas para la naturaleza y la biodiversidad.
El Deurnese Peel es el área más afectada por la desecación de las turberas. La reserva natural está compuesta principalmente de estas turberas altamente inflamables. La limitada cantidad de precipitación en las últimas semanas ha provocado que la capa superior esté muy seca, lo que la hace muy sensible al estado del subsuelo. Además, las llamas pueden estallar bajo tierra en el área del páramo alto, que luego se levantan traidoramente y causan un nuevo mar de llamas. La brigada de bomberos Brabant-Zuidoost por lo tanto informa que continuará monitoreando la zona durante días, si no semanas.
El agua debajo nuestro
El agua subterránea es el tanque de agua dulce del país, el recurso que alimenta desde la profundidad de nuestro suelo los campos de cultivo, los parques nacionales y el agua que bebemos. Quizá el término más repetido en los medios holandeses. De acuerdo a Joost Oude Hengel, del Waterschap de Limburgo Central, el tema central de debate en estas últimas semanas es que el nivel del agua está entre 10 y 15 centímetros cúbicos por debajo de lo normal, algo que es difícil de reestablecer con un simple chubasco. Este tiene que subir, piden los especialistas, desde hidrólogos y campesinos hasta aquellos que cuidan los espacios protegidos naturales.
En Güelres, los abetos están muriendo. Sus raíces no penetran a la profundidad de la tierra, o por lo menos no lo suficiente como para poder sobrevivir esta sequía. Las turberas secas vuelven a provocar incendios en el Deurnese Peel. La cosecha de la remolacha azucarera está siendo más escasa de lo normal. La única manera de que el nivel del agua suba es con lluvia, pero las precipitaciones son tan escasas que sólo queda pedirle a la sociedad que sea cuidadosa con ella.
La preocupación es que si el subsuelo se sigue secando será más difícil que respire, y como consecuencia, menos probable que vuelva a los niveles anteriores. Está “kurkdroog”, dicen los holandeses, un símil que utilizan para indicar que algo está tan duro como un corcho. Y esa es la tendencia, la tierra debajo nuestro se está desecando. El Consejo Nacional de Medio Ambiente e Infraestructuras (Raad voor de Leefomgeving en Infrastructuur en neerlandés) indica en un reporte publicado a finales de junio que la mitad de los campos de cultivo está en proceso de volverse kurkdroog , ¿y por qué? Por el uso de maquinaria pesada y, claro, la sequía. “El problema son las altas temperaturas ya que estas producen la evaporación del agua”, indica Peerboom, “que unido a la escasez de lluvia hacen que la tierra entre en fase de desecación”.
En pocas palabras, los suelos fértiles trabajan como si fueran una esponja: en períodos de lluvia absorben agua fácilmente y la contienen. Ese agua es bombeada después para la irrigación.
A finales de mayo los comités del agua o Waterschappen del este del país decidieron prohibir a los agricultores el uso del agua de las acequias y de los canales para el regadío. La medida era intransigente sobre todo en la provincia del Overijssel, donde los campesinos se vieron privados de utilizar el agua del río Gelderse Ijsel, de 125 kilómetros de longitud y que desemboca en el Ijsselmeer.
Varias entidades agrícolas están planeando medidas para contener el agua de la lluvia ya que, de acuerdo a Jac Peerboom, hidrólogo del Waterschap Limburg, mucha de ella termina en las acequias y luego en los ríos por lo que es difícil que se utilicen de una manera productiva. “Estamos concentrados en esto ya desde hace varios años”, indica Peerboom, “sabemos que existe la sequía y que las provincias del interior se ven más afectadas porque son las menos beneficiadas por el agua de los ríos”. Si se le pregunta por el estado de estos, indica que el Rin tiene menos caudal y es agua que no se represa, mientras que el río Mosa sí, y se puede utilizar para el riego.
La prohibición del uso del agua canalizada sugiere un control más estructurado de su uso. «Podemos manejar demasiada agua, pero no muy poca», dice Melle Nikkels, investigador de Aequator groen & Ruimte. «Hasta hace unos años, su distribución no era un problema: un agricultor con una bomba grande tomaba mucha agua y con una bomba pequeña tenía menos. Nadie se oponía, simplemente era así”.
“Ahora nos dirigimos al tercer verano seco y no hay suficiente lluvia para reponer el nivel del agua subterránea”, declara Nikkels. Entonces, de pronto, es necesario pensar en una distribución justa e invertir en formas de contener el agua de lluvia. “Los agricultores juegan un papel clave en el control de la sequía, pero esta forma de trabajar es nueva para nosotros”, concluye.
En una zona del parque nacional De Veluwe, entre las localidades de Leuvenum y Hierden, discurre el arroyo más largo. Ralf Verdonschot, miembro del Centro de Investigación del Medio Ambiente de Wageningen, realizó en él un experimento: “Simplemente se le echa tierra y después se ve cuál es el efecto sobre el nivel del agua y en la naturaleza”.
Su proyecto sirvió para demostrar que con algo tan sencillo como manipular el suelo de los arroyos se puede crear un sistema de regadío natural que también le podría servir a los agricultores.
En el sur de Limburgo también hay otras iniciativas de tres campesinos de la localidad de Thull. Construyen zanjas (waterbuffers) y barreras alrededor de sus campos de cultivo, y plantan sus patatas y remolachas para que el agua no fluya demasiado rápido fuera de ellas. Esto reduce el riesgo de inundaciones después de fuertes lluvias y el agua aún puede usarse durante los períodos de sequía. El waterschap en Limburgo acaba de implementar un proyecto en Oirsbeek con miras al 2021: agrandar las zanjas y las canaletas para contener el agua de lluvia con la finalidad de evitar las inundaciones y contenerlas en el subsuelo.
Aunque a mucha gente le cueste creerlo, la sequía en los Países Bajos es una realidad. Siempre acostumbrados a defenderse del exceso del agua ahora están cambiando de forma de pensar e implementando sistemas de riego que van de acuerdo al cambio climático. Ya lo decía Charles Darwin en El origen de las especies, el ser humano es un ser capaz de adaptarse fácilmente a diversas circunstancias. Quizá, este proceso sea parte de un cambio mayor, un volver a convivir en armonía con la naturaleza.
Uso del agua – consejos para el ciudadano común
- Ducharnos menos tiempo.
- Llenar un cubo o balde con el primer chorro de agua, que generalmente es frío, emplearlo después para regar plantas, asear alguna parte de la casa o simplemente cocinarla.
- No permitir que el agua corra mientras nos lavamos los dientes. En otras palabras: ¡Cerrar el grifo! Abrirlo solamente para enjuagarnos la boca y lavar el cepillo.
- Una táctica común entre los holandeses es el empleo de barriles de lluvia para almacenar el agua durante las precipitaciones. También existen sistemas para contener el agua de lluvia y utilizarla después para, por ejemplo, la lavadora, el lavavajillas y los urinarios.
- No riegue su jardín al mediodía porque el agua se evapora rápidamente. Espere hasta la noche y así las plantas disfrutarán mucho más del aporte que se les da.
- ¿Lavar el auto? Se aconseja llevarlo a un lavadero automático. Normalmente en estos establecimientos el agua se recicla por lo que es mejor para el medio ambiente.