Alguna vez habéis oído hablar de Neutraal Moresnet? Se trata de un pequeño Estado que mantuvo su independencia entre 1816 y 1920. Una independencia que, sin pedirla, le fue impuesta en el Congreso de Viena donde se instauraron las nuevas fronteras de los países europeos tras la caída de Napoleón Bonaparte. David van Reybrouck narra en su ensayo Zink (De Bijzige Bij, 2016) la historia de Neutraal Moresnet a través de la vida real de Emil Rixen, nacido en 1903 en Kelmis.
La lectura de este ensayo obliga a plantearse la pregunta sobre la relación entre la identidad propia, el origen y las fronteras del territorio. En un momento en el que los regionalismos parecen volverse cada vez más importantes vemos cómo las modificaciones a nivel regional ya no se hacen en base a un plan maestro territorial sino a través de modificaciones en el desarrollo de la administración pública. No es lo mismo “identidad” que “indentificarse con” o “pertenecer a”, así como estos conceptos tampoco deberían estar relacionados con las políticas del momento, y eso se deja ver muy bien a lo largo de sus páginas. La vida de Emil Rixen es una vida marcada por llegar a poseer diferentes nacionalidades en poco tiempo (neutraal, belga, alemana) según las naciones vecinas se apropiaban indebidamente de la zona, teniendo que formar parte del ejército que en ocasiones luchaba contra los alemanes y en ocasiones contra los belgas. Y sin embargo Rixen, hijo bastardo de una sirvienta prusiana, se mantiene fiel a la corona belga, la que le ofrece una identidad más afín a su posición personal.
¿Pero cuál es la relación entre el territorio, sus límites y la identidad? No se puede pensar en ordenamiento territorial sin pensar en sus límites. Los límites, las fronteras, son los que definen el radio de acción y los que muestran las diferencias y posibilidades que el territorio y sus políticas ofrecen. Pero a veces es el mismo territorio el que, por sus características, define dónde se encuentran los límites. Antiguamente estos límites eran físicos como los ríos, las cadenas montañosas o los desiertos, sin embargo a lo largo de la historia éstos se han ido (trans)formando por intereses políticos, de poder y económicos o, como en otras ocasiones, apelando a una identidad histórica, real o imaginada. ¿Pero qué sucede cuando la identidad de un territorio y de sus habitantes depende de dónde se encuentran sus fronteras, los límites del territorio, si estas se van modificando? ¿Realmente depende su identidad de esos límites artificiales?
Un siglo de estado independiente
El territorio de Neutraal Moresnet no contaba con más de 344 hectáreas (3,44 km2) y formaba parte de la región original de Moresnet que quedó dividida entre Prusia y los Países Bajos. ¿Pero por qué se quedó esta zona central sin corona? La razón es que en este pedacito de apenas tres kilómetros de largo se encontraba un yacimiento de cinc, metal que jugaba un papel importante en la industria de ese momento, ambicionado tanto por los jóvenes Países Bajos como por la antigua Prusia. Al no ponerse de acuerdo sobre a quién pertenecía esa zona, se definió en el tratado de Viena como un Estado neutral hasta que se solucionara la situación, quedando bajo la jurisprudencia de dos comisarios: uno prusiano y otro neerlandés, aunque en la práctica estos dos nombraron a un alcalde que se ocupaba de regir en el pequeño estado. Desde ese momento todo aquél que naciera en Moresnet obtenía un pasaporte “neutraal”.
En 1830, cuando parecía haberse logrado un acuerdo entre los dos países, la parte del sur de los Países Bajos se independizó, creándose así Bélgica. Fue entonces cuando se formó un punto en el que se encontraban los cuatro países: Holanda, Bélgica, Prusia (Alemania) y Neutraal Moresnet. Este punto todavía existe, pero ya sólo como encuentro de tres países, el llamado Drielandenpunt (punto de los tres países) en Vaals.
En sus 100 años como estado independiente Moresnet pasó de tener apenas 50 casas y unos 250 habitantes distribuidos por su pequeño territorio a contar con más de 4.600 habitantes en su capital, Kelmis. Todos aquellos prusianos, holandeses, belgas, franceses… que no lograban encajar en su entorno por cuestiones ideológicas, políticas, sociales o económicas sabían encontrar el camino a Moresnet haciéndose ciudadanos “neutrales”.
Kelmis, la que se podría llamar capital de Neutraal Moresnet, debió de ser una ciudad cosmopolita como pocas, en la que el mercado negro, la prostitución, el contrabando y la delincuencia convivían con los poderosos del Estado y los grandes empresarios del cinc que se preocupaban por sus obreros, ofreciéndoles vivienda, atención médica y escolarización gratuita para sus hijos, contando también con sus asociaciones (de caza, de carnaval…), su casino y su coro en la iglesia. Todo ello financiado por el propietario de la mina de cinc con el fin de mantenerlos contentos, lejos de la creación de sindicatos como en los países vecinos. En Neutraal Moresnet se admitía el franco francés, el belga y el florín, entre otros. Se hablaba el francés, el alemán y los dialectos de Limburgo y de la antigua región de Moresnet. En un momento se decidió que el idioma oficial tenía que ser el esperanto.
Todo este crisol de idiomas, formas de vida y de pensamiento se produjeron entre su autonomía y ocupaciones belgas y alemanas, teniendo que luchar sus habitantes (los aptos para el servicio militar) por los intereses políticos de unos y otros según el momento y la ocupación. En el ensayo no queda muy claro qué opinaban sobre esto los habitantes neutrales, más bien se presenta como algo que les acontecía.
Pero volvamos ahora a Holanda año 2018, el año de las elecciones locales, donde se debate la dicotomía de lo local y lo global y en donde los límites y las fronteras se diluyen o se levantan según los miedos y los intereses del momento. Éste año los grandes ganadores han sido los partidos locales en muchos de los cuales el populismo va en aumento. Esto no es extraño, parece ser una tendencia global con implicaciones a nivel regional y de territorio donde los límites marcan las posibilidades de acción política y económica.
El año pasado oíamos hablar por primera vez del término “dorpismo”, que define cómo el territorio holandés se divide en áreas cada vez más pequeñas hasta llegar al nivel de pueblo, en las que los ayuntamientos regionales intentan obtener lo más posible para y de sus propios habitantes, movilizándolos a través de historias sobre su identidad y cómo ésta se haya en peligro por amenazas externas (regionales, nacionales, internacionales, globales). Finalmente, el territorio tiende a volver a la falacia de sus límites originales, sin saber a ciencia cierta por qué se elige un momento determinado como “origen”, generando una descentralización de políticas y medios disponibles que tienen grandes consecuencias para su futuro desarrollo. No es lo mismo disponer de medios a nivel estatal que a nivel local para el desarrollo de infraestructuras de servicios, sanidad, vivienda, etc.
¿Y qué pasó con la antigua Neutraal Moresnet? Esta zona terminó formando parte de Bélgica. Poca gente parece ser consciente de cómo, en el curso de aquellos cien años, sus fronteras se fueron modificando y diluyendo hasta desaparecer y volver a formar parte de un territorio más amplio. También su identidad se ha ido transformando con el paso del tiempo, antes y después de formar un Estado propio. Sabemos que, al menos hasta 2016, en el café Select de Kelmis, cada tercer viernes del mes se reunían cinco personas para continuar la tradición de hablar en esperanto y mantener “viva” esta lengua que alguna vez fue la oficial en el estado de Neutraal Moresnet.