La imagen de los Países Bajos ante el mundo es la de un país al alcance de una bicicleta. Sin embargo, hay una Holanda que vive en la periferia, que debe desplazarse el doble de quienes viven en el centro para acceder a servicios básicos, y no tiene una sala de cine cercana para entretenerse durante el fin de semana. Este es un reportaje sobre la Holanda que se vacía, sobre las regiones neerlandesas que se contraen.
El precio elevado que pagamos por un metro cuadrado de una vivienda en una ciudad como Ámsterdam (5.000 euros de media); las incomodidades y enfermedades que aceptamos al compartir la misma porción de tierra con más personas (la Covid-19 se ha cebado en las ciudades más grandes con una tasa de contagio de 950, o más, por cada 100.000 habitantes); la resignación a respirar aire muy contaminado y vivir con el infinito ruido de fondo de los carros (en las más concurridas calles de las principales ciudades los niveles de contaminación auditiva sobrepasan los 75 dB), indican que en los Países Bajos amamos la ciudad.
Pero el fenómeno es global. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU) el 55 por ciento de la población mundial vive en la urbe, y para 2050 seremos el 68 por ciento.
En una búsqueda rápida por internet de la palabra «Holanda» se obtienen imágenes preciosas: casas de ladrillo como casitas de muñecos, canales, botes, tulipanes de colores, molinos de viento y muchas bicicletas. La sensación que dejan las fotografías es la de un país con ciudades de ensueño. En la región del Randstad, la unión socio-económica de las mayores urbes del país, donde están concentrados esos lugares de ensueño, viven algo más de ocho millones de habitantes, casi la mitad de la población total.
Cuando todos queremos estar en la ciudad, o cerca de ella, la población de las zonas rurales o periféricas disminuye, y esto ha sido especialmente visible en los Países Bajos durante la última década. «A esas zonas donde la población y el número de hogares decae las llamamos krimpregio`s. Nos vamos de allí porque en la ciudad se centralizan los trabajos mejores pagados, y se puede ganar un poco más de dinero al prestar servicios como conductor de taxi o de bicicleta turística», declara la doctora en Desarrollo Regional, y profesora de la universidad de Ciencias Aplicadas de Groningen, Elles Bulder.
En español krimpregio’s significa regiones en contracción. Esta vez, al introducir este término de búsqueda, no se obtienen imágenes preciosas de ciudades pintorescas, sino un par de fotografías de pastizales, casas grandes y descoloridas, y bodegas aún más grandes; además de cientos de mapas de los Países Bajos con varias regiones sombreadas, las que se están contrayendo. En total hay nueve: cuatro al noroeste, tres al sureste y una al este y suroeste del país. La principal característica que comparten estas regiones es que son fronterizas, y el ocho por ciento de los neerlandeses vive en ellas, algo más de un millón de habitantes.
Lo que parece ser el problema
Veendam es un municipio y una ciudad de la provincia de Groningen, y hace parte de las krimpregio’s. Martin Hoving creció allí. Es el cuarto de cinco hijos de una familia tradicional que vivió de las ayudas económicas del Gobierno. Antes de Veendam vivió en Saturno, un barrio de clase media-baja en la ciudad de Hoogezand, también al norte del país. Pero con el tiempo Saturno se convirtió en un lugar inseguro: «no soy nadie para juzgar, pero había muchos americanos y turcos en el barrio, así que mis padres decidieron migrar a Veendam cuando yo tenía dos años. Me sorprende escuchar que está es una región en contracción —dice Martin—. Si la gente quisiera irse de algún lugar sería de Hoogezand, no de Veendam. Es preciosa, con mucho verde y grandes espacios».
Vivir y crecer en una ciudad que no ofrece niveles académicos superiores al VMBO o formación profesional supuso para Martin y sus hermanos tener que migrar a la ciudad de Groningen para continuar sus estudios. «Tomaba el bus todos los días desde Veendam para ir a clase, y los fines de semana me quedaba en el apartamento de uno de mis hermanos» cuenta Martin. Después de terminar su MBO de Turismo, Martin se mudó a Zwolle para recibir clases en Assen. Eligió Zwolle como su lugar de residencia porque tenía a un amigo allí, y dejó Veendam porque si quería llegar desde allí a Assen debía tomar primero el bus hasta Zwolle, y luego el tren hasta Assen —para su tiempo, el tren que llegaba a Veendam era un tipo de ferrocarril turístico destartalado—. Sus amigos de infancia tampoco vivían en Veendam por las mismas razones.
Tiempo después, Martin se mudó definitivamente a Assen, donde conoció a su mujer y vive junto con ella y sus tres hijos. Casi todos sus hermanos viven en otras ciudades, menos su hermano mayor, que tiene una deficiencia mental y aún vive en Veendam, al igual que su madre. «Si las ubicas en un mapa, verás que las instituciones de educación superior están concentradas en los pueblos y ciudades más grandes», confirma la profesora Bulder, «muchos jóvenes de 16 o 17 años deben dejar sus casas y sus familias para continuar su formación académica. Después de que ese primer vínculo se corta, echar raíces en otros lugares es aún más fácil. La vida florece en otra dirección, por lo regular en la ciudad, o muy cerca de ella».
Le pregunto a Martin si piensa regresar algún día a Veendam. «La gente en Veendam es un poco de baja clase, hablan con un gran acento y los hijos les gritan a los padres en lugar de hablar. No es como me gusta que me hablen, ni hablar —me dice con la cara seria—. En Assen también tienes a ese tipo de gente, pero viven al este» afirma.
¿De qué está hecha una ciudad que se contrae?
Cuando Jaap van der Burg, el mejor amigo de infancia de Martin, se graduó como trabajador social en la universidad de Ciencias Aplicadas de Groningen volvió a Veendam porque allí comprar una casa salía más barato que en la ciudad, y estaría rodeado de su familia y de un par de amigos. A sus 35 años aún vive allí, y acaba de ser padre por primera vez. «Aquí no hay hospital, para que la niña nazca tendremos que conducir durante veinte minutos hasta Stadskanaal, la ciudad donde está el hospital más cercano», me habría de decir el nuevo padre dos días antes del alumbramiento. No hay hospital, tampoco cines, pero sí un teatro pequeño y una biblioteca, «una grande si se considera lo que es Veendam; y desde hace diez años tenemos una estación de tren», agrega Jaap.
Jaap y su mujer, Geke Witteveen, creen que son dos las diferencias más relevantes de criar a su hija en una región en contracción y no en la ciudad: “no tendremos que preocuparnos por espacios para que juegue ni por el tráfico de la zona, y cuando crezca seremos nosotros los que la llevaremos en auto a todos lados”.
El problema es que hay muchas personas como Martin que se van a ciudades con más opciones de estudio y empleo, y luego forman sus familias allí; y muy pocas como Jaap, que después de terminar sus carreras secundarias o universitarias, regresan a sus ciudades con pocas oportunidades de empleo, y luego forman sus familias allí.
Para Jaap no se trata de que la gente quiera irse de Veendam porque sea un mal lugar sino de lo que ofrece la ciudad, «allá siempre tienes más», dice. Y al no tener hospitales, ni cines, ni variedades de tiendas y restaurantes cercanos, ni transporte público con horarios extendidos, hay que tener un carro, por ejemplo, y saberlo manejar; una computadora con conexión a internet para comprar ropa, como hace Jaap, y saberla operar. Por fortuna, las distancias en los Países Bajos son mucho menores que en el resto de Europa y el mundo: se necesitarían doce Países Bajos para formar una España y más de veintisiete Países Bajos para formar una Colombia. La mayoría de neerlandeses tiene una tienda, un médico y un hospital a 10 km a su redonda, según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas (CBS).
Sin embargo, la definición de accesible varía de una persona a otra. Lo que es accesible para Jaap, joven, con licencia de conducir, un auto y un trabajo estable en Assen —que está a 30 minutos de Veendam en auto— puede no serlo para la madre de Martin, de 65 años, que nunca tuvo un trabajo estable ni una licencia de conducción, e incluso recibe ayuda estatal para los quehaceres de su hogar.
Y la población de las regiones que se contraen, que decaerá un 19 por ciento para 2030 según el CBS, verá a sus adultos mayores (de 65 años o más) aumentar a más de un tercio del total de su población.
Entonces el problema, ya de por sí complejo, se convierte en un bucle infinito: «Lo que intento explicarles a mis estudiantes es que no sólo se trata de jóvenes que migran por un buen trabajo, sino también de la disminución de la tasa de la natalidad en estas regiones, y de gente muy mayor que al tener problemas de movilidad típicos de edades avanzadas le es imposible ir al hospital, o a una tienda, y se va a residencias privadas para adultos mayores, que regularmente son construidas por empresarios inmobiliarios en las áreas rurales más pobladas, o en la ciudad», indica la profesora Bulder.
Y para entender por qué este problema se convierte en un asunto público debemos retroceder once años. «Aunque las discusiones sobre las regiones en contracción comenzaron en 2006, no fue hasta 2009 que se crearon las primeras políticas públicas para atender el problema. El término krimpregio es una definición política, se usa para legitimizar la entrega de dineros públicos a las regiones que sufren este fenómeno», explica Bettina Bock, profesora especializada en Disminución de la Población y Calidad de Vida de la universidad de Groningen.
De hecho, si observáramos el problema con un lente gran angular, nos daríamos cuenta de que no solo se trata de un asunto público sino de todo un país y continente. «Se espera que la población total de los Países Bajos disminuya a partir de 2030, a menos que la inmigración extranjera siga siendo alta y supere el declive natural de la población y la emigración. En ese sentido, los Países Bajos son una región en anticipación como incluso, quizás, lo sea Europa», les dijo la profesora Bettina a los estudiantes de la universidad de Groningen durante su discurso inaugural del año académico 2016, titulado «Vacío y espacio, sobre la disminución de la población y la calidad de vida en el norte de los Países Bajos», basándose en las cifras del informe de la Agencia de Evaluación Ambiental «Los Países Bajos en 2030 y 2050: dos escenarios de referencia».
Un asunto público, continental y además paradójico si se mira bajo la luz de los discursos políticos de la extrema derecha, que cada día ganan más terreno en los gobiernos locales y nacionales europeos.
Las necesidades de la periferia
En 2019, la escasez de estudiantes en las escuelas secundarias de estas regiones, especialmente para los grados superiores, obligó al ministro de educación básica y secundaria, Arie Slob, a destinar hasta 48 millones de euros en los próximos años para asegurar que al menos una escuela cerca de estas regiones se mantenga abierta.
El ministro también afirmó que esperaba que las instituciones hicieran con estos ingresos «su propia oferta educativa, pensando en afrontar aún más la disminución del número de estudiantes, al tiempo que mantienen el nivel educativo y la accesibilidad». Sin embargo, aclaró que «cerrar escuelas era y seguiría siendo la responsabilidad de las juntas escolares regionales», y que los alivios económicos adicionales «solo les ayudarían a tomar una mejor decisión al respecto».
Durante este año, y de un día para otro, el Centro Comunitario Dukdalf, que alberga algo más de sesenta clubes y asociaciones civiles en Veendam, entre los que se encontraban una discoteca para niños y un gimnasio para padres, dejó de existir. La municipalidad no tenía dinero suficiente para la renovación del viejo edificio donde funcionaba el centro comunitario, y la dificultad económica no era precisamente una consecuencia de la pandemia.
Después de una larga búsqueda, y con la ayuda de la misma municipalidad, casi todas las asociaciones encontraron un lugar para continuar. Unas cerraron, otras se fueron de Veendam y otras más se unieron al Jacob Bruggema, un centro comunitario a 20 minutos —en transporte público— del extinto Dukdalf, y en donde también funciona parte de una institución educativa. Después del cierre de Dukdalf la municipalidad anuncioó renovaciones en el centro comunitario Jacob Bruggema por al menos 25.000 euros.
La solución que parece plantear el Gobierno Nacional en ambos casos —el cierre de escuelas y de centros comunitarios—, es la misma: hay cierta cantidad de recursos económicos que muchas veces no son suficientes para paliar el problema, se prestan asesorías, pero al final del día la responsabilidad del problema es local. «Esto ocurre porque durante la crisis financiera de 2007 y 2008 el Estado decidió delegar la responsabilidad de ciertos cuidados sociales a las municipalidades, al tiempo que recortó sus presupuestos», explica Bettina. «En realidad el último problema de las krimpregios son las cifras. Se trata de bajos ingresos económicos, de deudas, bajos niveles educativos, niveles altísimos de desempleo, graves problemas de salud, dificultades para adultos mayores que deben mantener casas de dos o más habitaciones porque no hay una buena oferta de vivienda pensada para ellos, al tiempo que difícilmente pueden cuidar de sí mismos. Y, claro, ayuntamientos que lo pasan muy mal en términos económicos», agrega la profesora.
Cómo funciona el sistema
Bettina Bock también estudia el desarrollo rural en tiempos de urbanización exacerbada no solo en Europa sino en otras partes del mundo, y explica que las últimas décadas son llamadas las de «las ciudades». «La gente cree que la vida es excitante y maravillosa allí, y en ese sentido no sólo el gobierno de los Países Bajos invierte en la urbe, sino todos los gobiernos del mundo. Es un fenómeno global que nace de un estado socio-económico como el actual, pero también de un estado mental». Y explica: «Pensamos que es en la ciudad donde tenemos que estar si queremos ser exitosos, ya se trate de Nueva York o Ámsterdam, París o Berlín».
«Y desde hace diez años tenemos un gobierno nacional de corte neoliberal que se enfoca en las grandes empresas, en las zonas urbanas; estimula lo que produce dinero y se olvida de lo que no, y eso da una riqueza más dividida», agrega Elles Bulder.
Esto también se refleja en la economía neerlandesa: «En comparación con 1999, se ha producido un cambio significativo en la estructura del empleo. Ha disminuido la importancia de la industria, pero también de la agricultura, la construcción y los servicios financieros”, explica el informe del CBS «Estructura del trabajo: empleo en 1999 y 2019». Precisamente eran estas industrias las que movían, en la mayoría de los casos, la economía y el empleo de estas regiones en contracción.
El estudio concluye que son los servicios de salud y empresariales los que han crecido con fuerza: «Estos (los servicios empresariales), incluidos los trabajadores temporales, son la industria más grande con 2,4 millones de puestos de trabajo. La atención médica representa 1,7 millones de puestos y el comercio 1,6 millones». Aunque. por los efectos de la pandemia. el crecimiento de las plazas de empleo durante los dos últimos años, representado en 322 mil puestos (el 3 por ciento del total de plazas) «fue aniquilado de un solo golpe», según el mismo instituto. Los sectores más afectados son los mismos, en palabras de Bulder, que el sistema estimula: comercio, transporte, cáterin y servicios empresariales.
La resistencia
Cuando hay poca inversión pública para el cuidado social de quienes viven en las regiones que se contraen, sus habitantes se unen para llenar los vacíos que deja el olvido estatal. Groninger Dorpen es un ejemplo de ello. La organización se llama así misma colaboradora, defensora, intermediaria, iniciadora, supervisora y líder de proyectos. En realidad apoya cualquier idea nacida en las villas rurales de Groningen que busque mejorar la calidad de vida de sus habitantes.
La organización tienen un mapa en su página web lleno de globitos que resalta cada iniciativa de cohesión civil en las zonas rurales de Groningen. La oferta es variada y casi siempre tiene como punto de encuentro una casa comunitaria donde cuidan a sus adultos mayores, donde hacen conciertos, donde aprender a reciclar, donde los agricultores y deportistas se unen para hablar de las dificultades que enfrentan, donde refuerzan las competencias informáticas de los niños y niñas, todo, de manera voluntaria.
Los empresarios aventureros también han jugado un papel importante en la periferia neerlandesa. Han apostado por el espacio vacío que deja la migración al centro para emprender en él —quien tenga alguna noción de espacio en los Países Bajos sabrá qué tan preciado es—. Un ejemplo de ello es De Toekomst, una fábrica en Scheemda que producía cartón y quebró en 1968, y ahora es un complejo de 23 hectáreas donde se organizan toda clase de eventos. Otro ejemplo es Hooghoudt, productores de ginebra de antaño, que han diversificado su mercado con la siembra de granos típicos neerlandeses para producir nuevos ginebras con plantas nativas.
“Y conozco dos casos que demuestran lo mucho que falta por producir en estas regiones: un optómetra que ahora le hace las gafas a los adultos mayores y una comerciante que abrió una tienda para niños y bebés. Al principio todos creyeron que estaba loca, lo que olvidaban era que los adultos mayores son abuelos y abuelas que gastan en sus nietos. Ambos emprendedores la están pasando de maravilla”, me dice la profesora Bulder desde la municipalidad de Oldambt, situada en una región en contracción.
Cuando les pregunto a las académicas por qué deberían importarnos estas regiones y qué las ha sorprendido en más de diez años de estudio sus voces se hacen una: «La periferia es el jardín de la ciudad, la necesitamos para producir nuestra comida, para recrearnos, para respirar. Y nos sorprende la belleza de estos lugares, y la cantidad de iniciativas civiles de personas que aún aman vivir allí y no se dan por vencidas».