Varios pueblos al norte del país cuentan la historia que se tejió hace 200 años, cuando uno de los generales más admirados de la época de la colonia, Johannes van den Bosch, tuvo una idea: replicar el concepto colonizador neerlandés, de forma “benevolente”, en su propio país.
La historia comienza con un problema: las guerras napoleónicas habían dejado a los Países Bajos empobrecido, con casi un tercio de la población viviendo de las ayudas sociales y el Tesoro Nacional al borde de la quiebra. Y una solución: una sociedad que pagara por la tierra y las casas y la población necesitada, ahora agricultores, retribuiría las ayudas obtenidas con su trabajo a la tierra. La idea provino de Johannes van den Bosch. Y para entender cómo la ejecutó, primero se debe entender quién era van den Bosch.
El general den Bosch fue un oficial y político neerlandés. Gobernador de las mal llamadas Indias Orientales Neerlandesas —lo que hoy conocemos como Indonesia—, y comandante de su Real Ejército; ministro de las Colonias y del Estado. Su experiencia y visión de mundo hicieron de él un impulsor de la idea de erradicar la pobreza en los Países Bajos a través de colonias ‘libres’. A él se unieron, seducidos por la propuesta, el rey y la élite nacional.
El lugar para desarrollar el experimento debía ser tierra barata y sin cultivar. Y la población que allí se instalaría sería la más empobrecida, sacada mayoritariamente de las ciudades, para convertirse en agricultores. Drenthe fue la provincia elegida. Se compraron 80 kilómetros cuadrados de tierra y la primera colonia, fundada en 1818, llamada Frederiksoord en honor al príncipe Frederik, patrón del experimento nacional, dio origen a la Sociedad de la Benevolencia, Koloniën van Weldadigheid en neerlandés. Al experimento, con el paso del tiempo, se le anexarían más colonias, algunas de ellas: Wilhelminaoord, Willemsoord, entre otras.
El recorrido comienza en Frederiksoord. Encontrar un sitio para aparcar es fácil, el pueblo es tranquilo. Allí está el Museo De Koloniehof, abierto ya al público y que sirve como custodio de las memorias de las colonias. Los niños, que por lo regular no se la llevan bien con los museos, tienen la diversión asegurada: hay un lugar para ellos donde pueden obtener un “diploma de la colonia”, después de cazar un tesoro.
Si lo que se quiere es descubrir el lugar por cuenta propia lo mejor es utilizar la app Layers, que se descarga escaneando el código de barras expuesto en las placas informativas que acompañan las construcciones de la época de las colonias, o ingresar a la página web de las rutas de la colonia y dejarse seducir por alguna de ellas. Se necesitará buena conexión a internet y batería. La aplicación propone varias rutas para descubrir. Si se quiere hacerlas todas lo mejor es planear una visita de varios días. Encontrar un hostal o alojamiento y desayuno será fácil. En Gaceta Holandesa decidimos recorrer las Vrije Koloniën, los lugares donde vivían las familias, digamos, “libres” a diferencia de las colonias donde obligaban a las personas a hacer trabajo forzado y a quedarse en contra de su voluntad. El transporte ideal para hacer la ruta, que cuenta con 16 puntos de interés, es el carro o la bici. En el lugar se pueden rentar escúteres. Hidratación y una buena merienda son el complemento ideal para esta aventura.
La casa Westerbeek
Fundada alrededor de 1770 por el dueño de lo que antes era el Estado de Westerbeeksloot, Jonkheer Nicolaas van Heloma, la casa es el punto de partida de este recorrido (imagen en portada). En ella vivió el mismo general van den Bosch. Desde la creación de la Sociedad de la Benevolencia la casa ha sido propiedad de ésta. En la actualidad, es la oficina de la Fundación de la Sociedad de la Benevolencia, el remanente de la Sociedad. Rodeada de árboles altos, con bancas que invitan a sentarse y dejarse cantar por los pajaritos que anuncian verano, la casa Westerbeek está rodeada por un bello bosque.
La primera construcción de la colonia
“El propósito de la Sociedad es (…) mejorar la condición de los pobres y las clases bajas al proporcionarles trabajo, mantenimiento y educación, sacándolos de su estado de corrupción y educándolos para una civilización, iluminación e industria superiores”. Con este propósito se erige el 25 de agosto de 1818 —a tan solo 400 metros de la casa Westerbeek— el primer edificio de la colonia libre. El objetivo era que los colonos aprendieran a cultivar la tierra. Pero el fracaso económico y social del experimento frustra los planes. Sin embargo, con esta construcción se crea la semilla de lo que sería la primera escuela de horticultura de los Países Bajos. El lugar, situado justo al frente de la casa de huéspedes de la colonia, es un imperdible por su gran importancia histórica.
La magia de las historias locales
Al bajar la calle y llegar a la réplica de una de las escuelas para niños de la colonia vive Janneke Komen. Se mudó allí por las llamadas nacionales que ha hecho el pueblo para atraer ideas innovadoras que le den un nuevo significado a las colonias. Además de ser una de las custodias del libro más antiguo que hasta el momento se pueda encontrar de la escuela de horticultura es, también, una revolucionaria que renunció a su trabajo y quiere plagar el lugar del movimiento Pequeñas Casas, con el que busca impactar el sistema del cuidado neerlandés y el turismo del lugar a través de la economía circular. Si se cuenta con suerte, Janneke estará deambulando por ahí, saludándote, contándote a fondo la historia del lugar y explicándote su idea.
Los vestigios de las casas de los colonos
Al continuar la ruta se llega a lo que queda de las casas de las primeras colonias libres. La pareja René e Inge Westerhoff habita una de ellas. Viven ahí desde 1993 y han reformado la construcción de modo que la casa original es ahora su sala. “El lugar en el que esta gente vivía era de cinco por cinco, algo muy pequeño para familias de seis a ocho integrantes. El resto del terreno era para los cultivos y animales”, cuenta René. Con otro golpe de suerte, la pareja estará en su hogar dispuesta a dejarte ojear la casa sin problema.
La iglesia, el colegio y el cementerio
Al continuar el recorrido, lleno de paisajes amplios y acompañado de animales como vacas, ovejas y alpacas, se puede visitar también la Westerkerk, una construcción pintoresca construida en 1935 que funcionó como iglesia de la comunidad reformada hasta 1962. Por los siguientes 18 años la pequeña casa, que rompe con los cánones arquitectónicos y estéticos del lugar, fue utilizada como escuela dominical para niños. Sin embargo, con el tiempo los niños fueron cada vez menos. En 1980 el artista frisón Rinny Siemonsma compró la propiedad e hizo de esta su taller. Hoy, como lo dice un pequeño cartel colgado en la entrada de la propiedad, puede “ser rentada para pasar fines de semana, como estudio fotográfico o sesiones de entrenamiento”.
La ruta continúa hasta llegar a la colonia Wilhelminaoord, nombrada así en honor a la madre del rey William I. En esta pequeña villa está el colegio oficial de las colonias libres, fundado en 1821 y declarado monumento nacional. Desde los seis años la asistencia a la escuela era obligatoria. Antes de la construcción de la escuela los niños recibían clases en el pueblo de Vledder. Sin embargo, esto les fue prohibido y comenzaron a recibir una educación especial como hijos de colonos. En una construcción simbiótica, la escuelita y la casa del profesor eran una sola edificación, en la que también se hacían servicios religiosos para los colonos de fe católica.
Las antiguas colonias de estos paisajes llanos ocupan entre 500 y 4000 hectáreas y cumplen un patrón histórico de bosques, prado, campo y edificación. “Cada uno de estos paisajes tiene una estructura jerárquica y octogonal de callejones, caminos, canales y zanjas y una división de parcela rectangular”, explica la postulación ante la Unesco que se realizó en el 2015 para que el lugar sea declarado como Patrimonio de la Humanidad. Si todo sale bien, este año las colonias podrían convertirse en el número once en la lista de patrimonios de la Humanidad con la que cuenta Países Bajos.
Para terminar el recorrido: un corto paseo por el cementerio y la visita a las casas de descanso. En el cementerio, creado en 1829 para directores, funcionarios y colonos, se puede visitar la tumba de Daniella Elisabeth van Oosterhoudt, suegra del general den Bosch. El homenaje que hay sobre el entierro también ha sido declarado como monumento nacional, y aún hoy se hacen funerales de personas relacionadas con las colonias.
La primera casa de descanso de la colonia fue construida en 1893 gracias a donaciones. A los once años de haberse construido se erigió la segunda casa de descanso —gracias, nuevamente, a donaciones—. Esta segunda construcción, según la placa informativa que la acompaña, “tenía el objetivo de darle hogar a 25 colonos solteros y ancianos”.
Visitar los remanentes de la Sociedad de la Benevolencia, los que bien podrían ser el germen del Estado moderno de bienestar del siglo XX, es toda una aventura y una gran ventana al pasado, que permite palpar la visión occidental de mundo y “progreso” en medio de paisajes planos y simples, pero acogedores.