Países Bajos no ha sido ajeno a la ola de cambios y reflexión que ha llevado a Black Lives Matter a convertirse en una de las palabras de un año imposible de resumir en un sólo término. A pesar de la pandemia de la COVID-19 y sus consecuencias, las protestas contra el racismo y los debates asociados han centrado la atención pública. Tanto el primer ministro Rutte como el rey Willem-Alexander han pronunciado sendas disculpas por el rol holandés en el holocausto y en la Guerra de la Independencia indonesia.

La tolerancia holandesa: depende de para quién

Septiembre de 1961, Oldenzaal. Italianos y españoles, algunos llegados pedaleando desde Enschede, se agolpan en torno a la Casa Cortina, el centro cívico de los primeros en la pequeña localidad cercana a la frontera alemana. Una turba les rodea, blandiendo cadenas de bicicleta, cuchillos y tuberías.

A pesar de que hoy en día, las algaradas de Wilders y Baudet suelen estar dirigidas hacia comunidades como la marroquí o la turca, en aquel mes los trabajadores del sur de Europa fueron el objetivo de la ira popular. Carteles prohibiendo expresamente la entrada a los italianos, solteros por contrato, en los salones de baile del pueblo, habían sido el detonante de las tensiones entre holandeses y extranjeros. El episodio se saldó con varios inmigrantes hospitalizados, una visita consular para intentar calmar los ánimos, algunos días de huelga y un puñado de retornados, desencantados, a sus lugares de origen.

El ejemplo sirve para ilustrar que la imagen ampliamente difundida de Holanda como país moderno, acogedor y abierto queda cuestionada por las sucesivas agresiones sufridas por minorías de toda procedencia ante su asentamiento. Molucanos, turcos o indonesios experimentaron sucesivamente la discriminación y los intentos, a veces agresivos, de asimilación cultural. Esta discriminación del diferente no se entiende sin profundizar en las interacciones coloniales holandesas.

El diario De Volkskrant publica el 9 de septiembre de 1961 la noticia de la «vuelta a la madre patria» de 24 trabajadores españoles.

En los relatos sobre el imperio holandés, la dimensión de su orientación comercial tiende a eclipsar la realidad de la opresión de los pueblos colonizados. Hasta 1800, los territorios de Asia y Sudáfrica fueron explotados por la Compañía de las Indias Orientales, mientras que los del Caribe correspondieron a la Compañía de las Indias Occidentales. Sin duda la más conocida de las dos es la primera, que en la primera mitad del siglo XVII logró obtener réditos cercanos al 1.700% mediante el monopolio del comercio de especias como la nuez moscada y el clavo. Este control de bienes de bajo volúmen y gran margen de beneficios, unido a una estructura accionarial que flexibilizó los requisitos de capital y la participación de los inversores, sentaron algunas de las bases más importantes de las finanzas modernas. La Compañía sirvió para controlar, primero de forma económica y más tarde social y política, las islas que hoy en día componen Indonesia, que se tornaron en centro del comercio con Java y principal núcleo de la presencia holandesa en Asia. La esclavización de decenas de miles de personas para coordinar la extracción de recursos derivó con el tiempo en un superávit colonial equivalente a cientos de miles de millones de euros anuales. Mientras la metrópoli se enriquecía, la economía local quedó devastada por la destrucción de su modelo productivo tradicional para satisfacer a los mercados de ultramar.

Este desigual negocio tuvo un final sangriento, que culminó con la Revolución Indonesia entre 1945 y 1949, cuando finalmente Países Bajos reconoció la independencia de su antigua colonia, de la que fueron desalojados en 1942 por Japón. Los esfuerzos por restablecer el control de un país que se había declarado independiente en 1945 terminaron en el asesinato de cientos de miles de indonesios y la reubicación de millones de personas.

En 2020, el periodo comprendido entre 1945 y 1949 ha vuelto a ser objeto de reflexión. Así lo atestiguan las disculpas ofrecidas por el monarca Willem-Alexander el 10 de marzo por la “excesiva violencia” empleada por Países Bajos contra su ex colonia durante estos años.

Disculpas reales parciales

Para el profesor Gert Oostindie, titular de Historia Colonial y Postcolonial en la universidad de Leiden, la solicitud de perdón real “no es algo nuevo, sino que supone la posición oficial del Gobierno holandés desde 2005, si bien las disculpas por crímenes de guerra sólo comenzaron a pronunciarse en 2011”. Lo que no duda en reconocer Oostindie, que ha dirigido iniciativas académicas impulsadas por el Gobierno para arrojar luz sobre el periodo colonial en Indonesia, es la importancia simbólica del momento, que se produjo en el palacio presidencial de la capital, Yakarta.

Pero para Jerry Pondaag, fundador del Comité para las Deudas Holandesas de Honor, las disculpas fueron “una declaración ridícula”. Según este activista llegado a Países Bajos con 16 años en 1969, las excusas “por el uso de la extrema violencia desplegada entre 1945 y 1949 dan a entender que no hay nada por lo que disculparse antes de esta fecha, e incluso que hay otros tipos de violencia no extrema de las que no hay que disculparse”.

La primeras ideas de Pondaag acerca de su país de origen estaban marcadas por el conflicto y la propaganda colonial: “Cuando llegué a Países Bajos a finales de los 60, el discurso oficial calificaba a los indonesios de extremistas, terroristas y ladrones. Sukarno (líder de la Revolución Indonesia y primer presidente del país entre 1945 y 1967) era mostrado como un títere de los japoneses”. Pero el testimonio de un militar holandés en una entrevista televisada, que apuntaba a la existencia de crímenes de guerra, comenzó a despertar un cuestionamiento de la historia por parte de Jerry.

©Koninklijke Bibliotheek/Nederlands Instituut voor Oorlogsdocumentatie

En 1995, fue de nuevo la televisión la que hizo que Pondaag pasase del cuestionamiento a la acción. Un documental de la cadena RTL5 sobre la masacre de Rawagede, en la que cientos de indonesios desarmados fueron asesinados por las fuerzas holandesas, fue el detonante de la creación el 5 de mayo de 2005 del Comité de las Deudas Holandesas de Honor. Con un nombre basado en los tribunales japoneses para dirimir sus responsabilidades tras la Segunda Guerra Mundial, la fecha de su fundación también está cargada de simbología: “Elegí el 5 de mayo por ser el Día de la Liberación de Países Bajos, que conmemora el final de la ocupación alemana. ¿Qué sentido tiene ser liberados, para acto seguido dedicarse a recolonizar Indonesia?”

El Comité creado por Pondaag consiguió una victoria histórica frente a los tribunales holandeses en 2011, respecto a los hechos acontecidos en Rawagede en diciembre de 1947. Un contingente militar holandés se encargó de separar a mujeres, niños y ancianos de los hombres jóvenes, a quienes interrogaron y torturaron para intentar desvelar información sobre las guerrillas que operaban en la zona. Al no obtenerla, entre 150 (según estimaciones holandesas) y 450 (de acuerdo al cómputo local) personas fueron fusiladas.

Tal y como atestigua un informe del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, fechado en 1948, los eventos fueron rápidamente objeto de investigación. Las responsabilidades de la administración colonial holandesa quedaron patentes desde el principio, visto que no se requisaron armas en Rawagede ni se registraron bajas entre los militares holandeses, y por lo tanto no había excusas que justificaran las víctimas en el otro bando. Sin importar la condena de los hechos en organismos internacionales apenas un año después de que sucedieran, a Países Bajos le costó reconocer su responsabilidad frente a las doce viudas que Pondaag consiguió reunir, tras viajar varias veces a la zona donde se cometieron los asesinatos:

“A pesar de que el Gobierno holandés quería hacernos creer lo contrario, asegurando que los crímenes de Rawagede ya habían prescrito, dos tribunales seguidos nos dieron la razón respecto a la vigencia judicial de los hechos. E incluso así, los abogados del Estado hicieron lo imposible para descalificarnos: decían que nuestros testigos no eran de fiar, o que eran muy viejos y sus recuerdos estaban alterados. En otras masacres, como las de Sulawesi en 1947 o la de Rengat en 1949, esta estrategia les sirvió, pero en Rawagede fue en vano”.


Este año se estrena la película De Oost, sobre un soldado holandés en la guerra de la Independencia indonesia, fuertemente criticada
por algunas asociaciones indonesias. El tráiler puede verse
aquí. Imagen: De Oost Film

Compensar o no a las víctimas, dilema pendiente

Así, las disculpas de marzo de Willem-Alexander forman parte de un proceso más amplio, que podría considerarse una reconciliación nacional con el pasado: tanto con el de las excolonias, como con el de las comunidades de estos países que ahora viven en Países Bajos. De acuerdo al profesor Oostindie, “las disculpas del Rey son esenciales, pero no constituyen una condena del colonialismo. Sólamente sobre la trata de esclavos y la esclavitud, el Gobierno holandés ha mostrado su arrepentimiento más profundo, pero no ha pronunciado disculpa alguna”. Tema aparte son las iniciativas locales de Ámsterdam y Róterdam, que han comisionado investigaciones académicas para dirimir el rol de las urbes en el tráfico de personas y la esclavitud. “Esto es un ámbito que corresponde a la historiografía, más general. Mientras, las disculpas a Indonesia se deben a crímenes específicos allí cometidos”.

Las compensaciones a las víctimas del colonialismo, y a sus descendientes, son un frente abierto que cada vez se antoja más irremediable abordar. En un debate parlamentario mantenido en julio, se planteó de nuevo la posibilidad de que Holanda pidiera disculpas por la esclavitud, especialmente a la población negra y a las excolonias. Rutte desechó la idea, no por la posibilidad de que el reconocimiento de culpa diera lugar a reclamaciones de compensaciones, sino por considerar el asunto demasiado “polarizador” y por quedar muy atrás en el tiempo.

Sin embargo, Oostindie asegura que la reclamación de compensaciones podría jugar un papel más relevante del admitido por Rutte: “Las compensaciones son el motivo que siempre ha limitado más la acción del Gobierno holandés. Por ejemplo, el Ejecutivo no está preparado para entrar en negociaciones sobre compensaciones con Surinam. Ahora bien, a pesar de los recelos, parece que algo se mueve en la sociedad; existe, al menos, una voluntad de invertir en educar sobre este periodo de nuestra historia, a medida que la sociedad lo va conociendo más. Igualmente, las empresas holandesas con una historia vinculada a la esclavitud empiezan a estar dispuestas a hablar sobre ello”.

La autora y académica Gloria Wekker, dedica su libro “Inocencia Blanca” (2016) a profundizar en una paradoja esencial en el bagaje cultural holandés referente a las airadas pasiones que despiertan las intersecciones entre raza, género, sexualidad y clase: su presencia fundamental en la sociedad, acompañada de una negación, repudio y elusión activa de su existencia.

El profesor Oostindie valora positivamente los últimos avances en el reconocimiento de los errores pasados, aunque también acusa la “reacción nacional-chovinista de la derecha extrema que no quiere que se traten estos temas. Están solos, ya que el resto del arco político está haciendo suyo este reconocimiento del pasado”.

El propio Mark Rutte, que comenzó su primer mandato de la mano de Wilders, ha dado giros de importancia en asuntos que se consideraban poco menos que intocables. Por ejemplo, en lo referente a la cuestionada tradición de Zwarte Piet, ha asegurado haber cambiado de opinión recientemente, al calor de las protestas mundiales contra el racismo: “A lo largo del tiempo, me he ido encontrando con personas de piel oscura que me han comentado lo increíblemente discriminados que se sienten por el color de Zwarte Piet. Y eso es lo último que quieres en una fiesta de Sinterklaas”.

Cartel de la celebración de Sinterklaas en un campo de internamiento japonés en la Indonesia ocupada, en 1942. Imagen: MUSEON

La responsabilidad holandesa en el holocausto también es un tema tabú, que se suele deslizar bajo la pesada alfombra de la ocupación alemana. Sin embargo, las deportaciones fueron llevadas a cabo por policías holandeses, en trenes holandeses, a la vista de cualquiera que pasara por allí. Holanda fue uno de los países donde la erradicación de la población judía fue más inmisericorde. De los 140.000 judíos que vivían en Países Bajos antes de la guerra, sobrevivieron 38.000; sólo en Polonia el holocausto alcanzó a una proporción similar de sus nacionales.

Si Francia hizo lo propio en 1995 y Bélgica en 2012, Países Bajos ha sido el último Estado en pedir disculpas por su rol en el holocausto, a principios de este año. Un evento celebrado y muy esperado por la comunidad judía holandesa, que no había quedado satisfecha con las excusas de anteriores gobiernos por el trato recibido por los supervivientes de los campos nazis a su vuelta. En el plano de los símbolos, la carroza dorada, regalo del pueblo de Ámsterdam a la Reina Guillermina en 1898, podría ser el próximo descarte por el cambio de los tiempos.

Pero las compensaciones, el gran elefante en la sala según el profesor Oostindie, siguen pendientes. Y los efectos de las pocas que se han conseguido, como narra Jeffry Pondaag, no dejan de ser parciales:

“Después del veredicto en La Haya, el dinero llegó sin problemas, directo a las cuentas de las viudas. Pero la comunidad de Rawagede empezó a acosarlas, pidiendo que compartieran algo de lo obtenido. Como mataron a todos los hombres del pueblo, hay muchos descendientes que también creen tener derecho a una compensación. Al final, las viudas terminaron entregando la mitad de su dinero, a la fuerza.”