Se han escrito infinidad de artículos sobre la vuelta a casa por Navidad, siguiendo el pegadizo título que popularizó un anuncio español de turrones. Exactamente 74,2 millones de entradas en Google. Y es que hay pocas cosas que no se hayan contado aún sobre esa situación anómala en la que nos tenemos que sentar a comer y a cenar con personas que, posiblemente, no vemos el resto del año y con las cuales no siempre tenemos por qué llevarnos bien. En el caso de las personas migrantes, si tenemos la fortuna de vivir a un par de horas de vuelo de nuestra ciudad de origen y tenemos la posibilidad de desplazarnos esas fechas, la Navidad se convierte en una época del año en la que reconectamos con emociones que hacía tiempo que no sentíamos. Emociones tanto positivas como negativas. ¿Cómo podemos vivir este viaje al centro de las tradiciones de nuestro país de origen de forma constructiva?
Vuelta a las tradiciones
Volver a nuestro país de origen en estas fechas es muy distinto de cuando volvemos en verano. Primero porque es un viaje que nos va a llevar a celebrar tradiciones muy concretas y enraizadas no sólo en cada país, sino en cada familia. Aunque por lo general la cultura latina celebra por todo lo alto fechas señaladas en las festividades -católicas- del calendario como el 24 de diciembre por la noche o el 25, cada familia tiene costumbres y modos de reunirse distintos. Por ejemplo, hay familias como la mía en las que la cena del día 24 es la más importante, en la que se junta el mayor número de familiares por ambos lados. El menú es muy importante, la mesa se llena de comida, cada familia aporta un plato a la mesa y se acaba bailando hasta altas horas de la madrugada. La comida del 25, sin embargo, es más reducida y se come lo que ha sobrado la noche anterior. En otras familias es justo al revés, siendo la comida del día 25 la más importante. Si nos fijamos, cada país, cada ciudad y cada familia tienen tradiciones navideñas diferentes que se reproducen año tras año. Estas tradiciones son revisitadas por las personas migrantes cuando vuelven por Navidad. Es decir, volvemos para celebrar junto con la familia ritos culturales establecidos desde antes incluso de que nosotros naciéramos.
Por otro lado, no hay que olvidar que hay un amplio número de personas migrantes que no puede viajar cada año en Navidad. Si tu país se encuentra a nueve horas o más de Holanda se hace muy complicado tanto económicamente como por cuestión de tiempo. En estos casos la melancolía y la frustración por no poder estar donde nos gustaría en unas fechas que son, por definición, muy familiares, hace complicada la vivencia de estos días. Si nos tenemos que quedar en los Países Bajos durante estos días, encontramos una diferencia abismal con la forma en la que la cultura hispana celebra la Navidad: reuniones familiares, si las hay, muy reducidas; poca importancia de la comida que se sirve; una fiesta prácticamente ausente; conversaciones algo monótonas y con tiempo establecido. Motivos religiosos aparte, en general las personas holandesas celebran estas fechas de forma mucho más sencilla y austera. Recuerdo que en cierta ocasión hablaba con una mujer de un país de Latinoamérica que llevaba mucho tiempo viviendo aquí y le contaba que yo no entendía por qué en Holanda no celebraban la Navidad. Yo acababa de llegar, sabía muy poco del país y su cultura. Ella me dijo «sí, lo celebran». A lo que yo respondí que sólo se juntaban cuatro personas en una cena que duraba dos horas. Esta mujer me contestó, muy sabiamente «exacto, esa es su forma de celebrarlo». Esa frase me abrió los ojos cegados por mi propia cultura, descubriéndome algo que solemos hacer independientemente de dónde vengamos: creer que lo que hacemos nosotros es «lo normal», mientras que lo que hacen otros es lo raro.
Cuando la tradición pesa demasiado
Sin embargo, sabemos que los ritos culturales cambian necesariamente cuando van pasando las generaciones, es decir, cuando son distintas personas las que los llevan a cabo. Y no sólo eso, estas tradiciones son observadas con distintas lentes conforme vamos creciendo. Por mucha ilusión que nos pueda seguir haciendo, no vivimos la Navidad de la misma forma cuando éramos niños que ahora que somos adultos. Observamos distintas cosas, esperamos distintas cosas. En el caso de las personas migrantes, se añade la transformación de nuestros puntos de vista que el proceso migratorio nos ha aportado. Puede que nuestra perspectiva respecto a la comida, el consumo excesivo, la organización de la fiesta, etc. haya cambiado y veamos de otra manera lo que antes nos parecía «normal» y que nunca nos habíamos planteado o cuestionado. O, por el contrario, tal vez sea en estas fechas en las que volvemos a reproducir los ritos y tradiciones ancestrales de nuestra familia y en las que cogemos fuerza para seguir en el país que nos acoge el resto del año.
Además, la Navidad también pone de manifiesto ciertas imposiciones familiares. Puede que nos tengamos que reencontrar con familiares que no nos apetece nada ver y sentir que esta presencia se nos impone en contra de nuestra voluntad por el simple hecho de que son familia. Puede que tengamos que enfrentarnos con el hecho de que un miembro ya no está presente y le echamos de menos. O quizá sabemos que la situación que nos vamos a encontrar al llegar es bastante complicada por algún motivo. En este caso incluso la simple perspectiva del viaje nos puede hacer sentir ansiedad o tristeza, muchas veces anticipando «lo que pasará» en lugar de aceptar cómo se desarrollan los acontecimientos cada día, en cada momento. Si hay algo que valoro del proceso migratorio es que, a largo plazo, desde mi punto de vista, te enseña a vivir sin expectativas y a estar abierto a la experiencia.
El proceso migratorio nos enseña a vivir sin expectativas y a estar abierto a la experiencia
Algunas estrategias para aliviar el peso
Es normal que haya algún aspecto de las reuniones familiares que se nos haga complicado de aceptar o incluso de sobrellevar, sin importar si podemos volver a casa a reunirnos con nuestra familia o nos tenemos que quedar en Holanda. Algunas estrategias que podemos utilizar para poder vivir estas fechas con calma y conciencia son:
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Observar cómo se desarrolla la celebración con curiosidad antropológica. Esto es parecido a lo que en Mindfulness se denomina «mente de principiante»: intentemos mirar todo lo que ocurre a nuestro alrededor como si fuera la primera vez que lo vivimos.
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No juzgar. La mente humana tiende a hacer juicios sobre lo que no entiende. Aunque esto sea normal, intentemos, al menos, darnos cuenta de cuándo estamos juzgando. Darse cuenta es siempre el primer paso.
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Darnos espacio y permitirnos lo que quiera que sea que estemos sintiendo. Entender las razones que nos llevan a sentirnos así.
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Ser consciente de las emociones, sensaciones físicas y pensamientos que surgen mientras estamos en la situación concreta. Cuando lo hagamos, las observamos y las dejamos ir, sin engancharnos a ellas, sin actuar respecto a esas emociones o pensamientos.
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Pasar estas vacaciones en otro lugar. Hay personas que, tras años de tener que pasar por situaciones verdaderamente dolorosas y/o incómodas cada Navidad, han decidido irse solos o con su pareja e hijos a vivir estos días en otro sitio.
Lo más importante es que si necesitamos un tiempo fuera de la vorágine familiar, gastronómica y consumista, nos permitamos unas horas de recogimiento y reflexión, también para darnos cuenta de todo lo que ocurre, tomar distancia y agradecer lo que tenemos. Al fin y al cabo, ese es, tal vez, el único sentido de la tradición.