Se podría decir que Vanesa Abajo Pérez es de Róterdam, ciudad en la que se crio con su hermano y sus padres, una pareja de León (España) que emigró a Holanda en los años sesenta. Pero eso sería simplificar demasiado la historia. Esta cineasta hispano-neerlandesa acaba de estrenar su primer largometraje documental, «La vida es Sueño«, un relato intimista de estilo surrealista sobre la búsqueda de la identidad a través de los recuerdos de su infancia en un barrio obrero holandés, su adolescencia en España y las promesas incumplidas de su padres, quienes 45 años después volvieron a su pueblo natal. El film ha sido candidato al Gouden Kalf como mejor documental largo en la edición de este año del Festival de Cine holandés.
La vida es Sueño es su primer largometraje y en él habla sobre su vida y la de sus padres, en Holanda y en España. ¿Por qué eligió este tema?
Yo quería rodar una película sobre la búsqueda de la identidad. Y aunque es mi historia, en efecto, intenté hacer una película más universal sobre la búsqueda de uno mismo, la ilusión y la desilusión, el valor de los lazos familiares. Y mi voz en off, una mezcla de español y neerlandés que solíamos hablar en mi casa cuando yo era pequeña, tiene un sonido muy ficcionalizado, con el fin de tomar distancia.
En ella usted dice sentir que no existía…
Sí así es. Durante muchos años yo sentí que vivía en el sueño permanente de mis padres de trabajar en Holanda para ahorrar lo suficiente y poder volver un día a España. Se vinieron a Holanda muy jóvenes, en los años sesenta, y han estado aquí 45 años. Mi padre trabajó en la compañía de transportes de Róterdam y mi madre limpiaba en casas de holandeses. Llevaban una vida muy sobria, centrada en el trabajo, aferrados durante demasiado tiempo a esa idea de volver. Es como si no concluyeran un proceso, como el estribillo de una canción que uno escucha por la mañana y se le queda metido en la cabeza durante el resto del día, sin llegar a recordar la canción entera. Y esto nos lo transmitieron a nosotros, criándonos con la idea de volver a un lugar que nosotros no reconocíamos como nuestro. Por eso decía que yo no existía, me costaba saber de donde era.
¿Sigue sin sentirse de ningún sitio del todo?
Sí, pero ya tengo más asimilado que soy una persona que vive entre dos culturas y que así está bien. Me costó mucho asumirlo por mis padres, porque ellos siempre anhelaron volver, porque hablaban de España como si fuera el paraíso, mientras nosotros vivíamos aquí y estábamos a gusto.
Habla usted perfectamente español y neerlandés, sin acento en ningún idioma.
En la película narro mezclando los dos idiomas, porque yo pienso y siento en los dos indistintamente. Me crie aquí pero después estudié diez años en España, supongo que por eso no puedo decir que uno sea más dominante que el otro. Si paso mucho tiempo en España tiendo a olvidar el neerlandés y viceversa. Quizás si tuviera un bebé delante me saldría hablarle en español, no sabría decirte…
Ese sentimiento de sus padres era el más habitual entre los trabajadores españoles que emigraron a Holanda en los años sesenta, ¿no es así?
Sí, del pueblo de mi padre, Priaranza de la Valduerna (un pueblo de León con 160 habitantes) casi todos los hombres jóvenes se vinieron a Holanda a trabajar. Y la mayor parte de ellos ya se han vuelto. Era una vida muy centrada en el trabajo y toda la actividad social giraba en torno a la comunidad española. Nuestras tradiciones españolas se seguían celebrando aquí, todos tomábamos la comunión en la misma iglesia católica de Róterdam donde se hablaba español. La vida giraba en torno a esta comunidad, de la que ya no queda nada. Vivíamos en un barrio obrero de mayoría inmigrante y en todas las otras culturas pasaba lo mismo, aunque la comunidad española no dejaba de ser europea, con diferencias culturales respecto de la holandesa, sobre todo en aquella época, pero menos que las que podían vivir amigas mías que venían de Turquía, por ejemplo.
La manera de vivir aquí la cultura de origen seguía patrones parecidos si bien los que venían de más lejos vivían sus costumbres y esa otra identidad de una forma mucho más exagerada. Por ejemplo, cuando cumplí 15 años mis padres me dijeron que había llegado el momento en el que yo debía volver a España, para estudiar y conocer mejor la vida de allí. Tenía otras amigas en clase que eran turcas a las que sus padres también las mandaban de vuelta a Turquía pero para casarlas. El mensaje de fondo era el mismo: vivimos en Holanda pero no somos de aquí, y esto nos tenía que quedar claro.
Yo me fui a estudiar a España con 15 años y a otras amigas mías turcas las mandaron a Turquía pero para casarlas. El mensaje de fondo era el mismo: vivimos en Holanda pero no somos de aquí, y esto nos tenía que quedar claro.
El sueño en el que dice que sus padres han vivido tantos años, ¿no es en realidad una promesa, una expectativa? algo que todos nos creamos en mayor o menor medida…
Sí, es algo que todos hacemos pero el problema aparece cuando esa promesa se vuelve una obsesión. Al igual que mis padres, muchas otras personas se han ido y se van de su lugar de origen con esa esperanza de volver, pero cuando esa promesa acaba limitando tu día a día, deja de ser buena para ti. Mis padres se han dado cuenta de eso ahora: mi madre me dijo mientras rodábamos la película que ellos vivieron para trabajar y que no lograron disfrutar de su vida en Holanda. Dicen que si volvieran ahora a repetir esa época de su vida, no se habían centrado tanto en ahorrar dinero para su futura vuelta a España. Sacrificaron demasiado, podían haberse permitido unas vacaciones más allá del veraneo en el pueblo…los primeros años, su diversión era ir el fin de semana a tomar algo al centro gallego que había en Róterdam, aunque ellos hubieran preferido que hubiera un centro leonés (ríe). En realidad su vida en Holanda transcurrió encerrada en nuestra pequeña vivienda en Róterdam. Y después de tanto ahorrar, hace cinco años volvieron a un pueblo donde apenas quedan unos cientos de habitantes, con su casa tan bonita y lista para vivir esa promesa. Y el primer año lo pasaron fatal porque esto tampoco era lo que habían soñado. Con el paso del tiempo se han ido adaptando, ahora pasan el invierno en La Bañeza y los veranos en el pueblo.
¿Qué opinan ellos de la película?
En el rodaje yo fui muy cuidadosa sobre qué contar sobre ellos, fue largo y cansado pero aún así lo llevaron bien. He intentado transmitir esta historia desde una perspectiva amplia, sin buscar la confrontación y dejando a mis padres que fueran ellos quienes la contaran. Yo practico Tai Chi y este arte marcial enseña que siempre hay que dar espacio al otro para que se exprese, porque de esa manera se puede aprender mutuamente y entender la otra postura. Cuando han visto la película, mi padre ha reaccionado bien pero mi madre se entristeció bastante, «qué pasado más triste tuviste» me dijo, y a mi padre le achacó que se pasa el tiempo durmiendo (ríe). Pero al día siguiente ya estaba mejor, supongo que los dos lo están asumiendo poco a poco.
¿Cómo fue su infancia en Holanda?
Aunque vivíamos en este barrio humilde y multicultural, mis padres me llevaron a un colegio donde sólo había holandeses, yo era la única extranjera. Sufrí acoso escolar, no logré adaptarme, así que me cambiaron y fui al colegio del barrio donde en mi clase de 30 niños había dos holandeses. El resto eran todos extranjeros, como yo. Desde el primer día le dije a mi madre que ya tenía un montón de amigos. Allí me sentí mucho más a gusto porque todos nos parecíamos, vivíamos una situación vital muy similar. Para mi madre fue difícil de aceptar porque trabajaba limpiando en casas de holandeses y para ella esos eran los ejemplos de alguien de éxito, y creía que yo podía aspirar a un futuro así si me llevaba a un colegio donde sólo hubiera holandeses blancos. Pero la realidad era muy distinta. Vivíamos en uno de los barrios más pobres de la ciudad, donde había un mayor índice de fracaso escolar. Y mi colegio, aunque a mí me gustaba, era de niños «inmigrantes» y con criminalidad. La gente andaba con cuchillos y la policía se pasaba muy a menudo por allí. Yo tuve que aprender a desenvolverme en esas circunstancias. Supongo que en otro contexto más favorable lo habría tenido más fácil para estudiar cine y hacer una carrera artística. Un amigo holandés me dice a menudo que otro colegio me habría venido mejor, que me habrían estimulado más. Creo que en ese sentido fue positivo estudiar la carrera en España.
Pasó gran parte de su adolescencia en España, ¿qué recuerdos tiene de esa época?
Mis padres me mandaron a una residencia de monjas en León, donde viví hasta que cumplí los 18 y me trasladé a Madrid para estudiar la carrera de Imagen y Sonido en la Complutense. A los 26 años volví a Holanda, unos años antes de que mis padres se mudaran definitivamente a España. Mi experiencia fue dura, aquello no era lo que yo había imaginado. Yo conocía España de las vacaciones de verano, cuando todo era estupendo, veíamos a la familia y vivíamos unas semanas idílicas. Además hasta entonces mi contexto español había sido sobre todo rural: España terminaba en la montaña que se ve desde el pueblo de mis padres. Nada que ver con esos años de la adolescencia. En la película hablo de un intento de suicidio, de manera sutil, porque yo no terminaba de encontrarme bien en ningún sitio. Por eso, ir a la universidad en Madrid supuso un gran cambio para mí, allí fue donde me sentí muy a gusto por primera vez.
¿Por qué?
Porque por fin me rodeaba de personas con las mismas inquietudes que yo. Allí fue donde encontré mi verdadera identidad, que está muy ligada a mi trabajo, y conocí la cultura tan rica que tiene España. Mientras en la escuela secundaria en Holanda me enseñaron a hablar varios idiomas, no me enseñaron Filosofía, ni Historia del Arte, ni Literatura, algo que sí aprendí cuando estudié allí. En España desarrollé mi lado intelectual mucho más que aquí. Creo que gracias a esa experiencia decidí hacer cine. Otro gran estímulo para mí fue conocer la gran narrativa de ficción que hay en España. Porque es un país en el que se cuenta, se narra, mucho más que en Holanda. Cinematográficamente hablando Holanda es más de la observación, más reflexiva, mientras que España es más expresiva. El surrealismo es propio de la narrativa del cine español, con un alto grado de subjetividad, no hay miedo a no ser fiel a la realidad.
Cinematográficamente hablando Holanda es más de la observación, más reflexiva, mientras que España es más expresiva
Supongo que tendrá contacto con españoles que han venido a vivir recientemente a Holanda, ¿puede establecer algún paralelismo entre la vida que llevamos los que hemos emigrado aquí en el siglo XXI y la que tuvieron usted y su familia en los setenta?
Sí, tengo amigos españoles que viven aquí. Y en cierto modo sí puedo asemejar su situación a la que vivieron mis padres. Porque son personas con mejores estudios pero con peores perspectivas laborales en España que fuera. Al igual que mis padres, buscan un futuro mejor, una situación económica más desahogada y un desarrollo profesional. El contexto es diferente pero las expectativas se parecen.
¿Ha cambiado mucho Holanda en su política hacia los migrantes? ¿era muy diferente en la época de sus padres?
En un momento de la película mi madre dice: «pero cómo no vas a encontrar casa en Holanda, si allí hasta te la buscan». En los años setenta hubo una política socialista de ayudas y beneficios sociales, una discriminación positiva de la que después se han ido alejando los gobiernos posteriores. Y es verdad que los que venían de fuera contaban con muchas ventajas sociales y económicas para establecerse aquí. Pero décadas después surgió un sentimiento de arrepentimiento y aparecieron políticos como Pim Fortuyn que criticaron duramente todo eso, con el discurso de que los de fuera se habían aprovechado de los holandeses. El socialismo de aquella época, similar al de los países nórdicos, ha cambiado mucho. Ahora la política migratoria es distinta según la preparación y la educación del inmigrante, de lo que pueda aportar a la sociedad holandesa. Se diferencia mucho entre expats e inmigrantes, cuando a mi parecer, tienen muchas similitudes más allá de su situación económica. En mayor o menor medida, siempre sufren ciertas actitudes discriminatorias por no ser de aquí.
Volviendo a su carrera como cineasta, ¿por qué prefiere el género documental a la ficción?
El rodaje de una película de ficción suele implicar un equipo más grande de personas lo que dificulta el cambio de planes, todo tiene que estar mucho más planeado a priori. También desde el punto de vista artístico, un documental resulta más fácil de rodar. Me permite desarrollar la historia según va ocurriendo, tengo más espacio creativamente hablando y el presupuesto y el equipo es más pequeño, lo que me da mayor flexibilidad.
¿Por qué gustan tanto los documentales en Holanda y tan poco en España?
Creo que es una diferencia cultural: en España la sociedad es más emocional y más expresiva mientras que aquí les gusta el realismo, sin adornos, sin rodeos. Por eso el cine de ficción no cala en Holanda, porque a los holandeses les cuesta mucho expresar sus emociones, es así. Muchas veces la tendencia es a esconder la emoción, a responder que se está bien, que no pasa nada y cada uno la vive por dentro a su manera. No todo el mundo es así, pero en general lo racional suele anteponerse a lo emocional. También hay más tradición de cine documental en Holanda, desde hace más tiempo se promueve mucho más, a través de festivales como el IDFA (International Documentary Festival Amsterdam) o del apoyo de la televisión pública, que muy a menudo emite documentales en su programación. (El largometraje de Vanesa Abajo se emitirá en la cadena NPO2 el 11 de noviembre a las 22:55 horas)
Sus documentales son muy introspectivos, con personajes que parecen vivir en un mundo paralelo ¿de dónde viene esta tendencia?
Quizás de que yo me crie en mi propia burbuja y me fascina la gente que es capaz de negar toda la realidad para construirse otra que se ajuste mejor a lo que espera de la vida. Como la mujer burguesa que niega haberse quedado sin dinero (Paradijs, 2015), o el hombre que no acepta haberse quedado sin trabajo (Ulrich, 2013) En la carrera tuve un gran profesor, Requena, que nos enseñó que la expresión artística no se puede controlar. El público interpreta el guión del cineasta a través de sus propios filtros en los que el cineasta evidentemente no ha pensado. Y el creador comunica a partir de sus vivencias, sus emociones y recuerdos, de manera inconsciente. Yo debo de transmitir esta idea de mundo paralelo sin darme cuenta. Pero más allá del mensaje, para mí las películas tienen que transmitir mucha emoción, a través de escenas cotidianas aparentemente sencillas pero que yo pretendo cargar de poesía, como si de una composición musical se tratase. Contar la historia no es lo más importante, sino la emoción que va por debajo, la que trasciende.
El próximo que va a rodar tiene a la muerte como tema central. Cuéntenos más.
Trata la muerte, pero a través de los lugares y de los objetos de las personas que fallecen. He rodado una historia con la cual quiero ayudar a personas que padecen una enfermedad, sacando a la luz aspectos de su vida cotidiana que se escapan del lado más dramático de lo que están padeciendo. La narrativa sobre la muerte suele discurrir muy claramente con un principio, un durante y un final. Con esta película pretendo escapar de esta narrativa y poner otras cuestiones existenciales sobre la mesa, más relacionadas con la identidad, con la soledad. Además de la película estamos construyendo una especie de poemario digital, ocho retratos de personas que han fallecido y que conocemos a través de los espacios que han habitado. El proyecto se presenta a partir del 28 y el 29 de noviembre en el Nederlands Uitvaartmuseum Tot Zover en Ámsterdam.
La película de Vanesa Abajo Pérez se proyectará durante la edición online Amsterdam Spanish Film Festival, entre el 11 y el 17 de noviembre. Más información aquí.
Y en la cadena de televisión NPO2 el 11 de noviembre a las 22:55 horas.